Por: Max Baldiviezo
“En el marco de lo que ya ha venido sucediendo, el coronavirus acentuará la violencia de las dictaduras democráticas que, quizá, dejen la farsa del componente democrático”, Slavoj Zizek.
El 12 de octubre del 2019, en una reunión de amigos en el programa radial Cabildeo, conducido por Amalia Pando, Arturo Murillo señaló: “…ojalá el parto del 2019 no sea tan sangriento”, haciendo referencia a las elecciones de ese año, las cuales él se encargó de teñir de sangre y de mentir descaradamente a grupos de fanáticos que daban las “gracias por sacar a los militares a las calles a reprimir al pueblo”, al mejor estilo de las viejas dictaduras.
«La mentira se descubre por los ojos y yo muchas veces mentía, por eso usaba anteojos oscuros», Augusto Pinochet.
Arturo Murillo, con 57 años, bachiller de CEMA, empresario hotelero en el Chapare y con la habilidad para manipular, llegó a Presidente de la Federación de Empresarios Privados de Cochabamba (FEPC); luego fue reclutado por “¡Carajo! No me puedo morir” (Samuel Doria Medina). Así el oscuro personaje pudo ser diputado por el departamento de Cochabamba el 2005, en oposición al gobierno del Movimiento Al socialismo (MAS), utilizando informes y denuncias. El 2010, después de su derrota en los comicios para la Alcaldía de Cochabamba, se convirtió en el vocero de Unidad Nacional (UN). El 2015 accedió al Senado con solo el 5% de votos y el 2017 dejó este partido para pasar a las filas de los “demócratas”.
En esta etapa realizó infinidad de denuncias, las cuales le posibilitaron importante papel en los medios de comunicación. De esta forma implantó en los detractores del gobierno del MAS un discurso matizado por la rabia y la discriminación. También logró apoyarse en un falso “movimiento ciudadano”, cómplice de la impunidad en el régimen de Jeanine Áñez.
De las muchas frases de este exministro del gobierno defacto encontramos está que refleja su paso por el Estado: “esas personas que empiecen a correr, porque los vamos a agarrar”. Esto demostró su locura por el poder, como verdugo busca hacer justicia por mano propia, con el afán de llegar a las arcas del Estado encubierto por el caos político y social que atravesaba el país en el 2020.
Anteriormente, Arturo Murillo estuvo acusado de falsificación de la libreta militar. Más tarde, sus comentarios racistas y misóginos caracterizaron su comportamiento mentecato y su insaciable admiración por los militares, su única verdad para gobernar.
Con 33 muertos en su conciencia, este personaje logró fugar dejando un país con empresas estratégicas en quiebra, innumerables casos de corrupción y muy golpeado por la pandemia. En su camino por el continente, se tomó fotografías calificándose de “perseguido político”. Mientras su socia, Jeanine Añez, entregaba la banda presidencial, Murillo escapó para vivir impune y gozar del bienestar que le brindaban los millones sustraídos al Estado Boliviano.
Este mentecato exfuncionario público fue parte de la Asamblea Legislativa Plurinacional por 10 años, donde crítico y denunció la corrupción, pero en un solo año de funciones en el Ejecutivo demostró ser parte de ella.
El 22 de mayo último fue arrestado en el país que le brindó el apoyo total durante su gestión de fechorías. Enseguida, sus colaboradores –quienes fueron parte de la amenaza de las armas una vez más en la historia de Bolivia– hoy hacen la vista gorda y cierran los ojos a la verdad, la de ser cómplices de permitir la vuelta de la dictadura, una más que solo trajo muerte, endeudamiento y desempleo al país.
Max Baldiviezo es periodista