“¡Cómo puede ser gobernador (Rubén Costas) de un departamento si no puede gobernar su lengua!”, le dijo una senadora del MAS a un ex senador de la oposición, quien me lo dijo y yo se los digo a ustedes (para probar que el gobierno de la opinión pública es un proceso sumativo y un viaje de ideas de lengua a lengua y de ser a ser). Lo que no sabemos es quien le dijo a Rubén Costas que dijera lo que no estaba escrito (en su discurso, ¿o a su escribidor se le olvidó ese valioso detalle?) sobre el “jacobino andino”. En este caso el papel no aguantó todo, al menos no la palabra narcotráfico ni el nombre Álvaro García Linera, pero la lengua de Rubén sí aguantó y se declaró autónomo de su pensamiento.
Las pruebas reflejan que el gobernador no gobierna su lengua, entonces (lógica aristotélica) no administra bien sus palabras y malversa la construcción de sentidos, incluso, su sentido común. ¿Quién gobierna al gobernador? Su lengua, sus emociones, sus fobias, sus frustraciones y el amor a su “noble sangre”. Su razón ha sido opacada hace rato, su pensamiento ha dejado de ser el instrumento de su liberación; ahora es esclavo de sus palabras y quizás pronto sea preso de envenenada lengua si prospera el juicio por desacato que acaban de incoarle.
Dijo lo que no debía decir o si decía debía decirlo con las menores probabilidades de mentira en la mano. Y lo dijo contra alguien a quien no podía decirle nada porque éste tiene el poder de decir todo lo que quiera contra todo aquel que quiera. La última víctima del poder de su lengua fueron los indígenas, a quienes los cambió de izquierda a derecha; con la habilidad de la acrobacia lingüística los presentó ante la sociedad y el mundo como marionetas del Imperio; nada sería eso, con una admirable elasticidad eufemística les etiquetó el rótulo de “lacayos” de USAID. Pero no presentó ni una sola prueba ante su lengua apodíctica y nadie se animó a enjuiciarlo por desacatar la rigurosidad de la razón.
La “revolución” ha mutado de una lucha de clases a una lucha de frases y ha generado un gobierno de la lengua del poder dispuesta a triturar, en el teatro mediático, a todo aquel que ose decir una palabra reflexiva y muy bien razonada.
Esta lucha la comanda el gobernador de los gobernadores, Evo Morales, quien tampoco gobierna sus palabras, al igual que su nuevo “amigo de lengua” Rubén Costas, por eso habla mal de aquel que no habla bien de él, así aquel tenga la razón, y lo trata como si fuera entenado de la Pachamama, cuando en realidad son hijos tan legítimos como la propia hoja de coca y los pobladores de Orinoca.
Dios nos libre de esas poderosas lenguas, tan poderosas que han echado tierra al ojo de la razón, eclipsado el pensamiento y han intentado dotarle de materia gris a ese pequeño órgano capaz de pronunciar una palabra sin conocer su significado real.
El pez muere por la boca, Costas, por su lengua. No pasa lo mismo con Evo y Álvaro, su lengua tiene fuero especial, blindaje, a tal punto de convertir la mentira en “verdad” y la ciencia en apariencia.
Mejor la paro aquí, capaz de que me traicione la lengua, me abandone el pensamiento y quede como un huérfano de la razón y hable lo que no estaba escrito en mi mente. Les digo esto que no me lo dijo nadie, pero les pido que se lo digan a todos: hablamos de la lengua del poder porque somos amigos de Evo y Álvaro, pero somos más amigos de la verdad y del proceso. Y nos esforzamos por cultivar el arte de gobernar el pensamiento para gobernar la lengua.
El arte de gobernar la lengua
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