“En el momento más duro de la crisis envié a Pepe Galindo (Ministro de la Presidencia) a conversar con la familia Monasterios para intentar razonar con ellos y reclamarles la acción desmesurada y violenta que encabezaban en nuestra contra. Tuvo una reunión con Ernesto Monasterios, quien estaba a cargo de Unitel. La conversación, me contó Pepe, llegó a subir de tono hasta los gritos, algo increíble conociendo la frialdad y autocontrol de mi ministro, que había sostenido las reuniones más duras con los diversos grupos de presión que nos asediaron durante la gestión. Pepe abandonó abruptamente la sala donde estaban reunidos, cuando Monasterios dijo textualmente: No vamos a parar hasta tumbar a Mesa”.
Esta confesión está en el último libro del ex presidente Carlos Mesa, “Presidencia Sitiada”. Ese párrafo refleja con meridiana claridad quién define la línea ideológica de un medio, muestra quién decide el sentido de “las noticias”. Los periodistas que trabajan en este tipo de aparatos parecen meros “esclavos” de la “prensa terrateniente”.
Mesa revela en su libro qué medios participaron en un complot contra su gobierno. Cita, además de Unitel de la familia Monasterios, a la Red Uno de Ivo Kuljis (quien en una ocasión dijo a Mesa: “te voy a apoyar para que tu mandato termine”), Gigavisión de Jorge Arias (Constituyente del MAS por un tiempo); Megavisión y el periódico El Mundo de los hermanos José Luis y Juan Carlos Durán (éste último conocido militante del MNR) y el Nuevo Día, ahora en manos de Branko Marinkovic, según el semanario Santa Cruz Económico.
No son responsables las instituciones, sino los seres que están detrás de ellas. Pues, como dice el periodista estadounidense Owen Fiss, las marcas o la razón social son aprovechadas para preservar intereses personales y de grupo, porque aquellas no pueden ejercer la libertad de expresión por incapacidad natural y legal.
El ex presidente, sin querer, da pruebas de la “servidumbre” a la que han sido sometidos algunos periodistas, que han sacrificado los mínimos valores universales del periodismo para defender injusticias, traicionando su principio de servidores públicos.
He ahí porque los “esclavizados mediáticos” se niegan a reconocer la existencia de los “esclavos guaraníes”. Pobres periodistas, viven “esclavizados”, existen en condiciones de “servidumbre” porque temen perder sus trabajos o porque se han encadenado con la fidelidad de un perro para preservar su estatus social y económico.
Pobrecitos, invisibilizan a los indígenas e informan confundiendo el todo con la parte y violan la esencia del periodismo: decir las cosas por su nombre. Los periodistas “esclavos” llaman “Cordillera” a los “esclavizadores”, terratenientes o latifundistas e invisibilizan a los “esclavos” y “fabrican armas” para desprestigiar a las familias cautivas. Han perdido su capacidad de analizar y su inteligencia ha sido subyugada en alguna oficina del patrón de turno. Olvidan que sin libertad no hay periodismo. Olvidan que el periodista sirve a la sociedad, no al terrateniente propietario.
Bueno, finalmente, los guaraníes “esclavizados” serán liberados en algún momento, pero, ¿qué pasará con los periodistas sometidos a servidumbre? ¿Quién podrá liberarlos?
Periodistas «esclavos»
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