El dueño del gallo amarillo

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Walter Chávez Sánchez

Hace unos meses me tocó ser importante… y feliz. Pero primero debo contar (modestamente, por favor) que durante un buen tiempo trabajé en asuntos que dan notoriedad. Muchos de mis artículos se publicaban en periódicos respetados, gané algunas campañas políticas, mi foto aparecía en todas las terminales de los aeropuertos del mundo… y hasta fui asesor de un presidente que es poco menos que un mito… pero todo eso lo viví como un asunto banal… casi triste.

Recién me tocó ser importante DE VERDAD el 13 de junio pasado, cuando llegué con mi amigo Javier Delitte (El Yodo) a la fiesta de Palacios (en el norte cruceño) y un muchachón, de polera a rayas, con bermudas y chinelas, me señaló con su dedo y dijo, “ese señor pelón es el dueño del gallo amarillo que le ganó a la pajizo”. Y muchos me miraron, y algunos me sonrieron…

Me senté en una silla roja, y tuve ganas de llorar, pero como dijo Norman Mailer, los tipos duros no bailan ni lloran… entonces volteé la cabeza por sobre mi hombro y vi mi pasado… vi a un niño sin zapatos, sentado debajo de un guayabo, ahí en mi Tembladera… dándole de comer maíz a un gallito negro criollo… Me vi otra vez, caminando junto a mi perro Cholo, llegando a la gallera Santa Rosa y pidiéndole a don Apolinar Ruiz que lo haga pelear a mi gallo… y escuché nuevamente la risotada de un señor gordo que dijo sin mirarme: “no vamos a gastar pólvora en gallinazo, ese gallo es Chusco (bruto)”…

La rebeldía/romántica de Manuel González Prada sostenía que “los bienes y las glorias de la vida, nunca llegan o llegan tarde”… pero creo que en mi caso no hubo mucho rezago. Cuando el muchacho que me quitó mi nombre y señalándome con el dedo dijo que yo simplemente era “el dueño del gallo amarillo”, sin saberlo, estaba haciéndome el mayor de los favores… hizo real un sueño que tenemos los galleros desde que somos niños: ¡criar un gallo que sea tan bueno… tan recordado en la cancha… que nos quite el nombre!!!

Así que yo soy en ese pequeño pueblo “el dueño del Gallo Amarillo”, ni más ni menos tampoco.

El “Amarillo” es hijo del Pitanga del difunto Jorge Zamora, en una gallina pintada de Ney. Los pitangas son unos gallos que según se sabe los sacó Joao Veppo. Como en el mito bíblico, dicen que fueron doce pollitos los que dieron origen a esta dinastía. Y se criaron sin muchos cuidados en un árbol que en Brasil lo llaman pitanga, y de ahí tomaron su nombre. Esto ocurrió la década de los 70 y esa sangre circuló casi por todas las galleras de Brasil, Argentina y Bolivia.

El día que lo llevamos al torneo de Palacios, el amarillo tenía apenas 11 meses. Ni bien lo vieron llegar, con los cachos recién brotados, se acercaron dos muchachos y nos dijeron, “tenemos un pollito para ese”. Era un pajizo, casi chorreado, esbelto pero con cola corta… y era un gallo ya viejo. Ya después de empuyonar y en plena mojada, uno de los muchachos comentó “este ha sacado 3 torneos, vamos a ganarles rapidito”. Pero la ingenuidad del jovencito no tomaba en cuenta que no nos estaba hablando a nosotros, sino a un Gallo Pitanga… por eso exageró también cuando ofreció de entrada 100 a 70…

El amarillo sólo estuvo de pie en los primeros revuelos, ya cuando entraron a pico, el pajizo lo tumbó a la primera patada… tuerto y herido en el cuerpo, el amarillo se apegó y empezó a correr, pero tratando de pechear, aunque apenas se podía mantener parado… “ojala pasemos los cinco minutos”, me dijo El Yodo… pararon las apuestas, ya no había casi nada que ver, el pajizo iba a sacar su cuarto torneo… pero el amarillo empezó a meter presión en la pecheada y poco a poco se dispuso a soltar las patas… al sentir castigo, el pajizo se aceleró para definirlo le dio una paliza al amarillo… pero ya no peleaba contra un gallo normal… el amarillo seguía trotanto… ya había vencido al dolor y ahora iba a vencer al pajizo… con el cuello alto, dominó a un lado, al otro, y empezó a meter cacho… Y empezaron otra vez las apuestas… y los rumores, “ningún gallo se levanta así”… “estos gallos que traen de Santa Cruz vienen drogados”… a los 20 minutos, el pajizo estaba echado en el piso y yo tenía en mis manos a mi gallo que aun herido no dejaba de cantar… En cosa de minutos, había dejado de ser un pollito y se había convertido en un auténtico gallo pitanga… y yo, había dejado de llamarme Walter, para ser simplemente “el dueño del Gallo Amarillo”.

Después, el Amarillo fue al torneo del Chapare y le cobró las cuentas a un gallo cochabambino. Fue a la fiesta de San Julián y le sacó el pellejo a un gallo traído de San Matías… y ya gordo y a contra coteja entabló con un gallo de Didí, en Santa Cruz. Hoy ya es un viejo garañón y canta libre en la casa de mi amigo Kiko, con tres gallinas… la historia de los pitangas tendrá continuación….

Encontré en una página del filósofo español Fernando Savater el recuento de la historia del dramaturgo griego Esquilo. Después de haber vivido tantas glorias literarias, después de haber recibido la adulación pública por su Orestiada… Él renunció a estas vanidades y pidió que en su epitafio simplemente mencionen como uno de sus mayores logros que “peleó en Maratón”… los galleros (modestamente)… tenemos un sueño parecido… que se nos recuerde solo por los actos de valor de los combatientes que criamos… y vivimos para eso… según esa magia vivimos…

En las tardes de Yapacaní, echados sobre una hamaca… empezamos a desenrrollar historias… un gallo nos lleva a otro gallo… una pelea nos lleva a otra pelea… las palabras se entrecruzan… se enroscan como los remolinos de un río… nunca acaban… y Ney no es Ney, sino el dueño del Gallo Cenizo (El que Siempre Va)… Chichi Soliz es el dueño del gallo Ciego… El Yodo es el dueño de los Mueitos… Henry Fuentes es el dueño de los pajizos… don Chichi es el dueño del Gallo Pluma… y yo no soy Walter (ese niño que en Tembladera soñó con ser gallero)… soy el dueño del Gallo Amarillo… ni más ni menos.

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