La mentira es la forma violenta de la palabra, es la causante de la muerte de la verdad y del nacimiento de la muerte, del desprecio, de la discriminación, del racismo. Es la industria que esconde el pensamiento real detrás de la falsedad del verbo, que presentado como cierto, aunque no sea verdadero, tiene efectos reales. Vivimos en ese escenario desde hace muchos años, sólo que en este tiempo, como nunca antes, la magia conceptual se ha reproducido de forma descomunal en medios de comunicación y periodistas. Como muestra de la verdad, bastan algunos botones de la tiranía de la mentira:
Se acabó la democracia. Si fuera así, ¿por qué la libertad de los privilegiados ha dado paso, incluso, al racismo y al desprecio del propio ser humano?
En Bolivia hay una dictadura. Si fuera así, ¿por qué todavía gobierna la tiranía de la minoría en un país con una mayoría despojada, incluso, de sus sueños?
No hay libertad de expresión. Si fuera así, ¿por qué algunos medios atentan con absoluta libertad, incluso, contra la condición humana y convocan sin límites a la guerra civil y a la muerte?
Collas contra Cambas. Si fuera así, ¿por qué seguimos mezclándonos en nuestras actividades cotidianas y tejiendo proyectos conjuntos destinados a romper la diferencia entre los marginados y los poderosos?
Dos bolivias. Si fuera así, ¿por qué la palabra que más amor inspira es precisamente Bolivia a tal punto que el 97% de las personas que vivimos en esta tierra nos sentimos orgullosos de ser bolivianos?
Todos somos mestizos, cholos. Si fuera así, ¿quiénes son las personas a quienes desprecian precisamente por su condición indígena, acaso discriminan a seres etéreos?
Hasta este momento, los racistas tuvieron éxito en la aplicación de la teoría de la mentira pues hicieron creer a algunos bolivianos que el problema del país es regional y no social, cuando la contradicción esencial es entre los poderosos que tejieron una red de privilegios en su casi bicentenario control del Estado y los desplazados de las mínimas condiciones de vida.
Lograron sembrar odio para que los bolivianos de buena fe cosechen violencia; envenenaron a los más jóvenes para que el desprecio por el diferente sea perenne y se reproduzca en el tiempo.
Pero se olvidaron de algo, que la mentira puede perturbar por un momento la inteligencia de los bolivianos, pero no puede anularla ni superarla. Se olvidaron que la verdad se presenta cada día en el estado natural de las cosas, en el orden social de la vida, en las expresiones de cariño de la gente, en la solidaridad apabullante entre bolivianos, en las diferencias culturales que no niegan la igualdad humana, en la urgencia de las necesidades.
Por estas razones es que el 97% de las personas que amamos nuestro ser boliviano, intercultural, estamos de acuerdo con el diálogo abierto, franco y firme entre el gobierno y los prefectos. Los voceros de la mentira boicotearán al proceso porque temen que la verdad de sus privilegios sean descubiertos. Saben que la libre deliberación con la mirada de frente al país nos conducirá a la verdad y nos demostrará quién ha mentido más hasta este momento.
Queremos guerra de razones, lucha a muerte de ideas. La mentira nos hace menos humanos. En una palabra queremos una democracia con inteligencia.