Federico Zelada – Evo Morales y la traición del símbolo indígena: Reflexiones sobre un Honoris Causa que deshonra

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En honor a la verdad, jamás apoyé al Movimiento al Socialismo (MAS) en ninguna elección ni referéndum. Desde siempre he considerado —y sigo considerando— que dicho partido no representa los intereses de los trabajadores del país. Por el contrario, constituye la expresión de una burguesía emergente: aurífera, contrabandista, cocalera y, en buena medida, vinculada al narcotráfico, que busca consolidarse como clase dominante en Bolivia.

Entonces, cabría preguntar: ¿por qué acepté entregar el título de Doctor Honoris Causa a Evo Morales en la UPEA?

De acuerdo con el Estatuto Orgánico de las universidades públicas del país, incluida la UPEA, la atribución para otorgar ese título corresponde al Honorable Consejo Universitario. En este caso, fue esa instancia quien aprobó la resolución. A diferencia de otras universidades, donde el rector o rectora preside dicho órgano, en la UPEA está dirigido por dos autoridades: un presidente docente y un presidente estudiantil. En ese momento, esos cargos estaban ocupados por el Ing. Edwin Callejas y el estudiante Abdón Ledezma, quienes firmaron formalmente la resolución.

Sin embargo, por protocolo, como rector me correspondió hacer entrega pública del título a Evo Morales. ¿Cuál fue el contexto? La solicitud fue realizada por la embajada de Venezuela, país que en ese entonces financiaba la construcción del edificio emblemático de la UPEA. El argumento oficial era que la UNESCO había declarado a Bolivia territorio libre de analfabetismo, un logro que, si bien cuestionable en sus cifras, se impulsó con apoyo cubano y con el esfuerzo sacrificado del magisterio boliviano y diversos sectores populares.

Este acto de homenaje a Evo Morales se realizó en el año 2008. En ese entonces, Morales contaba con el respaldo mayoritario de los sectores populares y buena parte de la pequeña burguesía. Incluso comenzaba a construirse su figura como la de un líder casi mítico.

Hoy, después de 17 años, me sigo preguntando: ¿por qué no opté por renunciar al cargo en lugar de entregar ese título?
La respuesta es clara: no fue por aferrarme al puesto, ni por conveniencia personal. Mi motivación, entonces y ahora, fue otra. Consideré —y aún lo considero válido— que debíamos reconocer el ingreso simbólico del mundo indígena al poder político. Más allá del personaje que encarnaba ese momento histórico, era un hecho significativo en la vida del país. Lo vi como una posibilidad de apertura y representación para un sector históricamente excluido.
Sin embargo, con el tiempo comprendí que ese gesto, aunque bien intencionado, implicó una concesión simbólica peligrosa. Homenajear a quien terminaría traicionando esos ideales fue un error del que me hice cargo públicamente, con una mirada autocrítica sobre mi paso por el rectorado de la UPEA.
En mi discurso de aquella ocasión le dije a Evo Morales: “Se pueden cometer errores en el gobierno, pero jamás traicionar al pueblo”.
Él, por supuesto, no lo tomó bien. Se quejó públicamente por mis palabras y, seguramente desde entonces, me guardó un gran resentimiento. En su típico estilo populista, prometió entonces no traicionar jamás al pueblo que lo llevó al poder.

Pocos meses después, las huestes masistas, encabezadas por Gustavo Torrico (hoy alineado con el “luchismo”), atropellaron la autonomía universitaria, violaron las normas institucionales y me destituyeron del cargo. Impusieron como titular a Mary Medina, beneficiaria de una titulación por la vía PETAE —un mecanismo asistido y pagado que reemplaza al ejercicio académico regular—, e iniciaron un proceso de degradación institucional, política y ética que, lamentablemente, persiste hasta hoy en la UPEA. Una situación que no difiere mucho del resto del sistema universitario nacional. Ya en 2009, advertí con crudeza lo que significaban esos hechos: tanto mi crítica al MAS y a Evo Morales como la revisión de las concesiones cometidas durante mi gestión quedaron plasmadas en el texto “Balance autocrítico de la gestión de 10 meses en el gobierno universitario de la UPEA”, escrito al calor de esos acontecimientos.

Desde entonces hasta hoy, mi visión sobre Evo Morales no ha cambiado. Él representa a un cholaje sin principios ni identidad, que, envuelto en una falsa imagen indígena —ni siquiera habla una lengua originaria—, es en realidad heredero directo de otro hábil manipulador: Juan Lechín Oquendo. Ambos, burócratas sindicales, utilizaron discursos nacionalistas y antiimperialistas, y supieron leer bien el sentir popular para proyectarse como líderes. Pero ambos terminaron traicionando los ideales que decían encarnar.

Lechín tenía una notoria afición por el buen vestir, el lujo y los excesos, algo que lo asemeja al actual “pedófilo de marras”. Ambos se adueñaron de partidos políticos para acceder al poder. Lechín, con el PRIN, logró llegar a la vicepresidencia sin mayor fortuna. Morales, con más suerte y contexto favorable, accedió a la presidencia y se mantuvo en ella durante varios años.

Con el poder obrero ya desarticulado, Evo se adueñó del discurso indígena. Pero el verdadero líder de ese movimiento era Felipe Quispe, el emblemático Mallku. Morales desplegó todos sus recursos políticos para borrarlo del mapa, negarle cualquier presencia en el escenario nacional y evitar así cualquier competencia en el liderazgo indígena. Esta actitud lo llevó a rodearse de cuadros provenientes de la pequeña burguesía intelectual en sus ministerios. Luego de su bancarrota política en 2019, se empeñó en imponer a su delfín —el “kara”, como lo llamaba el Mallku—, Luis Arce, con el fin de cerrarle el paso a David Choquehuanca, un personaje oportunista, demagogo y sin capacidad real para enfrentar los problemas del país, aunque en ese momento era percibido como una amenaza simbólica en la disputa por el liderazgo indígena.

Quiero saludar afectuosamente a mis amigos, a los lectores interesados y también a mis críticos. Espero que este testimonio y reflexión contribuyan al análisis de un proceso complejo y lleno de contradicciones, que aún continúa.

Hoy más que nunca se vuelve necesario plantear un verdadero proyecto histórico nacional, con base en las múltiples necesidades e intereses históricos de los trabajadores y su papel protagónico en el poder.

Federico Zelada es economista, magíster en Investigación Científica, docente titular de la UMSA y exrector de la UPEA.

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