América Yujra – Patocracia. El poder en manos de psicópatas

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Nuevamente la ciudadanía boliviana ha sido víctima de eventos criminales que desencadenaron una espiral de violencia y pesadumbre. Con semanas de estrés en carreteras y ciudades, con las jornadas de horror que vivió Llallagua, otra vez quedó expuesta la malignidad de un régimen que disfruta de conflictos, que adora el terrorismo —el generado por consabidos grupos paramilitares y el que gesta desde su posición de poder—. Similares hechos ya sucedieron en octubre de 2019. Es su esencia, su forma de subsistencia, su modus vivendi.

Pasaban los días y la situación no pintaba nada bien. Poco a poco, el descontento se fue convirtiendo en irritación. A las filas madrugadoras por aceite, arroz, diésel y gasolina se sumó el desabastecimiento de otros productos, gentileza de los bloqueos ordenados por el orate desde su jaula en el Chapare. El “evismo” cumplió su promesa: las vías trocales del país, intransitables. Lucho Arce dejó que sucediera. No sorprende ni es la primera vez; en los últimos tres años, Morales bloqueó Bolivia cuando y cuanto quiso.

En un ambiente tan crítico que asfixia a todos, la resistencia no es sinónimo de resignación. La ciudadanía comenzó a expresar su malestar. Aquí en La Paz y en otros departamentos, diferentes sectores sociales y sindicales salieron a las calles. Todos con una única consigna, todos repudiando la ineptitud de Arce y su gobierno, para quienes ésas marchas no significan nada. Ningún ministro ni parlamentario “arcista” se refirió a ellas. Claro, sólo las marchas “evistas” importan para mantener vigente su perorata de “sabotaje” en contra del “gobierno de la industrialización”.

Así llegó la segunda semana de junio. La conflictividad iba a estallar en cualquier momento, en cualquier lugar. Pudo haber ocurrido en La Paz, en Cochabamba, pero le tocó a Llallagua enfrentar al terrorismo masista.

Los hechos se relatan por sí solos. Las imágenes que se encuentran en redes sociales son contundentes, a diferencia de los calificativos innumerables que las acompañan en contra de los principales culpables —Evo Morales y Lucho Arce—: “egocéntrico”, “narcisista”, “inepto”, “criminal”, “cobarde”, términos que, aunque parecen adecuados, apenas describen la superficie de la verdadera personalidad que ésos nefastos personajes (y sus seguidores) esconden.

Sobran los ejemplos para afirmar que los autócratas y totalitarios tienden a usar la violencia —ya sea implícita (psicológica) o explícita (física)— para lograr sus fines, sin importar la destrucción que ello conlleve. Ésta demostración de temeridad y maldad desmedidas no son propias de narcisistas, sino de individuos con un trastorno de personalidad mucho más profundo: psicópatas. Así lo entendió el psicólogo polaco Andrzrej Łobaczewski en su libro La ponerología política.

Repasemos algunos conceptos para clarificar mejor las cosas. Los psicópatas se caracterizan por su desconexión del entorno social, su insensibilidad e incapacidad de asumir responsabilidades, los recursos que emplean para sus propósitos y para ejercer control sobre otras personas u obtener una posición de poder. Varias son las clasificaciones de éste trastorno de personalidad mas destacan dos: a) impulsivos: sujetos provocadores, conflictivos, descontrolados, poco racionales; b) controlados o integrados: calculadores, reacios, con facilidad para adaptarse socialmente y esconder su trastorno. En los dos tipos puede existir predisposición genética o influencia del entorno. Ambos presentan problemas en las facetas de la personalidad intrapersonal y afectiva. Ambos actúan en base a emociones negativas (rabia, resentimiento, celos, venganza). Se diferencian por el tipo de violencia que ejercen, el tiempo que toman para sus decisiones y el grado de daño que causan.

Los psicópatas en la política son esos individuos con rasgos propios de líderes mesiánicos y populistas: carismáticos, egocéntricos, manipuladores, mentirosos, calculadores, influyentes; con el añadido de ser crueles e indolentes con cualquier persona que no esté dentro de su “grupo”, a cuyos miembros han sabido someter e incluso “contagiar” su psicopatología.

Para Łobaczewski, lo que mueve a los psicópatas (integrados o impulsivos) políticos, además de una obsesión incontrolable por el poder, es la maldad. Esto los convierte en individuos peligrosos para cualquier sociedad que busca convivencia armónica bajo un sistema democrático, pues requieren de violencia, intimidación, engaños y crueldad para subsistir. La sumatoria «poder + personalidades psicopatológicas + maldad» da como resultado patocracias.

La patocracia, según el referido autor, es “un sistema de gobierno dentro del cual una minoría patológica se apodera de las riendas de una sociedad de personas normales”[1]. Tanto el sistema como sus representantes (patócratas) hacen de la maldad un mecanismo de sometimiento y amedrentamiento; generan estados de terror, hechos crueles en la sociedad que “gobiernan”; debilitan paulatinamente la concepción moral en la ciudadanía; promueven el revanchismo, la intolerancia, el fraccionamiento social; imponen la idealización de “héroes” o líderes; construyen líneas discursivas y propagandas paranoides sobre enemigos y posibles golpes de Estado en su contra. Asimismo, los patócratas someten a un proceso de “ponerización” a determinados grupos para que éstos actúen con maldad sobre otros, generando una espiral de violencia a nivel macrosocial e institucional que se retroalimenta cada determinado espacio de tiempo.

¿Cómo se gesta ésa minoría psicopática que opta por la panerología (el mal) para obtener/conservar el poder? De acuerdo a Łobaczewski, individuos con específicos rasgos de personalidad (esquizoides, sociópatas, etc.) —heredados o adquiridos— casi siempre son los más predispuestos a buscar el poder, no por deseos o ansias altruistas, sino porque están convencidos de que sólo ellos son merecedores de estar “por encima” del resto.

En un determinado momento, ésos individuos logran agruparse y despertar la curiosidad de otros individuos normales. Tras convertirse en líderes fascinadores, echan mano de una “ideología” para captar la atención, primero, e imponerse sobre el grupo mayoritario, después. Ideología que, por medio del adoctrinamiento, se vulgariza, pervierte y enferma a ése movimiento social no patológico que termina aceptando las conductas de la minoría psicopática, acciones contrarias al orden, a la ideología original, a los valores humanos, a escrúpulos morales; e incluso las replica.

Morales y Arce comparten los rasgos psicopáticos que señalé líneas arriba y ejemplifican los dos tipos de psicópatas. Mientras la crueldad del jefazo es explosiva, irracional y desbordada, Lucho Arce es más controlado y calculador. El primero usa la violencia extrema, el otro prefiere la manipulación o el victimismo. La desconexión con la realidad y la insensibilidad están presentes en ambos patócratas: Morales actúa dirigiendo a otros para generar daños físicos, materiales y psicológicos en la sociedad; Arce, pudiendo evitar éstas consecuencias, prefiere no actuar y deja que sea otro quien menoscabe la estructura macrosocial, por eso permite que su mentor ponga en marcha toda su maldad: que bloquee carreteras, cerque ciudades, ordene asesinatos y continúe con sus actividades indecentes e ilegales.

“Evismo”, “arcisismo”, “androniquismo”, cualquier otro absurdo y esbirro grupúsculo que emerja del decadente régimen, todos comparten rasgos actitudinales psicopáticos similares. Todos los regímenes totalitarios y autoritarios —fascismo, nazismo, comunismo— se han mantenido en base a la indolencia, el engaño, la inmoralidad, la corrupción y la crueldad. Y el masismo no es la excepción.

Cada uno de los niveles de la estructura interna del masismo cuenta con individuos psicopáticos, quienes, desmoronando las bases democráticas, eliminando la institucionalidad, reinstaurando el tribalismo y ensalzando la criminalidad han construido y establecido el autoritarismo que nos mantiene secuestrados. Fueron sembrando las semillas del terror y de la miseria que hoy vive nuestro país.

La patocracia es una enfermedad de los sistemas de gobierno, generada por individuos con rasgos de personalidad psicopática. y, como toda enfermedad, contagia a todas las estructuras y elementos de los Estados. Y hay que encontrar la cura. ¿Cómo? Łobaczewski lo explica con claridad impoluta: “Comprender la naturaleza de una enfermedad es un paso básico cuando se busca desarrollar métodos adecuados de tratamiento. Lo mismo se aplica por analogía al fenómeno patológico macrosocial, en especial porque (…) la mera comprensión de la naturaleza de la enfermedad comienza a curar las mentes y las almas humanas”.

Pese a su peligrosidad, ése modelo degenerado y enfermo de gobierno no es perenne, debido a que progresivamente afecta a todos los ámbitos de la vida social: la economía, la administración, la política, la justicia. Como bien vaticinó Łobaczewski: “un sistema semejante no puede hacer más que caer”. Para una sociedad sumida en un caos insostenible, con un terrorismo expandido y en desamparo institucional, sólo existe una única salida: remover a los psicópatas del poder. Si en los próximos 60 días todos los actores políticos —ciudadanía, autoridades electorales, candidatos y partidos de oposición— tomamos con más seriedad el proceso electoral, podremos eliminar la vigente patocracia azul y reconstruir la democracia. De otra manera, los episodios de confrontación despiadada seguirán repitiéndose. La minoría psicopática no debe volver a triunfar. Ya está en caída, y nuestro voto debe darle el empujón definitivo.

América Yujra Chambi es abogada

[1] Łobaczewski, Andrzrej. (2013). La ponerología política. Una ciencia de la naturaleza del mal adaptada a propósitos políticos. Les Editions Pilule Rouge. (Ebook)

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