Uno de los fundamentos de la democracia es la alternancia en el poder. En términos originarios se trata de la rotación de las personas en la administración de los bienes públicos y las responsabilidades sociales. Para ser más claros, es una necesidad democrática cambiar gobernantes cada periodo de tiempo a fin de evitar su envilecimiento en el poder, tal y como advirtió Eduardo Galeano. ¿Pruebas? Mubarak (Egipto), Gadafi (Libia), Ben Ali (Túnez), Obiang (Guinea Ecuatorial), quienes están a punto de ser echados del poder, pero después de haberse envilecido y empobrecido a sus pueblos. 
Curiosamente, aquellos regímenes, incluido el cubano, tienen su fuente de poder en las “revoluciones”, en las fuerzas sociales progresistas o nacionalistas, que combatieron contra injusticias y dictaduras e irrumpieron en la historia con fines nobles, humanos, democráticos, mas terminaron instituyendo la “democracia del espermatozoide” o del “privilegio de sangre” al engendrar dinastías, grupos de privilegiados, herencias políticas que van del padre al hijo o del hermano al otro hermano. 
Cuando un país llega a este estadio político cae en una de las peores degradaciones de la democracia, que antes de ser un simple sistema de voto y un método de redistribución del poder y la riqueza es la organización justa de la vida. 
Aquellos políticos tomaron el poder como un medio, pero, al séptimo año de mandato, se creyeron imprescindibles, irremplazables y sufrieron el síndrome del faraonismo o cesarismo por culpa de los “llunkus”, quienes los convirtieron en megalómanos; entonces, terminaron por creer que el poder es un fin.
En ese nivel de envilecimiento, cualquier proceso, llámese revolucionario o de cambio, comienza su decadencia porque la gestión se convierte en una disputa a muerte por la preservación del poder. Dicho de otro modo, el cambio ya no es importante sino el poder; en ese momento el líder circunstancial deja de ser revolucionario y se convierte en conservador porque su principal preocupación es mantener los privilegios. Ya no diferencia entre proceso y líder; menos entre instrumento político e historia, cree que el uno encarna el otro, entonces se constituye en un peligro para la propia revolución. 
Las democracias más estables y con mayores avances en términos sociales, políticos y económicos tienen como práctica la alternancia en el poder, admitiendo la reelección por única vez para oxigenar el sistema.  
La historia demuestra que las sociedades donde hay rotación en la administración del poder, como Finlandia, Alemania, Estados Unidos, ahora Brasil, sus niveles de desarrollo humano son buenos o mejoran ostensiblemente. Las excepciones son China y otros países de Asia, que crecen vertiginosamente, pero tienen a sus habitantes con derechos recortados. 
Incluso los países monárquicos, España, Inglaterra, Dinamarca, Holanda, Suecia, han comprendido que la rotación en el mando es garantía de salud democrática; por esta razón han convertido a su rey o reina en un símbolo sin ningún poder de decisión en las políticas públicas. Los seres vitalicios gobiernan en el cielo, los mortales, en la tierra.
La presencia de un político en el poder por más de 10 años es el principio de la “mubarización” de su ser; pasado ese tiempo se convierte en un enemigo de la población a la cual quiere representar. 
Las personas sabias y con visión de historia dejan el mando como Lula para garantizar la prosecución de los cambios; en otras palabras, prefieren morir políticamente para dar larga vida al proceso. ¿Entenderán Chávez y sus amigos que por encima de los egos personales están las revoluciones? La larga estancia en el poder corrompe el proceso y se convierte en causa de la contrarrevolución o de otro proceso más profundo, pero después de haber fundido las esperanzas de todo un país.
El poder envilece
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