Gamal Serhan Jaldin (@gamalbolivia)
El reciente anuncio del presidente Rodrigo Paz sobre la llegada de Starlink ha despertado entusiasmo y grandes expectativas. ¿Será este el punto de inflexión que transforme la conectividad nacional y cierre la brecha digital que aún separa a millones de bolivianos? Es momento de analizar si Starlink representa el salto tecnológico que Bolivia necesita, o si sus promesas orbitan más cerca de la ilusión que de la realidad.
Durante semanas, las redes sociales bolivianas se llenaron de entusiasmo. Algunos proclamaron el fin de Entel, Tigo y Viva. Otros anunciaban que por fin llegaría “el internet más rápido del mundo” a cada rincón del país. Sin embargo, como suele ocurrir en temas de innovación, el ruido mediático suele ser más veloz que la comprensión técnica. Para entender realmente lo que significa la entrada de Starlink a Bolivia, hay que separar el mito de la realidad.
Starlink no es una empresa tradicional de telecomunicaciones. Es una red de más de 8.900 mini satélites en órbita baja (entre 340 y 550 kilómetros sobre la Tierra) que se mueven a unos 27.000 km/h. Gracias a esa constelación, puede ofrecer conexión a internet casi en cualquier punto del planeta, incluso donde las antenas, la fibra óptica o las redes móviles no llegan.
El principio es simple y fascinante: en lugar de depender de cables submarinos o torres de telecomunicación, cada usuario instala una antena —el “kit Starlink”— que se comunica directamente con los satélites que orbitan sobre su posición. Es, literalmente, internet que cae del cielo.
Y aquí está su principal valor para Bolivia: cobertura. Starlink no busca competir en las ciudades —donde ya existe infraestructura de fibra óptica o 4G— sino en las zonas rurales y dispersas, donde la brecha digital sigue siendo abismal.
En Bolivia, el satélite Túpac Katari —administrado por la Agencia Boliviana Espacial— lanzó su propio servicio “Sube”, que ofrece internet satelital residencial desde 298 bolivianos por 10 GB mensuales. Aunque los precios y las velocidades de Starlink son menores, el concepto es el mismo: llevar conectividad donde nadie más llega, con satélites a una altitud 100 veces menor, reduciendo significativamente la latencia y mejorando la velocidad.
Por eso, conviene poner las cosas en perspectiva: Starlink no reemplazará a las operadoras de telecomunicaciones del país. Lo que hace es introducir una alternativa complementaria en un mercado donde la competencia ha estado marcada por la falta de innovación y la limitada cobertura.
El consumidor, como siempre, decidirá. Pero la mayoría de los hogares urbanos seguirá eligiendo los servicios tradicionales de internet a través de fibra óptica o telefonía móvil, que ofrecen más velocidad por menos costo. Ahora bien, aunque el alcance inmediato de Starlink sea limitado, su llegada tiene un efecto estratégico importante.
Además, presiona al ecosistema local de telecomunicaciones. Si una empresa extranjera puede ofrecer conectividad directa desde el espacio, ¿cómo justificar las deficiencias de servicio, la lentitud en la expansión de redes o los precios elevados que pagan los bolivianos?
La competencia tecnológica es, también, una competencia moral: obliga a repensar la eficiencia, la transparencia y la calidad del servicio. Las empresas proveedoras de servicio de internet (ISP) podrían convertir a Starlink en aliado, mediante acuerdos locales, convenios o integraciones híbridas (fibra más satélite), podrían ampliar la cobertura sin necesidad de grandes inversiones.
El verdadero impacto de Starlink dependerá de cómo Bolivia integre esta tecnología y otras nuevas en su tejido social y económico. El futuro no será de quienes resistan el cambio, sino de quienes lo abracen con inteligencia y visión. Hoy, más que nunca, la innovación está al alcance de quienes se atrevan a conectarse.

