Pese a que la crisis persiste, en las últimas semanas se percibe una aparente calma económica. El reabastecimiento de gasolina —y en menor medida de diésel— desactivó la escalada de conflictos. Incluso los precios de algunos productos importados han comenzado a bajar, en respuesta directa a la moderación del dólar paralelo. Las gestiones del presidente electo también contribuyeron a un clima de expectativa y confianza.
Sin embargo, detrás de la calma no hay una estabilidad real, sino inflación reprimida. Los precios artificialmente bajos se sostienen gracias a una compleja red de subsidios, intervenciones y controles estatales, combustibles financiados con reservas de oro, deuda pública y déficit fiscal insostenible. El nuevo gobierno hereda una olla a presión a punto de estallar, y se enfrenta a un dilema económico crucial: seguir reprimiendo la inflación o sincerar los precios, asumiendo todo el costo político que conlleva este último.
Rodrigo Paz y su equipo centraron su atención en tratar de resolver la escasez de combustibles y asegurar fuentes de financiamiento externo. Esto es, han estado preocupados en cumplir su promesa de “garantizar gasolina y diésel desde el primer día”. Pero como bien dice el adagio, “lo urgente rara vez es lo importante”.
Lo verdaderamente importante es definir el rumbo económico. Y en eso el PDC ha sido ambiguo. Prometió controlar la inflación y, al mismo tiempo, también habló de liberar precios. Ambas metas son deseables y legítimas, pero en la práctica incompatibles. No se puede estabilizar sin sincerar la economía, ni sincerar sin inflación. Si bien anunció un “paquete de decretos” para los primeros días, tampoco arroja luces, porque los contenidos están celosamente resguardados.
A pesar de que el hermetismo impide anticipar los verdaderos alcances, al menos caben tres posibles interpretaciones.
Primero, que el PDC esté optando por ganar tiempo, pateando para adelante los decretos de ajuste fiscal. Evitar desgastarse prematuramente, postergar las decisiones importantes e inclinarse por medidas paliativas para “cuidar el bolsillo popular”. En este caso, podríamos esperar un programa de ajustes de bajo impacto inflacionario. El paquete podría estar orientado a reducir ministerios, recortar gastos, anunciar cierre de empresas públicas deficitarias, abaratar la importación de combustibles o aprobar perdonazos tributarios. Sería un paquete pragmático, útil para mostrar acción y voluntad política, pero insuficiente para revertir la crisis.
Segundo, que el PDC haya decidido sincerar los precios desde el inicio. De ser así, el hermetismo sería parte de una táctica para evitar reacciones anticipadas y repercusiones negativas antes del anuncio. Las principales señales de que haya elegido este camino estarán dadas por dos medidas: alza de precios de los combustibles y devaluación del tipo de cambio oficial. Básicamente, estaría liberando los precios, lo que daría lugar a una conversión abrupta de la inflación reprimida en inflación abierta. Algo así conlleva altos costos sociales, por lo que tendría que estar acompañado por medidas compensatorias focalizadas en los sectores más pobres.
Tercero, que el PDC aún no haya tomado una decisión firme y esté atrapado en la ilusión de pretender resolver la crisis sin asumir costos. El problema es que no hay una salida sin costos económicos ni políticos. Sincerar la economía implica pérdida de poder adquisitivo para todos los bolivianos, desgaste político para el gobierno e inestabilidad social. Si el PDC elige la ambigüedad —intentar reprimir la inflación y, al mismo tiempo, pretender sincerar los precios— el resultado sería desastroso: la crisis se agravaría y podría desembocar en una espiral inflacionaria y caótica.
Una salida sensata sería una transición ordenada para dejar atrás la inflación reprimida. Pero eso no hace por decreto, sino requiere de una estrategia o planeación visionaria que combine tres elementos clave: disciplina fiscal, consensos políticos amplios y comunicación económica efectiva. Rodrigo Paz tiene madera y olfato para liderar una hoja de ruta de este tipo. Actúa con pragmatismo, se rodea de un equipo técnico competente y demuestra capacidad de diálogo político.
Sin embargo, sigue ausente el tercer elemento: comunicación con transparencia y pedagogía. Economía para todos en vez de capitalismo para todos. En tiempos de crisis, hablar de economía al pueblo es tan decisivo como las medidas en sí o los consensos políticos. La confianza de la gente no se decreta, sino se construye explicando con la verdad y claridad en qué consisten las medidas económicas, cuáles son las razones, los costos y los beneficios. No es cuestión de informar sino comunicación de ida y vuelta para que la gente se comprometa a poner el hombro. Ahora mismo, no son pocos quienes están dispuestos a aceptar sacrificios, pero a cambio, quieren asegurarse que valga la pena. No se trata de pedir paciencia o algunos meses de gracia, sino de inspirar compromiso colectivo.
En cualquier caso, pronto sabremos qué secretos guardan los decretos. Estamos a las puertas de conocer el rumbo que tomará el PDC y si su equipo logra traducir el potencial de Rodrigo Paz en una estrategia premeditada y cuidada. Si logran armonizar los tres planos —el técnico, el político y la pedagogía social—, Bolivia podría escapar de la amenaza de quedar atrapado en una espiral inflacionaria e iniciar una transición ordenada hacia una estabilidad duradera.
Gonzalo Colque es investigador de Fundación Tierra

