Andrés Gómez Vela
Escuchas canica (cachina) e inmediatamente representas en tu mente niños y juego.
En cambio, si escuchas bala, asocias la palabra, automáticamente, a muerte, militares y policías.
El término balín suena menos explosivo y criminal, pero connota represión policial.
Las palabras no solo representan una realidad, sino la crean. Por ello, los gobernantes, particularmente totalitarios, evitan palabras sangrientas como represión y bala, y usan disuasión y canica como abracadabra para desvincular a sus fuerzas represivas de toda sospecha de culpa de alguna muerte.
Una canica (cachina, en Uncía donde jugaba en mi niñez con esas bolitas de cristal) lo tiene, generalmente, un niño o cualquier persona, pero no las fuerzas represivas, excepto cuando la usan con el objetivo de hacer creer a la opinión pública que los manifestantes se matan entre ellos.
La primera vez que apareció en Bolivia la «inocente» canica fue en julio de 2012, cuando el entonces fiscal de Distrito de Santa Cruz, Isabelino Gómez, la presentó para asegurar que esa bolita de cristal había matado al comunario Ambrosio Gonzáles, en una violenta intervención policial en el campo gasífero de Caranda, municipio Buenavista, Santa Cruz.
La misma canica sangrienta apareció en Colomi, Cochabamba, en julio del año pasado, cuando el Fiscal Oscar Vera informó que se la encontró dentro del cadáver de Samuel Vallejos que falleció en un enfrentamiento entre cocaleros y policías.
Esa maldita canica apareció también en las protestas de Venezuela, donde las fuerzas represivas del dictador socialista Maduro mataron a 69 personas en mayo del año pasado.
¡Por mis cachinas! La mortal canica «socialista» apareció de nuevo en el país, esta vez en el cuerpo de Jonathan Quispe, estudiante de la UPEA, y como siempre hizo su presencia después de una represión policial.
¡Por mis cachinas! Los socialistas del Siglo XXI están cambiando hasta el uso de nuestros juguetes para creer que los creemos como si tuviéramos apenas 70.000 millones de neuronas.