El Eternauta: Una reflexión sobre arte y política

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A riesgo de decepcionar a los catequistas y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que, como lo decía al comienzo, escribe para su regocijo o su sufrimiento personal, sin la menor concesión, sin obligaciones “latinoamericanas” o “socialistas”
Julio Cortázar, carta a R. F. Retamar

Por: Marcelo Barros

¿Qué es un clásico?

Una obra de arte alcanza la dignidad de un clásico cuando aúna lo universal y lo particular. La serie que tanto ocupa a la opinión pública en estos días se basa en un comic cuya narrativa, personajes y contexto son irreparablemente argentinos, pero que también tratan sobre la lucha de un grupo de hombres y mujeres enfrentados a la opresión genocida y esclavizante de una fuerza invasora. Siendo El Eternauta una historieta que siempre tuve en gran estima, lo primero que debo decir sobre la serie es que no me defraudó. Algunos esperaban una fidelidad absoluta para con la historieta original. Debo decir con Ortega que uno se vuelve reaccionario cuando ya no es capaz de darle vida al pasado. La moderna versión audiovisual, al adaptar la historia a la Argentina de hoy, le da nueva vida a un clásico del género de la historieta que muchos desconocían. De hecho, cuando Oesterheld y Solano López crearon El Eternauta la historia transcurría -para ellos- en su actualidad, la de 1957. La virtud de lo clásico es la de trascender las fronteras del tiempo haciendo confluir, no sólo lo universal con lo particular, sino también lo viejo con lo nuevo. Como decía Max Jacob, lo verdadero es siempre nuevo. Por lo demás, es debate estéril considerar una serie o una historieta como géneros “menores”. El arte es de linaje de erotismo: gusta o no gusta, conmueve o no, causa el deseo o no lo causa. Personalmente mi espíritu se nutre más de El Eternauta que del mingitorio de Marcel Duchamp, aunque las comparaciones están fuera de lugar. Más allá de estas fatigas, El Eternauta trascendió el comic para pasar a las artes audiovisuales. Pero el debate mayor que ha tenido lugar a partir del estreno de la serie dirigida por Bruno Stagnaro, es el del sentido político de la historia. ¿Se debe politizar o no? Hay que tener en cuenta que despolitizar es también asumir una posición política. Pero vale plantear si hay en la historia un valor que trascienda lo político, dado que personas políticamente opuestas al autor de la historia, pese a ello, la admiran.

¿Separar la obra del autor?

El Eternauta no es una historieta entre otras. Publicada por entregas en el semanario Hora Cero entre 1957 y 1959, alcanzó una marcada popularidad dentro del género. Una invasión alienígena es el nudo central de la narración. Considerada desde el inicio como una de las historietas más importantes de América Latina, tuvo sucesivas reediciones, secuelas y versiones. Héctor Germán Oesterheld fue el autor del guion, y el comic original contó con la ilustración de Francisco Solano López. De las tres versiones gráficas de El Eternauta, la segunda fue iluminada por Alberto Breccia y publicada en la revista Gente en 1969. Versión segunda rápidamente cancelada, en parte por el estilo vanguardista de las ilustraciones de Breccia, pero más verosímilmente por su contenido político, dado que en esta oportunidad las grandes potencias de Occidente les entregan América del Sur a los alienígenas como moneda de negociación. No está de más señalar que la estación Uruguay del subterráneo de Buenos Aires cuenta con una de las ilustraciones de Breccia. El Eternauta es una obra maestra en su género, como lo es en el suyo el Martín Fierro de José Hernández. Pero si el contenido político del poema épico es notorio, en la historia de Oesterheld eso no es tan evidente. En principio, es la tragedia de la familia Oesterheld la que conecta la obra con las violencias de la historia nacional. Oesterheld, y sus cuatro hijas fueron víctimas del genocidio perpetrado por la última dictadura cívico militar. Dos de las muchachas estaban embarazadas. Algunos argumentan que esa atrocidad no guarda relación con una historia de ciencia ficción narrada en 1957. Sin embargo, todas las versiones gráficas fueron escritas durante dictaduras militares (Aramburu, Onganía, Videla) y Oesterheld fue un militante activo. ¿Es el opresivo régimen alienígena una metáfora de las dictaduras? Probablemente. Lo cierto es que toda obra de arte está hecha desde las pasiones, luminosas u oscuras, del autor. En tal sentido el hacedor y su obra no pueden separarse. Sólo se justifica hacerlo cuando se quiere cancelar la obra por causa de las ideas o los deméritos personales del creador. En ese caso, “separar” significa únicamente preservar la obra. Por ejemplo, Olympia (Riefenstahl, 1938) fue reconocida como una joya del cine, a pesar de estar inspirada en el nazismo y de ser un instrumento de propaganda nazi. Al parecer, ese filme fue más que eso. Y es ese algo más lo que nos interroga.

El Eternauta y la grieta

La división de los argentinos se ha vivido en torno a la serie. Lo que vagamente podemos llamar “progresismo” enfatiza la historia de la desaparición de Oesterheld y su familia. Nos recuerda que acaso dos nietos del autor hayan visto la serie sin saber que es la obra de su abuelo. Busca rescatarla, no sin razón, de su disolvencia en el campo del entertainment. Algunos van un poco más lejos -acaso demasiado- al proclamar que la nevada mortal que azota a los personajes sería una referencia a “las fuerzas del cielo”, expresión favorita del presidente Javier Milei, convirtiendo la serie en un alegato izquierdista contra el gobierno actual. Del otro lado de la grieta también hay reivindicaciones, porque la serie, que devino un éxito global, ha sido producida por la plataforma Netflix, y no faltan los comunicadores que aprovechan esa aprobación mundial para resaltar lo que ellos ven como el triunfo del emprendimiento privado sobre el estado. A la vez, resaltan el hecho de que la historia no tiene una referencia política tan manifiesta como otros querrían, sin contar con que los actores -sobre todo el protagonista- no son figuras emblemáticas de la izquierda. Por otra parte, que esta vez Juan Salvo sea un veterano de guerra, y que como tal tenga capacidad para combatir, disgustará a algunos sectores progresistas, entusiastas de la “desmalvinización” para quienes los veteranos no fueron combatientes. Pero el progresismo tendría razón al resaltar un mensaje explícito de la historia, que era también el de Oesterheld: “uno no se salva solo, y el heroísmo es colectivo”. El mensaje va contra el individualismo que promueve la sociedad de mercado. Sin embargo, la maldad también puede ser colectiva, porque que el espíritu de consorcio bien puede atentar contra el bien de todos.

“Primero el partido”

La reivindicación del bien de todos es fatigada por la retórica de políticos y militantes, pero fuera del fútbol la fraternidad es imposible en Argentina. Alguien dijo que “esto lo arreglamos entre todos, o no lo arregla nadie”. Ergo, no lo arregla nadie. Si todas las naciones tienen sus sectarismos, muchas se unen temporalmente ante una amenaza externa. ¿Ocurrió eso alguna vez en Argentina? La prevalencia de la patria no tuvo lugar en ninguna de las guerras que libró nuestro país, ni siquiera en la de la independencia. Tampoco durante la pandemia. El partidismo jamás cedió su prevalencia. El viejo consejo de Martín Fierro, el de la unidad de los hermanos, todavía espera ser atendido, y la invasión alienígena, de ocurrir verdaderamente, tendría un éxito rotundo. El Gral. San Martín dijo que era una felonía imperdonable el hacer prevalecer un “indigno espíritu de partido” por sobre el sentimiento patriótico. Y es que ya entonces él percibió que esa indignidad era una regla que conoce pocas excepciones. Acaso por tal razón son los argentinos los que se destacan, y no la Argentina. Es lo que Borges llamó “nuestro pobre individualismo”. La patria, como el estado y demás instituciones, son vagas abstracciones en las que el argentino no cree. Tal vez por eso el psicoanálisis encontró aquí su tierra prometida.

Lo inaccesible a todo análisis

El Eternauta es una obra maestra en su género. Es posible que su versión audiovisual comparta esa excelencia. Cuestión de gustos. Pero hay obras que, gusten o no, perduran a través del tiempo y del espacio, y sospecho que la historia de los jugadores de truco resistentes a la invasión alienígena perdurará como parte de la mitología nacional. ¿Es por su mensaje político, y por el martirio de su autor que la historieta alcanzó tal grandeza? Muchas obras de arte admiten ser leídas políticamente. Muchas denuncian males sociales. Pero eso no basta para que trasciendan y lleguen a formar parte del canon viviente en el imaginario y la cultura de los pueblos. Aquí hay que recordar con Freud que la genialidad de una obra es independiente de la lectura que de ella se pueda hacer desde el psicoanálisis o la política. Podemos leer el Edipo en Hamlet, pero también en muchas otras ficciones, y sin embargo es la pieza de Shakespeare la que se sigue representando después de siglos. Hay algo en el impacto de ciertas obras que es inaccesible a todo análisis. Por eso el arte ilumina a los psicoanalistas y no al revés. Ojalá iluminara a los políticos. Pero eso es mucho más difícil.

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