Alguien no quiere a Evo

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Un gobierno indígena sin indígenas es como una democracia sin pueblo, que no es lo mismo que una burguesía sin proletariado. En la primera sentencia el segundo sujeto es la explicación del primero; en la otra, el segundo sujeto es la consecuencia del primero, pero a la vez la causa de la destrucción de aquel.
El caso boliviano se ubica en la primera sentencia porque el gobierno del MAS se propuso, tal vez sin medir las consecuencias, disolver a la razón de su existencia: los indígenas. No es una destrucción física, sino algo peor: una destrucción de confianza, de credibilidad, cuyas secuelas son duras en la práctica política, porque significa anular a la CIDOB ante los ojos de la comunidad, mostrando a sus dirigentes como marionetas manejadas, nada más ni nada menos, que por el Imperio, a través de USAID.
La construcción de este sentido discursivo del MAS demuestra que para algunos niveles del gobierno el poder es un fin y no un medio y, lo más paradójico, es que es utilizado contra sus propias bases, la razón de su existencia. Parece metafísica política formulada para convertir a los familiares ideológicos en adversarios reales, cuando en verdad se trata de una realidad política porque el poder ha cercado al menos a una decena de autoridades masistas en un pináculo que los aleja de su historia.
El MAS no sufre una mutación ideológica, sino un travestismo de valores o, mejor, un naufragio de valores, que ha borrado de su diccionario palabras de gran contenido en las nuevas formas de hacer política: lealtad, agradecimiento y honestidad intelectual.
Es probable que esta dramática realidad sea producto de la metamorfosis política que causa el poder como un fenómeno psicosocial, que puede llegar a transformar a una persona sencilla en un ser complejo (o acomplejada) y alejada de la rigurosidad racional. Finalmente, se pueden buscar muchas explicaciones para interpretar las recientes reacciones gubernamentales, sin embargo, hay una que tiene mayor coherencia por respeto a la inteligencia oficial: alguien no quiere a Evo Morales. Bueno, de hecho que hay mucha gente que no lo quiere (no es nada extraño, pues ni los remedios medicinales tienen el aprecio social absoluto), lo preocupante, en este caso, es que ese alguien es uno de sus supuestos epígonos y convive con él.
En otras palabras, Evo Morales gobierna con el enemigo, que le hace hablar de pollos y Coca Cola en una Cumbre de Medio Ambiente; que le induce a presentar a sus amigos como lacayos del Imperio o descalificar a todo sujeto político con pensamiento crítico con las falacias más bajas.
El poder mueve su envenenada lengua, pero no envenena a sus enemigos, sino a Evo Morales, para el disfrute de aquel que no lo quiere, aunque hacia el público diga que sí lo quiere, cuando en realidad lo que quiere es matar la era del presidente indígena, inutilizándolo como intolerante, ignorante y poco democrático.
La intención, de ése que no le quiere, es acabar con el aura impecable del jerarca masista hasta el 2014 y presentar, luego, desde el propio seno del MAS a un nuevo postulante con pensamiento mestizo para reconducir el proceso.
Indudablemente es una disputa por el poder en el mismo seno del poder entre aquellos que proclaman al gobierno indígena, pero sin indígenas y aquellos que defienden a los indígenas a pesar de un gobierno indígena porque lo importante es la coherencia entre el decir, el pensar y el hacer.
¿Quién es ese que no quiero a su máximo líder? ¿O será que el propio Evo Morales no se quiere así mismo?

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