La diplomacia económica: una política de Estado para superar la estanflación

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Windsor Hernani Limarino

El Banco Mundial ha proyectado para Bolivia tasas de decrecimiento de -0,5% en 2025, -1,1% en 2026 y -1,5% en 2027. Las cifras confirman que el país ha ingresado en un proceso de estanflación, es decir, estancamiento económico acompañado de inflación.

Este desequilibrio exige un plan de ajuste estructural que combine disciplina fiscal y monetaria, un programa de gestión integral y oportuna, y la participación de los mejores profesionales en las distintas áreas.

La política exterior, al igual que las demás políticas públicas, debe construirse y ejecutarse conforme a la realidad nacional y a los intereses del Estado. En el corto plazo, la diplomacia boliviana debe orientar sus esfuerzos en la superación de la crisis económica.

En lo específico, por definición, la diplomacia económica es un proceso de gestión internacional orientado a alcanzar objetivos económicos.

Aunque pocas veces se menciona, el periodo de auge que vivió Bolivia en las dos últimas décadas contó con un importante aporte de la diplomacia económica.

Por ejemplo, el principal motor del crecimiento fueron las exportaciones de gas natural a Brasil y Argentina, materializadas mediante contratos de compra y venta. Sin embargo, ello no habría sido posible sin los acuerdos internacionales previos, como el Acuerdo de Roboré (1958), el Acuerdo de Construcción del Gasoducto Bolivia–Brasil y el Acuerdo de Cooperación y Complementación Industrial de 1972 con Brasil, así como los acuerdos bilaterales de transporte de combustibles (1937–1945) con Argentina. Las cifras son concluyentes: las exportaciones de gas representaron cerca del 50% del total anual, aportaron hasta el 20% al presupuesto nacional y permitieron acumular reservas internacionales por US$ 15.100 millones en 2014.

Otro resultado de la diplomacia económica fue la eliminación arancelaria acordada en el marco de la Comunidad Andina (CAN), que otorgó ventajas competitivas a las exportaciones de soya y sus derivados, facilitando su acceso preferencial a los mercados de Colombia, Ecuador y Perú, y generando en promedio el 15% del total exportado anual.

Asimismo, los 24 acuerdos de promoción y protección recíproca de inversiones crearon un marco jurídico favorable para la llegada de inversión extranjera directa, la modernización tecnológica y la generación de regalías en sectores estratégicos. Gracias a ello, arribaron inversiones italianas (Euro telecomunicaciones en ENTEL), brasileñas (PETROBRAS), españolas (Repsol), británicas y neerlandesas (Shell) en el sector de hidrocarburos.

La gestión de la deuda externa y el acceso a financiamiento blando también fueron fruto de la diplomacia financiera, a través de negociaciones con el Club de París y los programas HIPC, que permitieron renegociar, reducir o incluso cancelar parte de la deuda.

Aunque no todas estas gestiones fueron lideradas directamente por la Cancillería, constituyen ejemplos claros de una diplomacia económica activa y funcional al desarrollo nacional.

En el actual contexto de estanflación las principales tareas que la diplomacia económica debe desarrollar son:

  1. Negociar nuevos acuerdos de integración y facilitación del comercio, que incluyan no solo bienes, sino también servicios y comercio electrónico.
  2. Impulsar la diversificación de las exportaciones y la internacionalización de la producción nacional, promoviendo cadenas de valor regionales y alianzas industriales.
  3. Atraer inversión extranjera directa, mediante la negociación de acuerdos bilaterales y multilaterales de promoción y protección recíproca de inversiones, y gestionar el retorno de Bolivia al CIADI.
  4. Desarrollar y posicionar la “marca país” como instrumento para atraer turismo.
  5. Gestionar el acceso a fondos financieros de organismos económicos internacionales como el FMI, BID, CAF y Banco Mundial.
  6. Renegociar los términos y condiciones de la deuda externa, tanto multilateral como bilateral.
  7. Fomentar la transferencia tecnológica y la modernización de los sectores estratégicos.

La gestión de estas tareas requiere de un trabajo coordinado e inteligente, no solo de las instituciones gubernamentales, sino también del sector privado. Hay que construir un plan estratégico que sincronice las medidas internas y externas que se deben adoptar, porque al final «la diplomacia económica no puede vender lo que el país no produce, ni atraer lo que el marco jurídico espanta».

Windsor Hernani Limarino es economista y diplomático.

 

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