Windsor Hernani – El juego de la amenaza: la estrategia de Trump ante un régimen inamovible

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Estados Unidos ha efectuado una movilización militar sin precedentes en la zona del Caribe sur, convirtiendo la región en un escenario de tensión global. El mundo observa expectante y todos quisieran saber cuál será el desenlace de esta confrontación.

Una herramienta teórica que permite analizar las interacciones entre actores, diseñar estrategias óptimas y predecir resultados probables, es la teoría de juegos. En el ámbito de las relaciones internacionales, se utiliza para adoptar decisiones en materia de guerra y paz, comercio, diplomacia, alianzas, entre otras. Su lógica parte de que los actores adoptan comportamientos cooperativos o no cooperativos, buscando maximizar sus beneficios, dentro de un equilibrio que depende de las acciones de los demás.

En este caso, los jugadores centrales son Donald Trump y Nicolás Maduro. Estados Unidos tiene el objetivo de separar a Maduro del poder. Las presiones diplomáticas y las sanciones económicas fracasaron, por lo que la estrategia es ahora la coerción mediante la amenaza. Esta consiste en inducir a la otra parte a elegir lo que no desea, bajo la convicción de que no tiene otra alternativa viable.

Con este propósito, Washington calificó a Maduro como líder de un grupo narcoterrorista convirtiéndolo en una amenaza a la seguridad, objetivo a neutralizar y consecuentemente dispuso una imponente movilización militar. Sabe que el éxito de la coerción mediante la amenaza  exige credibilidad, y por ello en la zona se encuentran seis destructores equipados con misiles, buques de asalto anfibio, un submarino de propulsión nuclear, aviones de vigilancia, helicópteros y miles de marines. Pensar que semejante fuerza militar letal tiene como fin el combate al narcotráfico carece de lógica. No se matan tiburones con misiles. El mensaje real es claro, es político y estratégico, “o te vas, o te saco de inmediato y te encierro de por vida”. Es una amenaza, lo más cercano al ultimátum.

Maduro está acorralado, pesa sobre él una orden de captura internacional, una recompensa de 50 millones de dólares y una investigación por crímenes de lesa humanidad en la Corte Penal Internacional. Sus opciones son dos: salir del poder y aceptar el exilio, preservando la vida e intentando evitar una condena; o resistir en el cargo, arriesgándose a que una acción militar pueda terminar con su vida o con prisión perpetua en Estados Unidos.

Desde una lógica racional, la primera opción es ventajosa, pues minimiza las pérdidas. En consecuencia, por supervivencia, debería ceder, evitar la cárcel o una posible muerte. No obstante, Maduro, hombre de pocas luces, puede actuar irracionalmente, resistir y apostar a sobrevivir aferrado al poder, confiando en que las Fuerzas Armadas venezolanas le mantengan su respaldo y que el tiempo desgaste la presión norteamericana.

La partida, entonces, se reduce a un juego de resistencia y credibilidad. El desenlace dependerá de qué actor logre quebrar primero la voluntad del otro.

En el cortísimo plazo, Trump puede mantener las fuerzas militares en aguas internacionales, esperando que desde el seno mismo de las Fuerzas Armadas venezolanas surja la disidencia y emerja una asonada militar que promueva el cambio de régimen, estimulada por la presión internacional y por la señal de apoyo que da la presencia militar estadounidense.

En caso de que ello no ocurra, Trump estará en jaque. Fracasar en desalojar a Maduro del poder, después de un despliegue militar de semejante envergadura, es inaceptable. El conflicto ha escalado demasiado y no puede concluir en nada. Debe haber resultados tangibles para evitar que la primera potencia mundial pague un alto precio en términos de reputación internacional.

En ese escenario, Washington se verá forzado a avanzar en una operación militar para sacar a Nicolás Maduro del poder. Dar jaque mate, por la fuerza, paso que, por supuesto, no estará exento de condenas, reproches sean multilaterales o bilaterales. Al fin y al cabo, no cabe duda que constituirá una infracción al derecho internacional, que condena el uso de la fuerza.

La caída de Nicolás Maduro, por una vía u otra, parece cada vez más cercana. Tucídides en su célebre Historia de la Guerra del Peloponeso dijo: “El fuerte hace lo que puede y el débil sufre lo que debe”. Es una sentencia que refleja la dinámica del poder entre naciones, donde los fuertes imponen su voluntad y los débiles se ven obligados a aceptarla. Es una verdad dura y persistente que, siglos después, sigue marcando el pulso de las relaciones internacionales.

Windsor Hernani Limarino es economista y diplomático

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