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“Joven, ¿hasta cuándo vamos a estar encerrados? Me preocupa mi hijita que tiene 20, pero parece de 3”

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Andrés Gómez Vela / La Paz

Ella no sabe que soy periodista, pero me habla como si sospechara. Abre los brazos de su confianza en un parpadeo después de una pregunta: ¿Hasta cuándo vamos a estar encerrados, joven? Y un comentario:

—No me preocupo de mí, sólo de mi hijita—dice Alicia Chávez, luego mira al vacío, donde los ojos ceden a la mente la capacidad de ver recuerdos, futuros, sueños, miedos o posibilidades infinitas.

Minutos antes del mediodía del sábado 21 de marzo, la Presidenta de Bolivia, Jeanine Añez, había anunciado la cuarentena nacional total para evitar la expansión del Coronavirus, que hasta hoy, domingo, visitó 24 cuerpos de seres humanos en Bolivia y no se llevó ninguno desde que llegó hace 12 días.

Cuando Alicia volvió a ver a través de sus ojos, sentí que su mirada quería contarme lo que sus labios no se atrevían.

—¿Necesita algo? ¿Puedo ayudarla en algo, señora?—interrogué con la curiosidad de indagar sobre su aflicción.

Alicia tiene cabellos cortos amarillos, pero no es rubia. Pestañas largas, pero naturales. Ojos color cafés, pero no color miel. Tez color del pan, pero no del del pan de Laja (La Paz), sino de la marraqueta. Dos dientes de conejo sobresalen de sus labios que esconden con disimulo la falta de sus incisivos laterales y caninos.

—Joven—así se refiere Alicia a mí, con ese sustantivo apelativo más que descriptivo, pero agradable para los oídos.

Un ambulante que ofrece DVDs (disco versátil digital) nos roba la atención por un momento.

—¡Películas, películas: Virus, Pandemia, Contagiados! Tres por 10 bolivianos—grita con melodía al ofrecer sus productos “pirata” con ese sentido de oportunidad desarrollado por las personas que “viven al día”.

—Yo no tengo miedo, Joven. Sólo me preocupa mi hijita que tiene 20 años, pero parece de tres—retoma la palabra Alicia y saca de su cartera fucsia una foto de una niña, en apariencia; una jovencita, en años.

Alicia extiende ante mí una cedula de identidad y otro documento. En este último el Estado Boliviano certifica que la niña padece el 94 por ciento de discapacidad.

—No camina, no puede hacer sus necesidades, no habla. Sólo está echadiiita. Le hago tomar lechecita, le doy alimentos licuados. Y justo ahora no he podido comprar nada y no sé si tendré gas en la garrafa. Sólo vivimos las dos en alquiler—me cuenta como si en algún momento de su vida me hubiera visto.

—Y su esposo o el padre de su hija, doña Alicia, ¿no le ayuda?

—Él es alcohólico. No me da nada. Yo más bien tengo que darle. Me viene a pedir dos pesitos, cinco pesitos. Me da Pena y le doy.

¿Por qué el destino se ensaña tanto con alguna gente? Esta pregunta me hice varias veces, y nunca encontré una respuesta coherente, ni desde la perspectiva política, social o metafísica.

—No se preocupe, doña Alicia, usted tiene tiempo para comprar alimentos. Si no lo puede hacer hoy, mañana, domingo, va a poder salir de su casa a comprar alimentos al mercado más cercano. También los camiones con garrafa circularán—le informo.

—Gracias, joven. Entonces, voy a hacer eso. Ahora, estoy más tranquila, ya me estaba desesperando.

Un señor se acerca al puesto de Alicia e interrumpe nuestra charla. Ella vende calcetines, medias, ropa interior y otras prendas de vestir cortas. Pese a las recomendaciones de evitar las aglomeraciones, la vida era normal, al menos hasta ayer, en la avenida Buenos Aires, esquina Uyustus, de La Paz.

Decenas de personas se mueven apresuradas de un lugar a otro como las hormigas rojas de mi pueblo antes de la caída de una tormenta. Unas venden, otras compran. Unas vociferan, otras caminan en silencio. Unas sonríen, otras portan rostros adustos peor que en las fotos de sus carnés de identidad cuando la Policía estaba al mando de Identificaciones.

—No he vendido mucho, apenas tres cositas. Pero voy a aguantar con mi hijita el encierro (la cuarentena) en nuestro cuarto de alquiler. Solo necesitamos para comer—apostilla Alicia con ese optimismo de las personas que cada día tienen que vencer obstáculos insalvables (para otros) para seguir vivos, y el coronavirus viene quizá a ser uno más.

Alicia Chávez transmite el pensamiento de Séneca sin saber siquiera que existió éste filósofo que al ver a la gente de su generación inmersa en la ansiedad por la decadencia del Imperio Romano, dijo: “Lo que aconsejo es que no seas infeliz antes de la crisis; ya que puede ser que los peligros ante los que palideces […] nunca te alcanzarán; ciertamente aún no han llegado”.

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