En diciembre las ciudades viven distintos cambios, especialmente los referidos a la configuración urbana. Los espacios públicos se visten de gala durante esos días. Allí, la iluminación y la luminotecnia predominan sobre todo en los centros urbanos, y se convierten en cómplices directos de la estética temporal y la algarabía navideña. Ambas instaladas y proyectadas en las edificaciones del entramado financiero y del comercio.
Acorde a lo anterior, existe otro aspecto que se complementa a la cotidianidad urbana: el hecho de que los espacios públicos en esta época, en La Paz, son el centro de diversas acciones y visitas de la ciudadanía toda. Lo particular radica en cómo la juventud y los adolescentes se apropian de aquéllos. Y es que luego de haber terminado el año escolar y universitario, la calle (ese espacio público donde prima la heterogeneidad incalculable de acciones) es lo más atractivo para la población joven. La turbulencia y esencialmente el peligro les atraen sobremanera, y es a partir de ello que el capital humano más importante de un país se mueve por doquier y hace suyos los centros vitales de la ciudad.
Independientemente de todas esas realidades que parecen contradecirse entre sí, en La Paz es posible detectar en meses como éste la fuerza del espacio público, fuerza que en otros países se encuentra en pleno declive. Ese valor desplazado lleva a algunos pensadores a afirmar que, por no entender a las ciudades, se matará la vida urbana y luego se pretenderá darles respiración de boca a boca.