Por: Rafael Ramírez
El 12 de abril es el Día de la Niña y el Niño en el Estado Plurinacional de Bolivia y por toda la jornada la mirada debe estar puesta en ellas y ellos. Y este 2021, a más de un año de iniciada la pandemia del COVID-19, nos preguntamos ¿cómo están los niños y niñas?
Desde el comienzo de la pandemia ha sido claro que la enfermedad no afecta de la misma forma a los niños y a los adultos. Si bien el efecto directo del COVID-19 en la gran mayoría de los niños y niñas ha sido de leve a moderado y que, consecuentemente, hay muy pocos registros de muertes de menores de 18 años en el país, la niñez ha sido una de las poblaciones más afectadas por las consecuencias indirectas de la pandemia y las medidas de contención de esta. Períodos de aislamiento, interrupción de procesos escolares, menor disponibilidad de tiempo de los progenitores para el cuidado y, en algunos casos, mayor exposición a la violencia al interior del hogar, son, entre varios otros impactos, parte de la nueva realidad de la niñez y adolescencia.
Las consecuencias de todas estas alteraciones no serán inmediatas. Las perdidas en aprendizaje, la interrupción en la atención médica o la mayor exposición a la violencia que está generando la pandemia traerá efectos que se prolongarán por muchos años en la población infantil y que, si no se atienden oportuna y decididamente, tendrán un impacto negativo en el capital humano del país.
La niñez y adolescencia está enfrentando una crisis inédita en el cumplimiento de sus derechos a escala global. Para dimensionarla, según datos de la UNESCO, 1500 millones de niños en 191 países han sido afectados por el cierre preventivo de las escuelas ante la pandemia del COVID-19. Paralelamente, a nivel mundial, más de 365 millones de niños y niñas de escuela primaria dejaron de recibir alimentación escolar según datos del Programa Mundial de Alimentos. A la vez, estimaciones de organizaciones como UNICEF y la CEPAL muestran que esta pandemia va a generar incrementos en los niveles de pobreza, de trabajo infantil y el abandono escolar en los años venideros.
Pero antes de la crisis del COVID-19, las niñas, niños y adolescentes ya eran una población con una marcada vulnerabilidad, que experimentaba mayores niveles de pobreza respecto a otros grupos poblacionales y con brechas en el goce efectivo de sus derechos en diferentes ámbitos. La pandemia ha puesto también al descubierto las limitaciones estructurales que tienen nuestros sistemas de salud, educación y protección social para garantizar el ejercicio equitativo de los derechos de la niñez.
Este nuevo Día de la Niña y el Niño viene también en el contexto de una nueva administración de gobierno. En estos primeros meses de gestión, las autoridades han venido manifestando la importancia del regreso a clases. Pero también es necesario tomar acción sobre las otras afectaciones que el COVID-19 ha causado en la niñez boliviana y que, así como el retorno a clases, deben ser prioridades de esta nueva gestión de gobierno. La asignación de los recursos necesarios debe, a la vez, acompañar la priorización de la niñez frente a la coyuntura del COVID-19.
El Estado y la sociedad tienen en esta coyuntura una deuda con la niñez que debiera traducirse en un renovado compromiso. Ambos deben apostar hoy más que nunca por la salud, la protección y la educación de los niños, niñas y adolescentes, asumiendo que son condiciones vitales para garantizar su desarrollo integral, y el acceso a oportunidades de empleo en igualdad de condiciones a futuro y, con esto, al desarrollo del país.
El año de la pandemia nos deja lecciones y desafíos que debemos enfrentar porque los niños, niñas y adolescentes deben ejercer sus derechos y desarrollar sus capacidades para vivir el presente y enfrentar el futuro. Este 12 de abril, démonos un tiempo y espacio para reflexionar sobre lo que hacemos o no hacemos por la niñez y renovar nuestro compromiso como sociedad hacia ellos.
Rafael Ramírez es representante de UNICEF Bolivia