El Estado del vivir bien y el «ser resentido»

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Andrés Gómez Vela

La filosofía de los Siglos XVII y XVIII, encabezado por Descartes, rompió la relación mundo natural y sobrenatural. El aforismo “pienso, luego existo” describió el valor de la autosuficiencia, “yo por sí mismo”, y separó la unidad Hombre-Naturaleza. Propuso aprovechar los recursos naturales lo más que se pueda para su disfrute. El ser humano rompió sus vínculos comunitarios para encerrarse en su “yo”, y se trazó un nuevo objetivo: la felicidad, pero no celestial, sino la de este mundo sobre el dominio total de la naturaleza.
Así nació la moral hedonista de la burguesía, que parió un nuevo sistema económico: el capitalismo; y una nueva estructura jurídico-político: el Estado liberal de Derecho asentado en el Derecho Natural. Desde entonces, el ideal de máximas ganancias envolvió a este individuo burgués que terminó de relacionar el concepto de felicidad con la desmedida acumulación de riqueza y poder.
La concepción de poder basada sobre la metafísica o la elección divina dio paso al poder originado sobre la voluntad general, natural, el voto. La construcción de poder va de abajo hacia arriba, del pueblo al gobernante, y ya no de arriba hacia abajo, del monarca al vasallo. Entonces, el poder se convierte en el nuevo objeto del deseo insaciable y de felicidad de la burguesía, que embobada en su moral de ilimitada acumulación de riqueza fundió la relación poder económico/poder político. Así erigió el llamado Estado de Derecho y  al sujeto enemigo de la naturaleza, por tanto enemigo del hombre.
Esta visión se impuso en Bolivia en 1826, cuando se constituyó un Estado Liberal, pero sin Burguesía, un curioso Estado de Derecho en una sociedad estamental y no clasista con el 90% excluido del ejercicio de derechos civiles y políticos. Este Estado parió a un ser boliviano humillado, el indígena, y a un ser dominante: el criollo. El primero, nieto de la moral comunitaria y ambientalista; el segundo, hijo del individualismo.
El Estado Social de Derecho llegó en 1938 y a contrapelo coexistió con una oligarquía con poder supraestatal. Ésta fue derrotada por la Revolución del 52, que develó un ser contradictorio: un indígena resentido con su historia (500 años), pero con una seria proyección de toma de poder gracias al reconocimiento de sus derechos civiles y políticos (entre ellos el voto) 127 años después de vigencia de la constitución liberal. 
La burguesía boliviana, creada por la Revolución, adquirió en pocos años una fisonomía oligárquica para retener el poder con dos instrumentos políticos: Fuerzas Armadas (dictadura) y partidos (democracia pactada). En 25 años estableció el Estado Liberal, pero con una Constitución Social de Derecho, que contempló en teoría los derechos sociales, económicos y culturales del indígena, pero no garantizó su ejercicio.
Ninguna de estas etapas propuso un ideal de ser humano. La sociedad estamental en pleno siglo XX reprodujo aquel “ser resentido”, aunque lo habilitó legalmente para que pueda participar en las instancias de decisión pública (referéndum, Asamblea Constituyente), pero no en la producción de la riqueza y en su distribución.
El estado liberal/colonial cae el 2003 y viene el Estado Plurinacional con una misión: equilibrar igualdad y libertad, garantizar el ejercicio de los derechos económicos, sociales, medioambientales y colectivos; y lo más importante: facilitar el paso de la coexistencia a la convivencia cultural. Sin embargo, sólo está incubando una burguesía cobriza con la moral hedonista de la Europa del medioevo. Es decir está cumpliendo la misión de la Revolución del 52.
El “ser resentido”, engendrado por la República, tomó el poder del Estado Plurinacional, por ello está lejos de cristalizar la sociedad del vivir bien y la ingeniería jurídica de la nueva Constitución. 
Ese “ser resentido” se sostiene en el “yo por sí mismo” y no transitará al “yo con nosotros” y menos redimensionará la unidad ser humano y Madre Tierra.

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