Antonio Murillo
De acuerdo con Juan José Sebreli, el populismo es un método de dominación política basado en la exaltación irracional del líder, en la manipulación de las masas y en la negación de las instituciones republicanas. Lo describe además como un fenómeno autoritario, emocional y antidemocrático. En el ámbito de la economía, este método de administración social destaca por su cortoplacismo: aumentos salariales sin respaldo, expansión desmesurada e improductiva del gasto público y políticas inflacionarias que generan crisis recurrentes.
En Bolivia, el Movimiento al Socialismo encarnó un populismo autocrático antirrepublicano durante dos décadas, siguiendo casi renglón por renglón sus dictámenes: exaltación del pueblo, centralidad del líder, invocación de símbolos arcaicos y desprecio por las instituciones. Por un tiempo, la alquimia funcionó: el poder parecía legitimado por la historia y la promesa de dignidad de un “pueblo sufriente por 500 años”. El neomarxismo nos vino en su categoría indigenista. Pero los populismos, como los mitos, no resisten la evidencia. En medio de una crisis económica no vista en 40 años, el populismo masista se agotó, se fracturó en facciones y mostró su costado más previsible: su venal fracaso. Pero, como el ave fénix, podría renacer de sus cenizas.
La mayor parte de los analistas políticos explicó la victoria de Paz Pereira y Lara en clave de outsider. Era lo extraño, ajeno, desprovisto de toda mácula, que habría conquistado la voluntad de un electorado agotado de los candidatos de siempre. Tal hipótesis, seductora, solamente podría ser válida para un sector geográfico: La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y Chuquisaca, donde la aparición de otras figuras populistas, con un relato aggiornado al del MAS, tuvo un éxito rotundo. En el Oriente, esta apreciación carece de sentido. Santa Cruz, acompañada por Beni, Pando y Tarija, votó mayoritariamente por Quiroga y Doria Medina, representantes de la vieja política. Propiamente en Santa Cruz, el 70% del voto recaló en los veteranos del oficio, siendo así minoritario el voto por los supuestos renovadores.
La historia pocas veces ofrece el consuelo de lo nuevo. La caída del populismo del MAS no significó su muerte, sino su metamorfosis. Así surgieron Paz Pereira y el policía Lara, quienes han estado utilizando las armas del supuesto viejo adversario: la simplificación narrativa, la promesa de inmediatez, la dicotomía entre pueblo y élites y la promesa de ofrendas todavía más afiebradas e irresponsables que las del muérgano del Chapare. La demencia de las dádivas es de una inquietud mayor por la situación de quiebra económica, responsabilidad de economistas sacerdotales del empobrecedor y corrupto estatismo económico.
Hasta la elección de primera vuelta, parte de la estrategia del Partido Demócrata Cristiano parece haber consistido en ocultar los laberintos de la personalidad huracanada de Lara. Recién después de la victoria parcial emergió su estilo violento, chabacano, soez, vulgar, payasesco, chauvinista, resentido, acomplejado, de nacionalismo de himno y de bandera, amenazador, extorsivo, cursi. Se trata de alguien que revela sin atenuantes una educación paupérrima en todas sus latitudes. Todo esto produjo una reminiscencia precisa de los líderes del masismo. El capitán Lara, nuevo ícono de las masas, muy especialmente de las de occidente, representa el riesgo de que tengamos nuevamente en puertas al Socialismo del Siglo XXI, a la manera de un remake.
La caracterización de un ensayo de transición del poder ocurrió esta semana que pasó. Arce Catacora, cual demócrata e institucionalista —no es ninguna de ambas cosas— le cedió a Paz Pereira la toma del atril abarrotado de micrófonos, y este último no pudo refrenar sus ansias y se midió sin remilgos el traje presidencial. Es que las expresiones faciales, cuyo germen es emocional, nos delata a todos los Homo sapiens. Convendría conservar la cautela. En 2002, algunos miembros de Nueva Fuerza Republicana, entre ellos el presente defensor e impulsor de causas socialistas, entraron a palacio de gobierno buscando ambientarse a su seguro, según ellos, nuevo entorno habitacional, pero finalmente perdieron la elección con uno de los más exitosos reformistas económicos de este país.
Parece ser que Lara cree ser el verdadero presidenciable por su presencia entre la fanaticada, otrora masista. Son así comprensibles sus declaraciones rabiosas y amenazantes hacia Paz Pereira tras su visita a “La Casa del Pueblo”, en la que destacó el acompañamiento de parte del aparataje político y económico de Doria Medina, presuroso, por lo visto, en formar parte de una preanunciada coalición de gobierno, a la manera de un premio consuelo.
La personalidad de Lara es una sorpresa para todos, menos para Paz Pereira y su avezado grupo de asesores, que muy bien podrían haber actuado como consultores políticos del Patrón del Chapare. No creo que esto último sea un dislate, habida cuenta del regocijo de este por Lara, manifestado en la ordenanza a “sus bases” para que voten por el populismo reverdecido. Lo más probable es que las actuaciones del rabioso candidato a vicepresidente sigan un cuidado guion, semejante al del masismo más cerril. Lo vergonzante es que una buena parte de la población se inclina por líderes con esta clase de ímpetu. ¿Será que estos expresan, de manera impostada o no, sus mismos resentimientos, complejos, envidias, infelicidades e interiores en constante incomodidad? Lo que en otras sociedades se clasificaría como lastres morales aquí se revela, de manera paradójica, como virtud política.
Paz Pereira y su equipo eligieron a Lara con un libreto pergeñado y encontraron en este policía, de gran habilidad para victimizarse —¡cómo rinde ser víctima en nuestro país!— a un sujeto que conecta muy bien con la masa desilusionada del masismo y desea, a la vez, la continuidad de una estructura estatista, centralista y autoritaria, que intervenga en la actividad productiva privada con las restricciones sabidas. En cambio, a gran parte de esta masa se le ha prometido la eliminación de las aduanas. Solamente los bolivianos “de mal” tendrían que tributar y generar dólares para que los “de bien” puedan tener el medio de cambio para importar a diestra y siniestra. Además, las tasas sobre préstamos bancarios serían del 3%. Realmente, el ignorante avanza con certezas allí donde el sabio se detiene con dudas. Lara, téngalo presente: la economía es algo profundamente más intrincado que dirigir el tránsito vehicular. Si sus propuestas llegasen a cumplirse, este país “volaría por los aires”.
El populismo en Bolivia, lejos de extinguirse, se reitera como un eterno retorno. El MAS lo encarnó con la fe de los conversos; Pereira y Lara lo ejercen con el pragmatismo de los herederos. El pueblo, esa entelequia, vuelve a ser convocado. Uno podría pensar que los bolivianos aprenderán la lección, pero la experiencia enseña lo contrario: las palabras que exaltan al pueblo son siempre irresistibles.
Como en los laberintos de Borges, lo que creemos novedad es apenas otro pasillo del mismo edificio interminable.