El aumento de simpatías y rechazos hacia ambos bandos que se disputan el Ejecutivo hace que en estos días sea inevitable caer en discusiones proselitistas. No digo que tuve la «mala» suerte de involucrarme en una porque mis interlocutoras eran conocidas mías. Habíamos acordado hace un tiempo no ahondar en temas políticos. No por falta de interés, sino por la barrera hostil que solía surgir entre ambas, y que casi siempre me tocaba desarmar. Tarea no muy complicada, pero que toma su tiempo.
Esta vez, sin embargo, el tópico vedado supuso el inicio de la conversación. Los cuestionamientos mutuos versaron sobre un vídeo compartido en el grupo de WhatsApp y unas publicaciones en Facebook. Una defendía la posición de Edmand Lara sobre el debate vicepresidencial; la otra afirmaba que los tuits de Juan Pablo Velasco eran guerra sucia. El intercambio de argumentos entre ellas terminó cuando a una de ellas se le ocurrió preguntarme qué opinaba.
Respondí que eran dos idiotés. Aclaré que no me refería a ellas —a pesar de que estaban comportándose como tales—, sino a los que intentaban justificar. «Dirás “idiotas”», quiso corregirme una de mis interlocutoras. Contesté que no porque usaba ése término para referirme tanto a su origen como a su uso actual. Imagino que la misma mirada que ambas me dedicaron se asomará en quienes lean éste texto. No me confundí. Ahora explicó por qué.
Para entender el primer motivo del aparente erróneo calificativo repasemos lo que Fernando Savater[i] señaló en uno de sus libros: “Los antiguos griegos (…) a quien no se metía en política le llamaron «idiotés»; (…) una persona aislada, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionada por las pequeñeces y manipulada a fin de cuentas por todos”.
Quizá pueda decirse que no se aplica a los controvertidos candidatos vicepresidenciales. No habrá quien observe —al igual que mis estimadas amigas— que tanto Lara como JP están metidos en la política. Acepto tal objeción, pero no olvidemos tan rápido el resto del fragmento de Savater. Que estén en política no los absuelve de sus carencias humanas.
En la Antigua Grecia el ejercicio de la política necesitaba de individuos virtuosos, propositivos, libres (física y mentalmente). La polis debía ser gobernada por los mejores hombres, capaces de hacerlo con coherencia, responsabilidad y buen juicio. Por tanto, los idiotés griegos no sólo eran aquellos que se desatendían de la política; recibían misma calificación quienes la practicaban con indiferencia, incongruencia, omnipotencia o inmadurez.
Ambos candidatos vicepresidenciales están sumidos en ésas imposturas. Llegaron como “nuevos” al terreno político, pero su comportamiento proselitista es propio de la tan criticada “vieja política”.
Edmand Lara delata su ignorancia con sus agresivos desbordes verbales. No entiende cómo se hace (buena) política ni sabe lo que es la democracia. Repite el mismo argumento sofístico de Evo Morales: “debato con el pueblo”. Un completo absurdo porque los debates se hacen entre dos o más individuos, y el pueblo —por obvias razones— no es un candidato ni puede pararse frente a un atril y ponerse a debatir.
Nuestro país —la región en sí— no tiene una “cultura de debates” propiamente dicha. Muchos de éstos sólo son una especie de “entrevista conjunta”, en donde los que participan se dedican a exponer sus propuestas en forma de galimatías por el tiempo cronometrado de sus intervenciones.
Pese a ésa deficiencia de entendimiento, no cabe duda que un debate constituye un evento que, de ser bien aprovechado, puede decidir el éxito o el fracaso de una candidatura. La carrera electoral se define —sobre todo en el presente milenio— por las emociones que los contendientes sepan provocar. En un debate, los candidatos quedan expuestos ante la audiencia casi por completo: sus posturas, vestimentas, sus gestos, el tono de voz o el contenido de sus respuestas. Cualquiera de éstas puede dar el golpe mediático que los encumbre o derribe.
Lara no tiene idea sobre los debates, parece que no ha visto ninguno de los pocos que se realizaron en nuestro país. Su condicionamiento a participar en el organizado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE) no tiene asidero alguno. Se queja de una falta de “imparcialidad” y demanda “reglas claras”. ¿Pretende acaso inmiscuirse en la organización eligiendo moderadores, temáticas, preguntas; o simplemente no quiere debatir?
Hay más de su incongruencia. Hace aproximadamente quince días, su partido (PDC) emitió un comunicado oficial en donde se informó que Rodrigo Paz y Lara asistirán sólo a debates organizados por el TSE. A menos de cuatro días para la celebración del primero de éstos, el excapitán comunicó que participará del debate organizado por los medios RTP y Radio Deseo de María Galindo.
Una de las muchas obligaciones que tienen los candidatos con la ciudadanía es acudir a los debates. No importa si están normados o no. Quien quiere debatir acude donde es convocado, sin condicionamientos, ni peticiones. Se enfrenta sin excusas a cualquier interlocutor o moderador. Hacerlo es mostrar cultura democrática, algo que Lara no tiene. Aún si decide asistir a ambos debates, quedará como el idiota que tanto denostaban los griegos: poco virtuoso, inmaduro, incoherente.
Es cierto que el TSE no hizo nada para optimizar el mecanismo de los debates. La elección de otros moderadores o la inclusión de más medios para su transmisión no constituyen una mejora importante. Sí lo sería un cambio en el tipo de preguntas a formularse; por ejemplo, que sean mucho más incisivas, es decir, que lleguen al fondo de los programas de gobierno.
Del griego «idiotés» se derivó el término idiota, cuyo significado se aleja un poco de ése origen. Un idiota es una persona corta de entendimiento, que no puede dar sentido a lo que hace o dice porque es incapaz de procesar ideas, juicios, comparaciones y discernimientos.
Ésos idiotas de la vida real han encontrado en las redes sociales un ambiente que les permite desenvolverse sin tapujos o barreras. Ahí pueden “perder el control” y demostrar su corto entendimiento.
El comportamiento de algunos de ellos se entiende con la teoría SIDE (social identity model of deindividuation effects). Según ésta, los individuos, al integrar un grupo, pueden interactuar y expresarse sin restricciones, pues ésa comunidad les permite un “anonimato” o reforzar una “identidad” individual ya adquirida. Ambos aspectos dependen mucho de la identificación de los individuos participantes con las creencias y normas de dicho grupo.
La desinhibición de los idiotas en redes también se explica desde otras perspectivas. Una de ellas tiene que ver con la necesidad de validación o refuerzo. Los comentarios o posts no son realizados por un sentido de “pertenencia” o “identidad”, sino para conseguir una recompensa inmediata a través de likes, retuits, etc., pues éstos dan a sus autores la sensación de ser validados por otros usuarios de las redes.
Otro motivo es la tendencia narcisista y de necesidad de atención. Los comportamientos irracionales o violentos tienen objetivos más rudimentarios. Las personas no buscan pertenecer a un grupo, obtener validación o confirmar sus creencias. Publican o interactúan para alimentar sus egos y lograr un reconocimiento que en la vida real no tienen.
Ya sea escudados por una comunidad, por necesidad de validación o por un mero narcisismo, los idiotas que usan redes sociales para expresarse —con publicaciones insultantes, violentas e incluso denigrantes—, son individuos desconectados con la verdadera realidad, sumergidos en una alterna, sea ésta impuesta o creada por ellos mismos.
Durante nuestra vida estamos expuestos a diversos estímulos, muy variados, por cierto: reglas, costumbres, órdenes, preceptos morales. Es a través de ellos que formamos nuestra personalidad y carácter. Una gran parte son considerados —erróneamente— “verdades irrefutables”, que con el tiempo alimentan las ideas polarizadoras y clivajes de los que se vale la mala política.
Como seres humanos, dotados de capacidad de raciocinio, nos toca analizar y cuestionar ésos estímulos, no aceptarlos o reproducirlos sin más. Gran parte de la madurez cognitiva y emocional depende de que seamos capaces de analizar ciertas “verdades” y elegir por nosotros mismos en qué creer.
A pesar de que vivimos rodeados de tecnologías que antes sólo eran posibles en obras distópicas o de ciencia ficción, la “inteligencia” parece que sólo se desarrolla en artefactos y softwares. Muchos individuos siguen creyendo en falsos líderes, siguen aferrados a viejos e irracionales odios. Siguen actuando sin pensar, subordinados a pensamientos ajenos, sin aceptar sus errores. Creen ser libres, pero, en realidad, temen a su propia libertad.
JP Velasco está en ésa negación, y es un ejemplo de ésos idiotas actuales que abundan en redes sociales. Al menos lo fue entre 2010 y 2012. Quizá tras más de quince años haya cambiado sus opiniones y ahora comprenda que Bolivia no es sólo Santa Cruz, o que en fútbol una goleada es “linda” por la cantidad/calidad de goles o las efervescencias del partido, no por otros motivos. Sin embargo, su argumento de “guerra sucia” opaca esa posibilidad. Aunque él lo niegue, los tuits escritos en fechas 6 de noviembre de 2010, 13 de marzo de 2011, 8 de junio de 2011 y 2 de agosto de 2012 existieron y fueron publicados en su cuenta personal.
A pesar de las contundentes verificaciones que se hicieron a ésas publicaciones, existen dudas sobre la motivación que tuvo JP en ése entonces. Pudo ser una necesidad de validación, una desinhibición inconsciente, un intento de “hacerse notar” o el efecto de una imposición ideológica. En todo caso, ninguno de éstas causas lo absuelve. Analizar el contexto tampoco favorece a su negativa.
Entre 2010 y 2012 se produjeron los mayores roces entre el régimen masista y los liderazgos de oriente, región denominada en ése tiempo como “media luna”. La instauración del “Estado Plurinacional”, la implementación de autonomías, los avasallamientos en áreas protegidas cruceñas, los resultados de las elecciones subnacionales de 2010, entre otros sucesos, ahondaron la polarización oriente-occidente. No es erróneo concluir que, en ésos momentos, determinados calificativos regionales hayan sido usados de forma peyorativa en ambas realidades, la digital y la real, máxime cuando los regionalismos fueron exacerbados desde las dos latitudes.
¿Qué debería hacer ahora JP Velasco? Reconocer que se equivocó y pedir disculpas. Seguir negando la veracidad de sus tuits y acusando guerra sucia en su contra sólo alimentan la campaña de su contrincante y aumentan el recelo en la ciudadanía. De no hacerlo, demostrará su incompetencia, su falta de autocrítica y se convertirá en un impulsor de posverdades, tal como lo fueron —y son— los políticos que dice repudiar. Otro idiota, al igual que Lara.
Con el ingenio que le caracterizaba, Mark Twain escribió: “Suponga usted que fuese un idiota y suponga usted que fuese un miembro del congreso. ¡Vaya, pero si estoy siendo reiterativo!”. Buena manera de retratar a la mala política, aquella llena de idiotas tanto griegos como modernos. El remedio para cualquiera de éstos es la conciencia. A estas alturas, a la ciudadanía ya no le basta con saber qué proponen los candidatos, sino cómo éstos van a solucionar los problemas más apremiantes. Sobra decir que tampoco quieren ver espectáculos de insultos, halagos dudosos y golpes bajos. Los ciudadanos quieren —y deben— conocer las virtudes y vicios de quienes pretenden gobernarlos. ¿Podrán los candidatos actuar con coherencia, racionalidad y madurez? Sus próximos comportamientos y lo que dejen los debates nos darán la respuesta.
[i] Savater, Fernando. (1992). Política para Amador. Ariel.
América Yujra Chambi es abogada.