Imperialismo en tiempos de facebook

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Andrés Gómez Vela

El día que el Imperio Chino seduzca al mundo con su forma de vida, su modelo de sociedad o sus valores se habrá convertido en la hegemonía global a seguir. Entretanto, Estados Unidos seguirá siendo el Imperio exportador de ideología, como en su tiempo lo fue Roma, que ofrecía al mundo de entonces “civilización”, al igual que, cada uno en sus tiempos, los imperios español, francés y británico. En la otra vereda se ubicó la Unión Soviética de Repúblicas Socialistas (URSS), que quiso conquistar el planeta con el marxismo, la sociedad comunista que, como saben todos, se suicidó. Muchos siglos antes, el Imperio Otomano de Turquía basó su penetración ideológica en el Islam. En Sudamérica, los Incas también ofrecieron “civilización” frente a los pequeños pueblos indígenas.

Cuentan que el primer imperialista de la historia, Alejandro Magno, llevaba consigo sus ejemplares de la Ilíada y la Odisea; dormía con ellos y una daga debajo de la almohada porque disfrutaba de la guerra como único medio de conquista y sometimiento de los pueblos. En esa misma línea, el Imperio Romano se convirtió en una máquina de guerra porque organizó su ejército de tal modo que persiste hasta ahora su concepción de infantería. Este trágico medio cedió después de la primera y segunda guerras mundiales, cuando nació la Organización de Naciones Unidas. Por ello mismo, EEUU y URSS jugaron a la “guerra fría”; para penetrar en los diferentes estados formaron agentes, armaron guerrillas y dictaduras y generaron  pelea entre connacionales. Al final casi siempre terminaban ganando ellos.

Aunque tras la caída de la URSS, EEUU volvió a las invasiones, la penetración ideológica cambió. Envió ayudas, propuso alianzas para el progreso, abandonó a los dictadores y comenzó una cruzada por las democracias. Entonces, los imperios mandaron a las empresas transnacionales, y, a través de inversiones y conocimientos, tuvieron otra vez a los pueblos en sus manos. Los pueblos de la periferie tienen recursos naturales y ellos el conocimiento para transformarlos en celulares, baterias de litio, computadoras, etc.

Vale decir, cambiaron el poder bélico por el poder económico y el poder del conocimiento. En el presente, los países dominantes consolidaron un medio más, el colonialismo cultural, con lo que nace el Imperio Electrónico. Ya no son tan necesarios los agentes 007, ni los de la DEA, tampoco las bases militares en territorios extranjeros. Tienen sometidos a los propios pueblos a través del Internet, el facebook, el cine, la televisión.

Un paseo por las áreas rurales del país verifica esta situación. Casi el 100 por ciento de los pobladores ven películas producidas en Hollywood, visten poleras, gorras, y camisetas de fútbol de los países hegemónicos o lucen sus banderas. Las antenas parabólicas que tienen sirven para recibir la señal de canales de televisión que apologizan el american life, tan ambicionado por cocaleros, cooperativistas, comerciantes, estudiantes, mineros, campesinos. Ignoremos por ahora los productos que se consumen desde gaseosas hasta papas fritas imperiales.

El colonialismo cultural se disfraza con el internet por donde viajan las vidas privada y pública de 4.500 millones de personas en el mundo, de los cuales cinco millones son bolivianos.  Por ese gigante espacio social (facebook, twitter, Youtube) circulan sueños, sentimientos, pensamientos, prácticas políticas, fotografías, videos; y todos pasan por el corazón y cerebro de Estados Unidos.

El Imperio Electrónico ya no necesita invadir, ni infiltrar agentes, tienen otro instrumento más poderoso, la tecnología y el conocimiento.

Dadas estas circunstancias, ¿cuánto cambiará la relación desigual entre Bolivia – Estados Unidos con la expulsión de Usaid? La gran diferencia entre el Imperio y los países de la periferie no es el dinero, sino los conocimientos. ¿Será tiempo de plantear las relaciones en ese sentido?

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