Los antivalores del proceso de cambio

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Andrés Gómez Vela

Hago click y suena el meloso bandoneón, desde el fondo le acompaña el soberbio piano, botones y teclados armónicos danzan en mi imaginación que es interrumpida por una melodiosa pausa de menos de un segundo… y Carlos Gardel comienza a cantar: “el mundo fue una porquería ya lo sé, en el 506 y en el dos mil también…”.

Y yo ingenuo creí que en el 2006 todo iba a cambiar en Bolivia y el Tango Cambalache iba a ser desmentido por el proceso de cambio. Doce años después de aquella esperanza, los bolivianos sufrimos un retroceso axiológico desesperante, tanto así que da “lo mismo un burro que un gran profesor (…) los ignorantes nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición (…) ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!”.

El prototipo del naufragio de valores se llama masismo, que llegó al Gobierno en 2006 con trompetas de cambio y revolución moral, pero hoy está invirtiendo los valores que nuestra sociedad iba construyendo con mucho esfuerzo. No éramos un ejemplo del deber ser kantiano, pero habíamos gateado un buen trecho desde nuestro ser.

En pocos años, el masismo convirtió lo bueno en malo y lo malo en bueno. Tanto así, que ataca a quien defiende la democracia y aplaude a quien apoya el totalitarismo. Persigue al que pide respeto a la Constitución y eleva al podio al que la viola. Castiga al periodista que dice la verdad y premia al mendaz.  Asfixia al que informa y echa botellones de aire a quien hace propaganda en favor del régimen.

Tanto así, que endiosa al que incumple su propia palabra y anatemiza a quien pide a aquel cumplir su promesa.  Ensalza al mal padre y zahiere al bueno. Pone en un pedestal a quien falsifica y hunde al que tiene un título verdadero. Encumbra a quien viola a la madre tierra y sataniza al ambientalista. Condecora al militar contrabandista y sanciona al que comercia legalmente. Encarcela al inocente y libera al culpable. Protege al cocalero que vende su coca al narco y enjuicia al que siembra para el acullico.

Tanto así que es difícil explicar que se silencie a los medios pluralistas y reparta dinero público, a través de propaganda, a los que reproducen el dogmatismo masista. ¿O cómo se entiende que la Ministra que violó la libertad de expresión, se postule a ser directora de su víctima (ERBOL)? ¿Cómo se concibe que la Ministra que no dijo ni pío sobre las violaciones de derechos humanos durante su presencia en el Gobierno, ahora quiera ser jueza, nada más ni nada menos, que de la Corte Interamericana de Derechos Humanos?

Me voy a prestar algunas palabras de Adela Cortina para entender esta inversión de valores. Voy a empezar por la palabra dignidad, tan mencionada por el comandante del retroceso.

“Los seres capaces de regirse por sus propias leyes tienen dignidad y no precio. Precio tiene todo aquello que es medio para otra cosa, aquello cuyo valor radica sólo en satisfacer necesidades (…). Pero los seres autónomos no son medios para otra cosa, sino fines en sí mismos, valiosos por sí mismos. Carecen de equivalente porque valen incondicionadamente, y de ahí que puede decirse que no tiene precio, sino dignidad”, escribió la filósofa española, en un texto titulado Ética y Política.

Como ves, los capitanes de la debacle moral usan como medios a las personas. Creen que todas ellas tienen precio y pueden ser usadas para alcanzar sus fines personales, a través de una moral corporativista y feudalista.

Esa concepción de usar y desechar al ser humano es resultado de una racionalidad instrumental y no comunicativa (Max Weber y Jürguen Habermas). Por eso usan a los sujetos como objetos, como medios para alcanzar su fin último: el poder vitalicio. No entienden que una persona es un fin en sí mismo y necesita de valores comunes para convivir con otro semejante y que entre ambos no todo está permitido.

Vuelvo a Cortina para subrayar el valor de la ética de la responsabilidad. Y el masismo es y será responsable de las consecuencias que traerá este retroceso porque en su condición de depositario  del poder está enseñando a nuestros hijos e hijas que “es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley…”.

*Andrés Gómez Vela es periodista y abogado

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