Hacerse con el poder. La respuesta principal a la pregunta: ¿por qué “arcistas” y “evistas” bloquean (en las calles, en las carreteras, en los órganos estatales) a Bolivia en todas las formas posibles? Sin embargo, ésta bien sabida respuesta no clarifica el trasfondo del accionar de los “hermanos” azules. Formulemos entonces una nueva interrogante: ¿por qué actúan con tal desparpajo, sin que nada pareciese detenerles? Porque pueden, y porque algo se los permite. Y, ¿qué les concede tal licencia? Para responder a ésta nueva pregunta, repasemos un relato contenido en La República de Platón:
“Giges era pastor del rey de Lidia. Después de una borrasca seguida de violentas sacudidas, la tierra se abrió en el paraje mismo donde pacían sus ganados; lleno de asombro a la vista de este suceso, bajó por aquella hendidura y, entre otras cosas sorprendentes que se cuentan, vio un caballo de bronce, en cuyo vientre había abiertas unas pequeñas puertas, por las que asomó la cabeza para ver lo que había en las entrañas de este animal, y se encontró con un cadáver de talla aparentemente superior a la humana. Este cadáver estaba desnudo, y sólo tenía en un dedo un anillo de oro. Giges lo cogió y se retiró.
Posteriormente, habiéndose reunido los pastores en la forma acostumbrada al cabo de un mes, para dar razón al rey del estado de sus ganados, Giges concurrió a esta asamblea, llevando en el dedo su anillo, y se sentó entre los pastores. Sucedió que habiéndose vuelto por casualidad la piedra preciosa de la sortija hacia el lado interior de la mano, en el momento Giges se hizo invisible, de suerte que se habló de él como si estuviera ausente. Sorprendido de este prodigio, volvió la piedra hacia afuera, y en el acto se hizo visible.
Habiendo observado esta virtud del anillo, quiso asegurarse repitiendo la experiencia y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste, se hacía invisible; cuando ponía la piedra por el lado de afuera se volvía visible de nuevo. Seguro de su descubrimiento, se hizo incluir entre los pastores que habían de ir a dar cuenta al rey. Llega a palacio, corrompe a la reina, y con su auxilio se deshace del rey y se apodera del trono”. (*)
¿Por qué Giges pudo hacer todo lo hizo? Porque gracias al anillo pudo hacerse invisible. Vale, cierto. Pero, ¿será ése el único “poder” que le confirió? El anillo muestra la capacidad que adquiere un hombre para cometer cuantos actos quiera, y de la forma que pueda, sin temor a ser “visto” o descubierto, sin temor a enfrentar las consecuencias que pudiesen llegar. Y todo esto no es otra cosa que la impunidad.
Sócrates y Platón señalaban que sólo comprendiendo el verdadero sentido de justicia pueden existir «buenos ciudadanos» y, por ende, un «buen Estado». Por eso, ambos filósofos exhortaron a conservar la justicia no sólo porque es una virtud que hace mejor al hombre tanto frente a sí mismo como frente a su entorno, sino porque es una parte inherente del Estado. De lo contrario, su opuesto — la «injusticia»— no permitirá ni convivencia, ni paz, ni orden; y sólo quedará un Estado «enfermo». (**)
¿Cuál es ése sentido de «justicia»? Que cada quien haga lo que debe, guiado por valores, leyes y sus compromisos como ciudadano, permitiendo la correcta ordenación de las cosas. Cuando la impunidad aparece en escena, le confiere al hombre una falsa omnipotencia para cometer todos los actos posibles, desde los más insignificantes hasta los más deleznables.
Con el tiempo, la impunidad degrada ése sentido de justicia, lo injusto termina siendo lo cotidiano. La mentira, el engaño, el disimulo, la ignominia se convierten en cualidades abundantes, y quienes los detentan terminan, incluso, aplaudidos, defendidos y endiosados. Mientras los otros (los justos) son perseguidos con infamias y violencia. Algunos «buenos ciudadanos» son arrastrados ante ésa degradación, y, ya sea por necesidad, por comodidad o elección, terminan convirtiéndose en «malos ciudadanos».
Traslademos la historia de Giges a nuestra coyuntura y respondamos la pregunta del párrafo inicial: legisladores, magistrados autoprorrogados y masistas en su totalidad actúan con soltura, cinismo y bloquean nuestro país porque corrompieron sus virtudes, eliminaron cualquier buena concepción de «justicia», para convertir el poder que se les fue delegado (por vía democrática) en una carta blanca para hacer lo que quieran. En resumen, porque tienen impunidad cual anillo de Giges.
El incumplimiento de normas jurídicas y reglas democráticas, en varios ámbitos, durante los últimos 14 días, dan cuenta del alcance de la impunidad del régimen. Desde el Ejecutivo, Luis Arce, quien carece de todo sentido de justicia, opta por el victimismo frente al ala “evista”. Coadyuva en la polarización, antepone la disputa partidaria, y no propone soluciones factibles, menos promueve consensos. Deja que su ministro Iván Lima usurpe funciones para actuar como vocero, e incluso presidente, del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) o del Tribunal Supremo Electoral. Junto a otros de sus colaboradores (Jorge Richter, María Nela Prada o el “coplero” Édgar Montaño), Arce convierte sus problemas partidarios en conflictos de Estado, generando inestabilidad económica, política y social. Permite, también, la impunidad con que Evo Morales bloquea carreteras importantes.
En el Legislativo también hay sujetos impunes. “Evistas” y “arcistas” vienen “bloqueando” leyes a diestra y siniestra. No hubo elecciones el año pasado por culpa de ellos. Y continúan en ése plan. Parecía que el tratamiento del proyecto de ley 144/2023-2024 avanzaría sin fuertes complicaciones. Tal vez la escasez de gasolina o el encarecimiento de la canasta familiar ya empezó a molestar en los ocupantes de la Asamblea Legislativa. O quizá la conciencia hizo su parte y empujó a que nuestros mal llamados representantes se sienten en una mesa de diálogo y trabajen en la ley para elecciones judiciales. El resultado fue un documento que más que acuerdo entre bancadas parece un manifiesto de componendas y chantajes. ¿Acaso se pueden poner condicionamientos a obligaciones previamente establecidas?
Y no podían faltar los abanderados de la impunidad. El 1 de febrero, cuando los legisladores hicieron conocer que “había avances” sobre la ley de elecciones, los magistrados autoprorrogados del TCP emitieron la resolución AC 034/2024-CA/S y dieron lugar a la “queja por incumplimiento” presentada por Marco Ernesto Jaimes Molina —otro autoprorrogado—, disponiendo que la Asamblea Legislativa interrumpa cualquier tratamiento de ley para elecciones judiciales y que, más bien, reconozca la decisión anticonstitucional que les permite seguir en sus cargos (DCP 0049/2023).
Sorprende, en dos sentidos, la total ignorancia de Marco Ernesto Jaimes (presidente ilegal del Tribunal Supremo de Justicia), Gonzalo Hurtado Zamorano y Petronilo Flores Condori (ilegales miembros del TCP) Primero, de carácter material, porque el supuesto incumplimiento sólo existe en el imaginario de los autoprorrogados, máxime cuando a la fecha de presentación (24 de enero de 2024), no existía ni acuerdo de bancadas ni ley aprobada en donde puede evidenciarse dicha inobservancia. Segundo, de forma procedimental, pues la decisión de los referidos autoprorrogados muestra que éstos no saben las diferencias entre una “queja” (sólo aplicable en fase de ejecución de sentencias o resoluciones constitucionales con calidad de cosa juzgada constitucional) y una “medida cautelar” (solicitada ante un efectivo daño o peligro o la plena certeza de ello) dentro de las causas constitucionales.
Aún con esas deficiencias, el autoprorrogado magistrado Jaimes presentó la queja ante el TCP, pues en el fondo no era más que una estrategia de “bloqueo al Legislativo” desde el Ejecutivo. Ahora se entiende el retraso del diálogo convocado por el falso pachamamista, David Choquehuanca. Mientras definían cómo, quién y cuándo se desarrollaría ése ardid de los autoprorrogados, el “arcismo” jugaba a mostrarse respetuoso de la Constitución. En el fondo, sólo querían seguir impidiendo las elecciones judiciales.
No queda duda que los autoprorrogados han convertido al Órgano Judicial en una institución subordinada al régimen. Éstas autoprorrogadas “autoridades” no están ejerciendo una tiranía judicial, sólo son obedientes con el gobierno de turno y todas sus acciones están direccionadas a favorecerlo y perjudicar a quienes se le oponen. Sólo responden a las indicaciones que salen del Ejecutivo, a través de la astucia rastrera de Iván Lima.
Los conflictos recientes nos muestran un «Estado enfermo», preso de una caterva autoritaria que empujó a instituciones, autoridades y ciudadanos a la podredumbre de la corrupción, el prebendalismo, la falta de ética y la injusticia. He aquí el verdadero resultado del “Proceso de Cambio” y la concepción del masismo sobre el “vivir bien”.
El “gobierno del pueblo” se convirtió en un régimen autoritario que impuso la categoría de “mayoría” para establecer la impunidad como un fuero especial para todos sus miembros. Esa prerrogativa se convirtió en una especie de “nuevo derecho” que permitió el desmantelamiento de las instituciones democráticas.
Así, desde hace 17 años el masismo viene destrozando nuestra democracia y el Estado de Derecho, pero hay algo peor: ha destrozado las virtudes de muchos ciudadanos, los ha convertido en seres sin capacidad de razón, de empatía, de valor, de justicia… Al haber implantado la impunidad y dejado creer sus raíces en las instituciones de poder y en la ciudadanía, ha cambiado la decencia por el cinismo, la razón por la irracionalidad, la justicia por la injusticia.
Empezó así el segundo mes de 2024: con bloqueos en carreteras, con mercados desabastecidos, con pérdidas económicas millonarias, con autoridades incapaces, con magistrados autoprorrogados, con las calles convertidas en campos de batalla en donde “arcistas” y “evistas” pelean por dos pusilánimes, lanzándose petardos, golpes e insultos, sin autoridades judiciales dignas, con un acuerdo de bancadas que es tan frágil como el papel que lo soporta… Por supuesto, hay responsables, pero nunca recibirán sanción alguna, pues los miembros del régimen —y quienes coadyuvan con él— actúan como si llevaran puesto el anillo de Giges. Actúan con impunidad, y mientras nadie les arrebate esa “joya”, seguirán haciéndolo.
(*) Contenido en el diálogo entre Sócrates y Glaucón (Libro II). Platón, La República, Espasa, 2013
(**) Referido a la contraposición entre «buen Estado» y «Estado enfermo» (Libros II, III). Ob. Cit.
América Yujra Chambi es abogada