En las elecciones generales del 2002, los candidatos Evo Morales y Felipe Quispe sorprendieron al lograr un importante respaldo. La gente no votó tanto por ellos, sino por lo que representaban y contra la partidocracia, pero a través de ellos. Para este efecto contribuyeron algunas circunstancias, entre ellas la “ayuda” del embajador de Estados Unidos de ese entonces, Manuel Rocha, quien pidió no votar por Morales, cuando en realidad su objetivo era que voten por él. Un pedido muy bien calculado a un electorado antiimperialista. De este modo consiguió subir el caudal del dirigente cocalero y desbancar del segundo lugar a Manfred Reyes Villa con lo que facilitó las alianzas en torno a Sánchez de Lozada, pues, aquella vez Morales aún no era potable. Si el Capitán lograba el segundo puesto, se armaban las alianzas en torno a él y se cristalizaba la consigna todos contra Goni. Con la subida de Mesa, el país comenzó su tránsito hacia el llamado proceso de cambio al incluir la Asamblea Constituyente y el Referéndum en la Constitución. En esa gestión también empezó el desplazamiento de la oligarquía cruceña de los espacios de poder, que sumado a las indecisiones del momento configuró un escenario de crisis política entre el viejo Estado y el nuevo que quería adelantar su nacimiento. Ante la presión, Mesa jugó la estrategia del insustituible y presentó su renuncia sabiendo que no le iban a aceptar porque no había otra alternativa al frente. La primera vez surtió efecto la pregunta sin respuesta: “Después de mí, ¿quién?”.En ese escenario apareció Morales, quien acumuló tres tipos de votos: a) el voto confianza, de un sector que lo vio como alternativa a la decadencia de la partidocracia; b) el voto venganza, de sectores cansados del rey del bloqueo a quién querían ver al frente de la vereda de la destrucción; c) el voto esperanza, de sectores indecisos que no tenían otra alternativa. Así emergió el gobernante de hoy. Morales no estaba en los planes de los bolivianos, como no está probablemente quien viene detrás de él. Hoy, a dos años y algo más de las elecciones de 2014, volvimos al mismo punto de 2002 y 2005 y la misma estrategia: después de mi (Evo), ¿quién? Los masistas miran a todos lados y pregonan que no ven a nadie para causar la misma sensación de vacío en el electorado, pero saben que hay y lo conocen y lo identifican atacándolo. La intención es clara: infundir miedo, incertidumbre e inseguridad más allá de Evo.Sin embargo, el electorado comenzó a hacer cálculos mentales hacia el 2014. En ese sentido, divisa al candidato que acumulará el voto antievo, a quien apoyará sólo por restar a Morales, particularmente en Santa Cruz, Beni, Pando, Tarija, Chuquisaca, Potosí. Igual que en 2002 y 2005: votar contra los neoliberales sin pleno apoyo al votado.A esa forma de voto se sumará el voto confianza (en La Paz, Oruro) sobre la base de su calidad de gestión, a la que temen demasiado en Palacio. Y también sumará el voto esperanza de aquellos grupos cansados del método del enfrentamiento, de los ditirambos mitificantes del caudillo, del cinismo del poder, la improvisación, el desconocimiento de la Constitución, la carencia de institucionalidad democrática, la corrupción solapada y la violación a la Madre Tierra con la carretera por el TIPNIS.¿Será suficiente esa suma de votos para desplazar al MAS? Morales tiene fuerte presencia en determinados grupos sociales y algunas plazas, particularmente en el área rural, y ha crecido en lugares tradicionalmente no masistas. El rival de Morales será producto del proceso de cambio y se beneficiará de los mismos tres tipos de votos que acumuló Evo ¿Cómo identificarlo? Sencillo, será el más atacado, tanto en su persona como en su gestión. El MAS ataca a quien teme, al resto ignora o lo usa como justificativo de sus errores.
El candidato
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