Diciembre

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Patricia Vargas
 
(Tomado de La Razón)

En diciembre las ciudades viven distintos cambios, especialmente los referidos a la configuración urbana. Los espacios públicos se visten de gala durante esos días. Allí, la iluminación y la luminotecnia predominan sobre todo en los centros urbanos, y se convierten en cómplices directos de la estética temporal y la algarabía navideña. Ambas instaladas y proyectadas en las edificaciones del entramado financiero y del comercio.
 
Desde siempre, la Navidad fue relacionada con la familia, revalorando cualidades de unión y reconciliación. Sin embargo, cada vez se agudiza más (particularmente en las ciudades desarrolladas) la fuerza del individualismo, que repercute en lo urbano y es un motivo de preocupación para las sociedades. Si bien el siglo XIX se caracterizó por ser la era del individualismo, aquello estuvo enfocado esencialmente en los valores personales. En la modernidad el encuentro fue recuperado; pero hoy, en el nuevo siglo, la soledad forma parte del vivir cotidiano.
 
La Paz es la ciudad que en diciembre vive la celebración más respetada por la religiosidad de una buena parte de sus habitantes. Y es por ello que no se puede desconocer que esta época dota a la urbe de una pluralidad de significados inspirados en los distintos simbolismos que trae consigo lo sagrado. Así, aquéllos llevan a los actores directos (la ciudadanía) a buscar una especie de conexión con lo divino. Esto, fuera de cualquier discordia o coincidencia religiosa.
 
Contradictoriamente a ese acercamiento con lo espiritual, diciembre es la época económica más explotada y aprovechada por el comercio en general, y aquello repercute esencialmente en los sectores más transitados.
Acorde a lo anterior, existe otro aspecto que se complementa a la cotidianidad urbana: el hecho de que los espacios públicos en esta época, en La Paz, son el centro de diversas acciones y visitas de la ciudadanía toda. Lo particular radica en cómo la juventud y los adolescentes se apropian de aquéllos. Y es que luego de haber  terminado el año escolar y universitario, la calle (ese espacio público donde prima la heterogeneidad incalculable de acciones) es lo más atractivo para la población joven. La turbulencia y esencialmente el peligro les atraen sobremanera, y es a partir de ello que el capital humano más importante de un país se mueve por doquier y hace suyos los centros vitales de la ciudad. 
 
Notoriamente, diciembre es el mes en que La Paz vive la efervescencia de una fiesta que le agrada a su habitante, y por eso la ciudad es “tomada” por la población hasta el 25 de diciembre. No obstante, paradójicamente, la urbe luego es abandonada por un buen número de personas, que huyen en busca de descanso luego del estrés acumulado. Esto permite contar por algunos días con una ciudad relativamente tranquila, para disfrute de los que se quedan.
 

Independientemente de todas esas realidades que parecen contradecirse entre sí, en La Paz es posible detectar en meses como éste la fuerza del espacio público, fuerza que en otros países se encuentra en pleno declive. Ese valor desplazado lleva a algunos pensadores a afirmar que, por no entender a las ciudades, se matará la vida urbana y luego se pretenderá darles respiración de boca a boca.

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