Vivir bien

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Andrés Gómez Vela
La sociedad capitalista organizó la vida de sus habitantes sobre la base de la acumulación. Entre 1500 y 1950 consolidó la moral hedonista que concibió la felicidad como el resultado de la acumulación ilimitada de riqueza y fijó las reglas de la competencia como para que la fortuna se quede en pocas manos. Así justificó la acumulación de poder como el ejercicio legítimo de dominación del más fuerte sobre el débil. Vale decir,  acumular riqueza para acumular poder, acumular poder para acumular fortuna y acumular riqueza y poder para acumular dominados.
A fin de reproducir el sistema que había creado materializó el concepto de desarrollo como la cima de la vida de toda sociedad, asentada sobre la disposición descomunal de los “bienes materiales y espirituales” en favor de pocos y exclusión de muchos. De este modo, nació el androcentrismo que empujó al hombre a dominar la Madre Naturaleza hasta convertirla en el medio para alcanzar el desarrollo, produciendo objetos a los que puso precios altos por su escasez. Las sociedades que no podían llegar a esa cima fueron denominadas subdesarrolladas y sus habitantes subdesarrollados, lo que obligó a éstos a trazarse una meta: ser como aquellos (imitarlos).
El positivismo hizo lo suyo al separar al sujeto del objeto y encumbró a la razón como el medio irrebatible del conocimiento. Entonces el ser humano se separó de la naturaleza, convirtiéndola en un simple objeto de estudio. En estas circunstancias el ser humano perdió su vínculo natural con la fuente de su existencia: la Madre Tierra, a la que pasó a considerar como adversaria a someter. 
Comprendió la destrucción de la naturaleza como un medio para lograr el desarrollo, (alcanzar la calidad de vida) sin percatarse que estaba destruyéndose a sí mismo. Ante esta lógica de dominación del otro para explotar la naturaleza y acumular riqueza y poder, nació la corriente ecologista en el seno capitalista. El estado y la sociedad liberales incubaron los movimientos defensores del llamado desarrollo sustentable con una misión: preservar la fuente de existencia del ser humano, la naturaleza.
Así aparecieron filósofos, pensadores y estudiosos que propusieron el fin de la dicotomía desarrollo/subdesarrollo. Entre estos, Hans Kung, quien planteó la teoría de la suficiencia, que consiste en vivir con lo suficientemente necesario sin acumular ni excluir.
Este pensamiento coincidió o, finalmente, bebió de la cosmovisión de los pueblos precolombinos, que por el estadio al que llegaron sus sociedades y la no explicación científica de muchos de los fenómenos naturales les circunscribió a tener una estrecha relación con la madre naturaleza, a la que otorgaron vida propia y declararon su pertenencia. 
Ante la necesidad, el mundo capitalista, que se recicla y relanza desde China o Brasil, inauguró las cumbres climáticas y concertó instrumentos jurídicos como el Protocolo de Kyoto para no acabar con la Tierra. En ese marco, Bolivia organizó una Cumbre de Desarrollo Sostenible (léase desarrollo cuidando la madre tierra) en 1995. Hace dos años se realizaó la Cumbre Climática de Tiquipaya.
En este contexto se acuñó el concepto del vivir bien, que hasta este momento no son más que dos palabras que buscan ser conceptualizadas o encumbradas epistemológicamente. Sin embargo, puede entenderse como la reducción del desarrollo a simple medio para alcanzar el vivir bien. Ya no es el fin último, es el medio. El fin último es la misma vida, el cuidado de la madre tierra, fuente de toda vida. Ergo, se cambia el paradigma de acumulación y de dominio por la producción y el consumo de bienes suficientes para vivir bien sin despojar a otros de los bienes que por derecho natural les corresponde. Vivir, convivir sin acumular riqueza ni poder para dominar al otro. 
Para alcanzar el vivir bien no basta cambiar el sistema normativo, hace falta transformar el sistema educativo. 
¿Será que Bolivia va por buen camino?

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