Democracia, siempre democracia

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América Yujra Chambi

Entre los 365 días de este casi fenecido 2025, el pasado 26 de diciembre fue quizá la jornada más colorida y ruidosa del año. No tiene nada que ver con los adornos y espectáculos propios de diciembre. Estoy hablando de democracia.

Una de las antiguas voces autorizadas sobre el tema es Alexis de Tocqueville. Vio con mucho interés las noticias que llegaban a la Francia post Revolución sobre Estados Unidos. Tras la independencia de sus trece colonias, adoptó una Constitución que, aunque no era del todo democrática, generó un cambio social en los seres humanos que habitaban ese territorio. El motivo: el establecimiento de una democracia representativa.

En 1831, frustrado porque no veía un cambio similar en su tierra, decidió viajar a Estados Unidos para ver ese “experimento social” de cerca. Su estancia la contó en dos volúmenes: el primero publicado en 1835; el segundo, en 1840. Años después se editarían bajo el título La Democracia en América.

Hago referencia a Tocqueville porque tanto su curiosidad como su experiencia fueron movidas por una premisa inequívoca —tan vigente entonces, tan vigente hogaño—: la democracia, más que un sistema político, es una forma de vida.

La firme creencia en el sistema político establecido, el sentido de igualdad y la participación hacía, en aquella época, que los estadounidenses vivieran con confianza en la democracia. Le tenían una estima casi religiosa, observó Tocqueville. Tan era así que en cada acto relativo a ésta (elecciones, por ejemplo), la gente se movía, participaba contagiada por el frenesí emocional colectivo propio de esos escenarios, a veces, cayendo incluso en lo irracional.

Más allá de esa efervescencia social, nuestro “viajero democrático” reconoció dos riesgos[1] peligrosamente no excluyentes: la tiranía de la mayoría, propiciada por líderes que encandilan multitudes apelando a sus frustraciones, rabias y anhelos; y el conformismo seguido de estancamiento de las personas, aquellas que aceptan la vida anodina establecida por ésa mayoría que, a la vez de adormecer, fustiga a quienes destacan, los inconformistas. De unirse ambos, el peligro para la democracia es mortal.

Esas deficiencias le provocaron cierto desencanto. Así lo expresó en una carta que escribió en 1835: “(…) ya no logro identificar algún camino intermedio entre un gobierno democrático y el gobierno de uno solo que está ejercido sin control. Ahora yo ya no deseo de ningún modo la segunda posibilidad. Así pues, nos queda la primera alternativa. Tampoco me gusta esta, pero la prefiero a la otra. Así, entre dos males elijo el menor”.

Nuestro “mal menor”, según el Democracy Index, publicado en febrero de este año, está catalogado como “híbrido”, con una calificación de 4.26 sobre 10 puntos. Cabe puntualizar que nuestra democracia viene reprobando dicho estudio durante las últimas dos décadas. Es probable que tengamos un resultado diferente el año que está próximo a comenzar. Para éste vaticinio, nos es útil adoptar una actitud tocquevilliana y así ver nuestra democracia de cerca y en un espacio temporal específico. Créeme estimado (a) lector (a), que la jornada del 26 de diciembre basta para analizar los acontecimientos sociopolíticos de este 2025 y determinar cuánto y cómo hemos avanzado como sistema y sociedad democráticas.

Desde las primeras horas, ya las redes estaban llenas de comentarios ante los diferentísimos mensajes navideños de Rodrigo Paz y Edmand Lara. El primero acorde a la fecha; el segundo, altamente conflictivo, subversivo y hasta sedicioso. Paralelamente, otros contenidos inundaban las redes: anuncios de candidaturas en el último día de inscripción para las Elecciones Subnacionales de marzo de 2026.

No era un 26 de diciembre común y corriente. Era feriado y, de paso, sin Boxing Day —una jornada especial por Navidad en el fútbol inglés. Sé que no viene al caso, pero debo expresar mi molestia ante el homicidio de una tradición de tan larga data. Los futboleros sabrán entenderme. —, así que decidí salir de casa. No lo hice en su búsqueda, pero fueron apareciendo ante mí otras muestras del ejercicio democrático.

Los sonidos de petardos rompían la tranquilidad de un día no hábil. Unos provenían de un grupo de personas que se agrupaba para bajar hacia el Tribunal Electoral Departamental (TED) de La Paz; otros de la marcha de la prebendal Central Obrera Boliviana (COB). El primer grupo era observado con interés; mientras que el segundo avanzaba entre silbidos, gritos e insultos. Reacciones acordes a los objetivos de ambos espectáculos; reacciones, a la vez, democráticas.

Avanzaban las horas, así también las manifestaciones rumbo al TED paceño y de otros departamentos. Transmisiones en vivo sucedían una tras otra en redes sociales. A diferencia de hace cinco años, donde el monopolio partidista permitía el despliegue de un sólo color; esta vez, el azul casi ni se asomó. Pero los tonos no eran lo único variopinto. Más que partidos políticos propiamente dichos, agrupaciones ciudadanas y alianzas coparon las calles aledañas a los TED y las listas de candidaturas registradas. El derecho político a ser elegido —así también la democracia en su vertiente participativa— en plena ejecución.

Todos y cada uno de los hechos descritos son producto de nuestra democracia y nuestras actitudes democráticas, condensadas en dos escenarios electorales que tuvieron lugar entre agosto y octubre pasados. Paz y Lara llegaron al poder gracias a la decisión democrática de una mayoría de ciudadanos que los eligieron sobre otras opciones. Gracias a ésa elección, el régimen que detentó el poder por 19 años fue expulsado y reducido a su máxima expresión. Mientras las crisis se tornaban más insostenibles, la ciudadanía fue recobrando sentido y se dio cuenta de la urgencia de acabar con el autoritarismo. Y así sucedió.

Pero también, gracias a ése despertar democrático —tanto social como institucional— tenemos hoy un vicepresidente con ínfulas tiránicas, que confunde un fuero especial con impunidad y que actúa con plena intención desestabilizadora en contra del gobierno que él mismo integra. Asimismo, en nombre de la democracia, la libre circulación y otros derechos vinculados están siendo afectados por grupos que siguen sometiéndose a los designios del “jefazo”.

Por otro lado, gracias a ése movimiento pro-democracia, el sistema de partidos dejó de estar monopolizado por el régimen. Sin embargo, todavía está lejos de una reconstrucción significativa, máxime cuando no existen partidos plenos, con cuerpo político suficiente; sino sólo agrupaciones y alianzas, muchas cuya línea de vida expirarán cuando las elecciones subnacionales concluyan.

Ya lo vaticinó Tocqueville en su tiempo: la fe ciega en la democracia puede ocasionar su destrucción. Creer que se arreglará sólo con unas elecciones es riesgoso y temerario. Si sólo se vota por votar, si elegimos a un candidato sólo porque empatizamos con su “historia” o es un “outsider” surgido de redes, si nos agrupamos sólo para una elección y no contemplamos coadyuvar en la reconstrucción del sistema de partidos, si preferimos marchar obedeciendo a un delincuente antes que comunicar idóneamente nuestras demandas o dialogar, la democracia seguirá mostrando deficiencias y contradicciones. Quizá cambiemos de gobierno y hasta de régimen, pero el conformismo y el estancamiento en propuestas populistas y pseudolíderes seguirán rondando amenazantes a nuestra aún frágil democracia.

Cuando en un proceso electoral destacan quienes hacen más ruido antes que las propuestas, cuando los ciudadanos se dejan encandilar por soluciones fáciles, algo muy malo sucede. Algo que involucra una descompensación racional en los votantes, una tolerancia e impasividad de las audiencias. A la vez, demuestra una crisis de conciencia democrática tanto en los votantes como en los partidos políticos y/o agrupaciones, en su identidad y su capacidad de ser garantes del juego democrático. Tienen el derecho a participar en elecciones u ofrecer propuestas políticas, pero también tienen el deber de presentar candidatos idóneos y competentes.

Aún todo, nuestro sistema democrático y el compromiso ciudadano con él han dados pasos importantes. Lo que antes parecía una ilusión —derrocar el régimen, renovar el sistema de partidos, despertar del adormecimiento social— hoy es una realidad que alimenta las esperanzas de un país mejor: donde prevalecen derechos y libertades de todos; donde el poder es sinónimo de servicio, no de dominación; donde instituciones (formales e informales) y ciudadanos entienden que —parafraseando a Friedrich Hayek— la democracia no es el origen del poder, sino es su límite.

Ciertamente, el sistema político boliviano no es el mismo de hace un año. Hay motivos para confiar en que podremos superar todos los descalabros ocasionados por el régimen masista. Claro, no será fácil ni rápido. Sin embargo, también debemos reconocer que aún se siguen cometiendo errores, que parte de nuestros conciudadanos aún son vulnerables a caer fascinados por individuos narcisistas o sociópatas con tendencias al conflicto.

Sólo sistemas democráticos fuertes pueden resistir y sobrevivir a gobernantes irracionales o viscerales. Y éstos sólo pueden edificarse a partir de sus miembros, es decir, de ciudadanos comprometidos, que entienden que la democracia es mucho más que un sistema de gobierno. Es, en definitiva, una forma de vida en sociedad.

Estamos a menos de tres meses de un nuevo proceso electoral. Tenemos una nueva oportunidad de seguir avanzando hacia un sistema político renovado, integrado por nuevos actores políticos con formación profesional, destacada trayectoria pública y ética. Dependerá, una vez más, de que elijamos con conciencia y responsabilidad. El país que queremos depende de que pensemos (y actuemos) en democracia, hoy, mañana, en marzo de 2026, dentro de un año, siempre.

América Yujra Chambi es abogada.

[1] Las referencias de éste y el párrafo anterior en: De Tocqueville, A. (2017). La democracia en América. Alianza.

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