Hace unos días escuchamos los discursos de costumbre de las autoridades, en el aniversario de la ciudad de El Alto, rayaban en lo ridículo y casi estúpido. Acudiendo a las gloriosas jornadas de aquel octubre que a tanto pronunciar se desgasta en el sin sentido de las palabras vacías de contenidos. Sin decir nada de lo que realmente está sucediendo en las realidades que se respiran, en el cotidiano vivir y la pesadez del ser que se arrastra en la ciudad que no tiene las condiciones para ser, donde el capitalismo más salvaje posible se ha adueñado de sus calles, produciendo explotación laboral extrema, prostitución, drogadicción y alcoholismo sin precedentes. Una ciudad que vive del comercio informal, del autotransporte irracional sin leyes ni normas ni futuro sostenible posible. Si a eso añadimos el fenómeno de la inseguridad y la violencia de sus calles, pues realmente los discursos de sus autoridades son pantomima ignorante de las que se puede hacer películas que ganarían premios, como las novelas de García Márquez.
Los estatales repetían el mismo repertorio glorioso, sin reflexionar sobre sus organizaciones sociales absolutamente corruptas, que son corporaciones y agencias de empleo a la mala, es decir a lo movimientista de los años cincuenta. Donde la ausencia de reflexiones políticas, se llena por actitudes pragmáticas tercermundistas.
Las ilusiones de los edificios de la burguesía aymara, que para proclamar su riqueza se dan el lujo de traer a artistas extranjeros, pagando cientos de miles de dólares sobre la inmensa pobreza de sus poblaciones. Pero sólo son ilusiones de ficción y cascarón porque ese crecimiento no tiene precisamente el trasfondo nacionalista y autóctono, porque sólo es una copia de occidente para ser algo más iguales a ese desarrollismo sin sentido ni proyecto. Crecimiento sin industria, sin planificación territorial, sin proyección geográfica, sin personalidad e ideología propia.
La ausencia de visiones de desarrollo social y humano, están convirtiendo a esta urbe en la más peligrosa para vivir y convivir. Que unos trabajadores brujos y adivinos sean dueños de una avenida principal en la Ceja, dice mucho de lo que realmente es el sentido de planificación, es decir no existe planificación racional y capitalista, sino todo lo contrario. Pues de estos complejos procesos de urbanización sin racionalidad ni planificación, no existen por supuesto investigaciones sino aproximaciones de algunas instituciones privadas. El manejo de información no es la prioridad de la alcaldía y sus instituciones, que tienen que ver más con el azar político y lectura coyunturalista de la misma política: no interesa el bienestar colectivo.
En el aspecto simbólico y cultural tampoco se ha avanzado en estos años. El fenómeno del capitalismo salvaje está empujando con fuerza a la competencia infrahumana por la sobrevivencia. La modernidad a como dé lugar está matando toda posibilidad de generar algo propio y genuino. Las oligarquías paceñas diseñaron al Alto para ser un sector industrial y fabril; pero en realidad la abandonaron a su suerte. Hoy sobre vive del comercio y de todo lo posible en la sobrevivencia: informalidad, criminalidad, transporte urbano que es un infierno cotidiano, fiestas y más fiestas para generar algo de riqueza desde la farra. La máxima creatividad de sus poblaciones para la sobrevivencia es alucinante, porque no existen fábricas ni siquiera talleres más o menos industriales que generen riqueza primaria, para todo lo demás.
En esa línea no existen lugares de tertulia intelectual, ni clubes de cines, no hay sectores de recitales de música de cualquier tipo, no hay centros de poetas alteños, ni archivos históricos o hemerográficos. En definitiva en el Alto no hay centros culturales de influencia, ni siquiera para el mundo aymara. Por tanto la intelectualidad alteña del siglo XXI no tiene espacios para la creación, para la recreación y el trabajo necesario de una urbe en expansión. Lugares donde se tiene que discutir y pensar el alma, el espíritu de la ciudad. Así el mundo de las ideas y el mundo del espíritu humano no tienen espacios en el capitalismo salvaje de El Alto.
La burguesía aymara no tiene capacidad de crear identidad con sello cultural e intelectual propios, es como cualquier burguesía periférica del mundo: se contenta con las migajas de occidente, con ese comercio de contrabando y ese comercio llamado informal. Lo grave de todo eso es que no tiene sentido de Estado y Nación sino como chupa y discurso; sin propuestas prácticas ni políticas. Ni siquiera pueden influir en las oficinas de la alcaldía, que es una continuidad colonial con estructuras tradicionales y arcaicas de gestión. Que es imitación burda de occidente. Además de ese occidente mal copiado y decrépito, viejo y en decadencia.
Las nuevas generaciones no merecen una urbe de dimensiones irracionales, sin identidad, sin imaginarios de Estado, de ese Estado genuino que fue destruido en el siglo XVI por las hordas porquerizas españolas. Las nuevas generaciones merecen realmente una urbe del siglo XXI, con las nuevas tecnologías pero también con el complemento de identidad aymara, de reciprocidad y gestión institucional en desarrollo humano. Las nuevas generaciones no merecen las malas copias y terribles del capitalismo salvaje, que destruye y mata todas las culturas en el mundo, que mata nuestras costumbres y destruye toda colectividad cultural con el individualismo extremo, humillante, egoísta y absolutamente mercantil consumista por obra del actual Estado republicano colonial.
Homenajes de palabras y palabras que se los lleva el viento. Sin obras reales, sin propuestas nuevas de gestión, sin alma ni corazón con raíces nuestras. Sólo continuidades coloniales, con maquillaje cultural. Autoridades que ni entienden de lo que sucede en el mundo o de las exigencias de las nuevas generaciones. Ausencia total de liderazgos con nuevas ideas, con propuestas realmente de vanguardia y más humanas. Ni modo.
La Paz, 10 de marzo de 2019