Del voto identidad al discurso racista (masista)

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Por: Andrés Gómez Vela*

El voto identidad nació en Bolivia en las elecciones de 1989 con Conciencia de Patria (Condepa). Antes de esta contienda, el voto era más ideológico, aunque ya había candidatos indígenas. El primero: Luciano Tapia Quisbert, fue postulado a la Presidencia por el Movimiento Indio Túpac Katari (MITKA). Participó en 1978, cuando Juan Pereda cometió, desde la Presidencia, un fraude. Por esta causa esos comicios fueron anulados.

En 1979, el MITKA volvió a postular a Tapia y logró una diputación al sumar 28.344 votos (1.93%), de los cuáles 16.557 eran del altiplano paceño (Paúl Antonio Coca Suárez, Periódico Pukara No 42). Aquel año, el Movimiento Revolucionario Tupac Katari (MRTK) se alió con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Víctor Paz. Esta coalición puede ser entendida como la primera alianza ideológico-identitaria de la era democrática y que dio sus frutos en las elecciones de 1993.

Entiendo identidad en los términos de la antropóloga María Esther Mercado. Vale decir, como la adscripción de una persona o un colectivo a representaciones simbólicas, a creencias compartidas o a una etnia (comunidad lingüística y cultural). Comprendo la ideología como la interpretación de la vida a partir de ideas que generan un movimiento que propugna un determinado orden social (izquierda, derecha).

La izquierda (Unidad Democrática y Popular), que postuló a Hernán Siles Suazo, ganó las elecciones del 79, pero el país no era izquierdista (528,696). Entre Víctor Paz (MNR) y Hugo Banzer (ADN), candidatos de derecha, lograron 746.041 votos de los 1.468.958.

En 1980, la UDP venció otra vez al MNR y ADN. Ese mismo año, un candidato de izquierda liberado de la matriz marxista, Marcelo Quiroga Santa Cruz, sumó por primera vez 113.959 votos que se materializaron en un senador y 10 diputados.

Tras la desastrosa gestión de la izquierda (UDP) entre 1982 y 1985, las elecciones del 85 fueron ganadas por la derecha, capitaneada por el exdictador Hugo Banzer (ADN) y Víctor Paz (MNR). La izquierda se redujo al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que fue parte de la UDP.

En 1985, el Movimiento Revolucionario Túpac Katari de Liberación (MRTKL) logró que Víctor Hugo Cárdenas sea diputado. En ese momento, el escenario era dominado por partidos y actores de la Revolución Nacional y la izquierda de matriz marxista leninista trotskista.    

En 1989, la derecha volvió a triunfar. Gonzalo Sánchez de Lozada (MNR) y Hugo Bánzer se repartieron los votos de primero y segundo. Entre 1985 y 1989, el MNR paró la hiperinflación y reordenó la economía bolivianas con enormes costos sociales.

En esas elecciones, irrumpió el voto identitario. Carlos Palenque postuló a la Presidencia sobre la identidad aymara y chola (Remedios Loza) más que sobre la ideología endogenista y de izquierda. Alcanzó el 12,25% de votos (173,459).

En 1993, los emenerristas olfatearon la presencia del sujeto histórico que la Revolución Nacional del 52 había incubado: el indígena. Un estudio de opinión pública confirmó sus intuiciones y los rosados postularon a la Vicepresidencia al aymara Víctor Hugo Cárdenas. Éste acompañó a Gonzalo Sánchez de Lozada. Los kataristas ya habían sido aliados del MNR en 1979, pero no con la visibilidad de esta vez.

La dupla del “gringo” y el indio, y la fusión de lo ideológico e identitario resultaron exitosos. El MNR ganó las elecciones con casi el 35% (585,937).

Como prueba del crecimiento del componente identidad, Condepa subió su votación de 12 a 14%. Es más, entró en escena otro actor de similares características (quechua-cholo): Max Fernández, que logró el 13,7%. El nuevo sujeto histórico corría a Palacio.

En 1997, ganó Banzer, seguido de un debilitado MNR. La izquierda sesentera había desaparecido o había sido reemplazada por el movimiento identitario. Así, por primera vez una chola candidateó a la Presidencia, Remedios Loza, y subió la votación de Condepa de 14 a 17%.

En los comicios de 2002, destacan dos elementos: 1) el país tardaba en deshacerse de los partidos que activaron lo nacional popular y compartieron una puntita del poder con el movimiento indígena; y 2) la unión de los votos ideológico y de identidad, un indio (Evo Morales) y un izquierdista (Álvaro García), era la nueva fuerza que iba a tomar el poder por los próximos 20 años.    

El Censo de 2001 ya había revelado esa probabilidad política al establecer que 6 de cada 10 bolivianos se identificaba como parte de un pueblo indígena.

En términos marxistas, el MNR y otras organizaciones que habían brotado de su tronco habían producido a su propio sepulturero por haberse reducido a un grupo de amigos y no seguir leyendo la historia como para avizorar la postulación de un indígena a la Presidencia.

Dicho y hecho, en 2005, el contexto histórico, sentado en el voto de identidad e ideológico, llevó al MAS a ganar los comicios con el sorprendente 54%. Un movimiento de ideas indigenistas, izquierdistas y keynesianas llegó a Palacio y se quedó durante casi 14 años.

Cuando el masismo florecía sobre la retórica originaria indígena campesina, el Censo de 2012 le trajó una mala noticia que contradecía sus expectativas: las placas identitarias se habían movido respecto al censo de 2001, pues, el 58% de los bolivianos dijo que no pertenecía a ningún pueblo indígena; sólo el 40% respondió que se autoidentificaba como indígena. Menos 21 punto respecto a 2001.

Aquel 2012, en medio de una polémica nacional, el régimen de Morales decidió no incluir la identidad de mestizo en la pregunta sobre autoidentificación en el nuevo censo por temor a que 6 de cada 10 bolivianos se consideren como tales, lo que iba a significar una paradoja: el sujeto indígena agonizaba en el gobierno indígena.

Pero la realidad es como la mala hierba en época de lluvia: crece y avanza sin cesar por todos los rincones. Las elecciones de 2019 redujeron al MAS al voto identidad, pero no a aquel propositivo y creativo de Condepa, ni del MNR de 1993 ni del mismo MAS de 2005, sino a una identidad confinada al odio al otro diferente, orientada al resentimiento al pasado, encañonada a promover el racismo.

Algo más, los comicios del año pasado dejaron al MAS sin su componente ideológico. Buena parte de los izquierdistas que apoyó el llamado “proceso de cambio” sin ser parte de la estructura del gobierno se decepcionó de las conductas antidemocráticas del masismo y decidió enfrentarlo en los espacios de pensamiento y en las calles.

En suma, el evismo se achicó a su expresión racista y violenta frente al electorado con valores democráticos liberales, que oscila entre el 65 y 70% en el país, y que en noviembre pasado expulsó a Morales de Palacio en ejercicio pleno de su derecho constitucional de liberarse de una tiranía.   

Al masismo le costó caro su falta de capacidad de leer la historia boliviana. Si hubiera preservado su claridad de 2002 y 2005 hubiese postulado en 2019 a un mestizo, el nuevo sujeto histórico, en lugar de insistir con un indígena contrario a los valores democráticos.

En consecuencia, la historia sonrió con ironía al ver a Evo Morales cometiendo fraude en las elecciones de 2019 para sostenerse en el poder como lo hizo la dictadura militar de 1978. Y como aquella vez, las elecciones tuvieron que ser anuladas; y como aquella vez, el dictador cayó.

Los otros partidos que busca/buscarán con mayores posibilidades la Presidencia en las próximas elecciones (Comunidad Ciudadana y Juntos) aparecen como perdedores en la tendencia electoral frente al MAS porque, precisamente, olvidaron el componente identidad y se redujeron a grupos de amigos sin ideología más que la toma del poder y la venganza, en algún caso.

*Andrés Gómez Vela es periodista.

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