Adalid Contreras – Patria Grande

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La memoria de los pueblos no es tan sólo una evocación del valor simbólico de hechos vividos en el pasado, sino una experiencia viva, perdurable en el tiempo, que dinamiza procesos del presente y derroteros del futuro, dándoles sentido. Teje utopías al mismo tiempo que asume la necesaria resolución de tareas pendientes que se filtran en los resquicios de la historia. Esto ocurre con las acciones colectivas de unidad continental que retoman valores simbólicos y los convierten en iniciativas contemporáneas por una Patria Grande.

La conceptualización integracionista de la Patria Grande, que está precedida por la del Abya Yala, se hereda del sueño bolivariano por la ruptura del orden colonial, al mismo tiempo que por un pacto liberador y unitario-integrador. La visión geopolítica unitaria de Bolívar se encuentra recogida en diferentes escritos, como la Carta de Jamaica, fechada el 6 de septiembre de 1815. Escrita en un contexto de reorganización de las guerras libertarias, y tras un balance crítico sobre las sublevaciones paralelas, simultáneas, coincidentes, pero inconexas entre las colonias rebeldes, a las que considera siguen un pacto implícito y virtual que debe convertirse en otro explícito y concreto basado en voluntades y acuerdos comunes, Bolívar describe nuestra región como un Nuevo Mundo variado y desconocido para el que propone construir un futuro común basado en un “Pacto Americano, que formando de todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y grandeza”.

Años después, en enero de 1822 le escribe a O´Higgins que “hemos expulsado a nuestros opresores, roto las tablas de sus leyes tiránicas y fundado instituciones legítimas; más todavía nos falta poner el fundamento del pacto social que debe formar de este mundo una Nación de Repúblicas”. En el contexto de la preparación del Congreso Anfictiónico de Panamá, realizado en junio de 1826, América tejía la posibilidad de una ciudadanía latinoamericana. Las coincidencias eran notorias, el proyecto continental era apreciado como posible, siguiendo la experiencia de los ejércitos libertarios que cruzaban fronteras como si no existieran, gozando de la solidaridad de los distintos pueblos sumados a la causa independentista; y de la misma manera, ciudadanos nacidos en un país americano podían ejercer cargos de autoridad política, diplomática o militar en otros. América, la Patria Grande, se había convertido en una utopía posible.

El Congreso Anfictiónico de Panamá quiere otorgarle cuerpo político al pacto social, mediante la constitución de una Asamblea de Plenipotenciarios y un espíritu unionista en tres niveles: “la defensa de la libertad ganada contra las agresiones del poder extranjero; el impulso conjunto de los intereses o causa comunes; y la superación de discordias entre Estados separados por ahora en soberanías”. Pero, como es conocido, el Congreso no derivó en la Federación esperada por Bolívar, sino en “una alianza, en la paz y en la guerra, un compromiso de ayuda mutua y el establecimiento de un ejército y una marina comunes”. Predominó el criterio de soberanía de las naciones por sobre la posibilidad de una supranacionalidad. Se ratificó la alianza implícita, pero no se pudo crear el edificio político para una Nación de Repúblicas. No se logra un mecanismo de integración, sino otro de cooperación, sujeto a las prioridades nacionales.

En la actualidad, la herencia republicana nos deja Estados-Nación soberanos, que desde esta constitución buscan acercamientos en un complejo integracionista de distintas dimensiones y profundidades. Una experiencia son los esquemas de integración territorial como la Comunidad Andina (CAN), el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), el Sistema de Integración Centroamericano (SICA) y la Comunidad de Estados del Caribe (CARICOM). Otra línea de experiencias, con tendencias opuestas, la constituyen los esquemas de alineamiento entre pares como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Alianza del Pacífico. También existen convergencias de cooperación como la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) y el Tratado de la Cuenca del Plata.

Sobre la base de éstas y otras experiencias, el sueño libertario por la Patria Grande o la Nación de Repúblicas recobra cuerpo en los discursos y decisiones que dieron lugar al surgimiento de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC). Son iniciativas emparentadas con el desafío planteado por José Martí, de “Nuestra América como la más grande nación del mundo”. El continente necesita una dimensión integracionista superior construida en base a la articulación, convergencia y complementariedades de los sistemas subregionales y regionales existentes, y concentrando la unidad de los países sin diferencias políticas, sino recogiendo el pluralismo como una virtud.

Vivimos tiempos en los que la integración es un requisito, no un lujo ni una eventualidad. Pero curiosamente, a sabiendas de que la Patria Grande es una condición de posibilidad para superar las vulnerabilidades y jugar en las ligas mayores de las relaciones comerciales y políticas internacionales, surgen voces que llaman a desestructurar lo existente y amparar los países en su aislamiento. Recuperando memoria, encontramos que en la primera carta de Jamaica Bolívar escribe: “es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo”. Este es el sueño americano inconcluso, arropado ahora en las iniciativas de la integración de Estados articulados en proyectos y destinos comunes. América Latina y el Caribe necesitan procesos supranacionales que le den unidad y fortaleza a sus partes.

Adalid Contreras es sociólogo y comunicólogo boliviano

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