Dejo por un momento la pluma de la información y tomo la de la opinión (al menos en este caso) para defender a Erbol porque estos días el conductor de televisión, John Arandia, la atacó por la espalda y sin derecho a defensa. La llamó mentirosa y pidió que se rectifique en una información, y lo hizo desde la trinchera del monopolio de la palabra que genera una pintoresca malversación del verbo que engulle la inteligencia.
John involucró a Erbol en un cementerio de fantasías que compartió una noche televisiva con un periodista español, quien de ser su gran admirador (tiene las imágenes) pasó a ser su detractor y luego otra vez su defensor.
Julio César Alonso acusó a su “amigo” (por confesión del aludido) John de haber accedido y usado información que tenía en su flash memory sin su autorización. Dicho de otro modo, de haber entrado a un espacio al que no le autorizó. En otras palabras -con chuis- si tú entras a una casa y te llevas cosas sin su autorización del propietario, ¿cómo te llaman? ¿Ladrón o visitante? Y… ¿cómo se denomina el hecho? ¿Robo o avivada? Y… el periodismo, al menos para los periodistas, es decir las cosas por su nombre, de otro modo, la capitalización no sería privatización porque sus defensores nunca dijeron que es privatización sino capitalización, la nacionalización no sería compra de empresas sino nacionalización como insisten los masistas y los pobres no serían pobres sino económicamente débiles y el Golpe de Estado de Honduras no sería Golpe de Estado, sino amor a la democracia. El periodismo no es repetir lo que dicen, sino describir lo que es. En resumen, es administrar muy bien las palabras para narrar con meridiana claridad los hechos.
Dado el caso, obviamente, Erbol no tenía nada que rectificar como lo solicitó el auto-entronizado John desde la pantalla plana, pues, sólo se rectifica quien tuerce los hechos y miente. Erbol no dijo nada, no editorializó la nota, no opinó, no juzgó a John, quien lo hizo fue su “amigo”, quien a su vez es amigo del gobierno del MAS, al que lo tuvo de relacionista público en su último periplo mediático.
Para Erbol, John no es ni bueno ni malo ni regular, por eso Erbol sólo publicó la declaración de una persona que acusó a su “amigo” de haber obtenido información de manera deshonesta, prohibido y sancionado por los artículos 10, 7 y 5 de tres códigos de ética que rigen el trabajo de los periodistas bolivianos. ¿O la violación del código de ética y las normas ya no es noticia? ¿O no debe ser noticia porque se cree John? Si es así, vamos a tener que dejar de titular que el gobierno desconoce las normas legales y quiere imponer un régimen autoritario porque se trata nada más ni nada menos que de Evo, el presidente con mayor caudal de votación de toda la historia de Bolivia.
Erbol, respetuosa de la ética, congeló la nota durante tres horas, hasta escuchar la versión de John y que éste escuche con sus propios oídos lo que le decían; luego recién la difundió. John no escuchó ni leyó completo a Erbol (ni tomó en cuenta los consejos de Aristóteles y Perelman), afiló la lengua, pero no los argumentos, y respondió con un espacio editorial megalómano a una simple nota informativa; y lo peor, juzgó, sin haber sido juzgado.
La peor acusación a un medio es que le digan que miente porque la razón de su existencia es decir la verdad (y sencillo, para no entrar en discusiones bizantinas: la verdad en periodismo es describir los hechos con las palabras más adecuadas; por eso la masacre de octubre de 2003 es masacre, sino nos hubiéramos quedado con “enfrentamiento” como pretendieron los emenerristas). Erbol demostró con pruebas contundentes que no mintió. John no demostró la mentira y no se retractó como indica el código de ética de los periodistas bolivianos. Malversó palabras y mandó de vacaciones a la racionalidad, ojalá que sean muy cortas, y vuelva pronto.
El segundo día de su ataque (miércoles 22 de julio) no leyó todo lo que dijo Julio César, tampoco puso el audio que estaba colgado en Erbol Digital (la nota se defendía sola). Mentir no sólo es falsear un hecho, sino ocultar una parte del hecho. Abrumado por la evidencia, John soltó la idea de que han querido dañarlo, que quieren hacerle pelear con Julio César y callarlo. ¿Quién quiere hacerlo pelear? Erbol no tiene amigos de esa naturaleza ni interés en aprovechar una ventaja política, además en Erbol se conocen primero a las fuentes antes de hacer amigos o amigas; es más, Erbol sólo tiene fuentes y no amigos; caso contrario, con ese tipo de amistades hubiéramos publicado que hubo seis muertos venezolanos en Pando o que la media luna paralizó Bolivia.
“¿Quieren callarme? No me callaré”, dijo John. ¿Quién lo quiere callar? ¿Erbol? Erbol no teme las palabras de nadie, no lo hizo en 42 años y en momentos más difíciles, menos lo va a hacer ahora porque siempre tuvo como imprescindible amiga la verdad. Erbol fomenta el acceso a la palabra como principio básico de su existencia, pero también fomenta el silencio inteligente cuando se cuelga el disco duro y no hay riesgo de que el pathos o el ethos se sobreponga al logos.
El problema de John no es Erbol, ni los periodistas de Erbol, es la calidad de amigos que escoge, pero ese tema es un problema suyo, finalmente, uno no elige a sus amistades, pero sí a sus amigos.
Lo que no admito es el ataque injusto a una institución como Educación Radiofónica de Bolivia, de probada moral histórica e independencia (basada en convicciones y no en intereses económicos).
Bueno, para acabar y cerrar el caso (porque John ya lo cerró la noche del 22 de julio, yo lo hago hoy aunque nunca abrí esta polémica); en Erbol, si cometemos errores pedimos disculpas (como aconsejan los códigos de ética) porque sólo quien reconoce sus errores abre la puerta hacia la perfección; pero también sabemos perdonar en el perfil de Herman Hesse: pues, en un ser humano hay muchos seres y no sabes cuándo saldrá a la vida pública el lobo o el ser humano. En el caso de John, me quedo con su lado de buen tipo y bonachón.
Erbol dice la verdad
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