América Yujra Chambi
Hace algo más de diecinueve años, nuestro país se encontraba en los albores de una nueva etapa sociopolítica. La ciudadanía boliviana la vio con esperanza; sentimiento que, quizá, le impidió ver los primeros indicios de las iniquidades que vendrían después.
El 22 de enero de 2006, el espécimen dispuesto por el socialismo-populista del siglo XXI para nuestro país juró como presidente. Irónicamente, usó su primer discurso para lanzar una mordaz e injustificada crítica. Acusó a “periodistas y medios de comunicación” de “satanizar la lucha social” y de perpetrar un “terrorismo mediático”. Habrá que reconocerle a Evo Morales su “sinceridad”; expresó sus intenciones autoritarias desde el día uno de su régimen.
Diecinueve años y ocho meses después, Bolivia se encuentra a punto de abrir un nuevo período en su historia. Y aunque los protagonistas son distintos, los indicios antidemocráticos se repiten. Pareciese que las perversas tácticas políticas usadas por el masismo subsistieron a su destrucción interna y buscaron otros huéspedes.
Los candidatos del Partido Demócrata Cristiano (PDC) actúan como los herederos del populismo autoritario. De un advenedizo en política y un pseudo outsider surgido casi por accidente como Edman Lara, no se esperaba otra cosa que peroratas populistas, temperamentales y errantes. Y, dado que todavía existen grupos sociales que no olvidan sus costumbres “rebaño”, el excapitán pudo crecer, sentirse cómodo y seguir con sus desvaríos.
Su sumiso compañero de fórmula va casi en el mismo sentido. Rodrigo Paz, en lugar de poner sensatez y mesura, justifica los exabruptos de Lara. No intenta apagar los incendios que éste último inicia —tampoco es que pueda hacerlo, la verdad—, sino que añade leña para que la ignición continúe. Todo en nombre de “campaña”.
Así como Morales, Lara no pierde oportunidad para defenestrar y atacar a medios de comunicación y periodistas. No vale la pena referir los improperios y vulgaridades verbales que utilizó para referirse a ellos. Paz fue consultado al respecto, y aunque no incurrió en la ordinariez del “capi-Lara”, respondió con una ignorancia que inquieta e irrita.
Rodrigo Paz señaló que ha visto una prensa “agresiva, escandalosa”, que “destroza candidatos”. Advirtió que, luego de la segunda vuelta, “nos vamos a enterar cómo se utilizaron los medios en la campaña electoral”, e incluso habló de “poner márgenes a la prensa”.
Ésas actitudes son algunas de las varias consecuencias que nos ha dejado el autoritarismo azul. No sólo han destrozado —económica, social e institucionalmente— nuestro país, también han borrado la conciencia democrática de ciudadanos y figuras políticas.
No ahondaré más en la tosquedad e incultura de los candidatos del PDC. No merecen mayor atención ni examen, a diferencia de lo que abordaré en los párrafos que siguen: la prensa y su “agresividad”.
Convengamos algo. Apartando las ignominiosas, hay críticas (constructivas) que deben hacerse a la prensa —usaré éste término para hablar de los medios en conjunto, no sólo del periodismo escrito— y desde ella misma, porque no se ha estado ocupando de lo importante. En un ambiente electoral, los contenidos que se ofrecen no son precisamente las propuestas de gobierno. Toca, pues, que hagamos un mea culpa al respecto.
A pesar de innumerables y poco agradables ataques, los medios de comunicación siempre fueron instrumentos de influencia, difusión, persuasión y construcción de la opinión pública. Han sido decisivos en diversas épocas y espacios geográficos. Han puesto y bajado gobiernos. Sorteando los obstáculos del Poder, han luchado contra quienes los cerraron y criminalizaron. En tal sentido, la labor periodística es importante para la subsistencia de las democracias; siempre y cuando ésta se ciña a sus postulados medulares: informar, generar opinión, interpelar al Poder.
Ryszard Kapuscinski, destacado periodista polaco, no se equivocó al señalar que “el verdadero (y buen) periodismo es intencional”[1], es decir, se fija objetivos. La intención de los medios y periodistas conlleva “provocar cambios, exponer hechos, luchar por algo”. ¿Cómo deben materializar ésa intención? Construyendo «agendas mediáticas» en base a lo que realmente importa o debería importar. Si la prensa se dedica sólo a mostrar las payasadas o majaderías de ciertos personajes, los objetivos se desfiguran y, con el tiempo, desaparecen.
Informar, influir, instruir, persuadir, cambiar. Parecen verbos simples, pero para el periodismo significan su esencia misma, que involucra también una gran responsabilidad al realizarlos. Responsabilidad comprende atención, cuidado, diligencia. De todos los hechos que acontecen en nuestra realidad, sólo algunos son noticias, y de éstos, sólo unos pocos serán seleccionados y publicados con buenos titulares e imágenes impactantes o atrayentes.
Ésas labores tenemos los periodistas, en específico, y los medios, en general. Sin embargo, no todo puede ser noticia. Por eso, la construcción de agenda se ha convertido en un problema cardinal para el periodismo. Las portadas, los compactos noticiosos, las páginas web no responden completamente a la demanda informativa e investigativa que tiene la sociedad. ¿El motivo? La errónea aplicación de la agenda-setting (establecimiento de agenda) en varios aspectos.
Primero, la selección de temas a ser difundidos o tratados por la prensa debería considerar lo “importante”, “necesario” o “trascendental” para la sociedad, a fin de que ésta “conozca y comprenda mejor el mundo” y que sus problemas sean atendidos. Empero, la “disección” que se hace carece de dimensión, profundidad, seguimiento y es ajena a las coyunturas reales.
Al no proporcionar contenidos que reflejen lo que sucede, al difundir sólo una parte intrascendente de la realidad, los medios pierden repercusión. La ciudadanía ya no siente que lo que ve, escucha o lee le sirve la comprender el mundo, menos para buscar soluciones a lo que le aqueja. Entonces, aparecen las redes sociales y es en ellas donde nota que la realidad es expuesta sin reduccionismos, sin selecciones caprichosas, sin limitaciones y en forma mucho más cercana.
El resultado de todo ello es que la agenda ya no la marcan los medios. Es más, ni siquiera la construyen. Sólo se dedican a replicar lo que surge y abunda en los ecosistemas digitales. TikTok, Facebook, X o Instagram son ahora los que determinan la «agenda mediática», los que influyen en las agendas públicas y políticas.
Segundo, el establecimiento de agenda requiere de un proceso previo y decisivo: la tematización. De ésta surge la información o noticia mediática a ser mediatizada (difundida). No sirve una simple selección y categorización de un hecho. Una información necesita de un análisis social, político y económico actual. Aunque se trata de una simplificación del extenso mundo circundante, no es sencillo en absoluto.
La construcción de agenda, además de tematizar y contextualizar, también admite la omisión. Dicho de otro modo, algunos hechos o sucesos pueden no ser considerados —no tener cobertura—, cuando éstos no tengan suficiente relevancia o relación con lo importante y/o necesario en una coyuntura específica. Un buen periodismo construye agenda para incidir en lo público y político, por eso tiene la discrecionalidad de prescindir de sucesos triviales.
De acuerdo a los contenidos que muchos medios vienen difundiendo es válido pensar que la agenda de éstos se basa únicamente en exponer los desmanes y rasgos psicológicos de los candidatos presidenciales, no así lo sustancial: sus planes o propuestas de gobierno. Pero tampoco se están abordando con la debida profundidad los otros sucesos que también debiesen ser parte de la agenda y que involucran al macilento régimen: el caso Botrading, corrupción en YPFB, las aprehensiones de los evistas Cáceres y Terán, el uso de influencias por parte del hijo de Luis Arce. Pese a su importancia, éstos temas rivalizan —en incomprensible desventaja— con los “espectáculos Lara”, hechos que terminan acaparando los titulares. Pareciese que la prensa —no toda, por supuesto— prefiere las “notas de color”.
Ése extravío en la aplicación de la agenda-setting beneficia al gobierno de turno, pues queda fuera del centro de atención. Y, en contrapartida, perjudica a la ciudadanía, dado que sólo ve/lee/escucha arrebatos de locura, rabietas y pantomimas de los “nuevos” actores políticos. Ya no cuenta con el material “informativo” adecuado para formar su opinión. Puede sonar a paradoja, pero también los medios pueden lesionar los derechos a la libertad de expresión e información.
Tercero, se ha olvidado el verdadero alcance de la agenda-setting. Los medios y periodistas debemos recordar que ésta no se circunscribe a una mera “selección de temas”; sino también contempla los efectos que generará en las audiencias[2] con lo que elige y le presenta.
Los medios influyen en la percepción de los ciudadanos. En época electoral, éste aspecto es determinante. Si sólo se les brinda sucesos banales como contenidos informativos o noticiosos, se reduce la probabilidad de que los votos sean informados. Recordemos: la agenda mediática incide en las agendas pública y política. No se trata de decirle a la ciudadanía cómo pensar, sino sobre qué debe pensar.
Al priorizar y mantener los extravíos verbales y comportamentales de los candidatos presidenciales en la agenda, los medios están desviando la atención de la audiencia. Al PDC y a Lara les viene bien el comportamiento wag the dog (cortina de humo) de la prensa, pues con ello ocultan las carencias de su programa de gobierno y la improvisación de su campaña. A estas alturas, y con todo lo que vemos a diario, los exabruptos de Lara ya no son inconscientes; son calculados para seguir acaparando titulares. He aquí su única estrategia de campaña, plasmar una antigua premisa de la comunicación política: “quien controla la agenda mediática, controla la opinión pública”.
Los medios y los periodistas incomodan a quienes detentan el poder: por eso, las críticas, ofensas, difamaciones y amenazas externas serán las constantes rémoras que intentarán entorpecer el trabajo periodístico.
La manera en que un medio construye su agenda refleja tanto la línea editorial que maneja, la idea que tiene sobre “el buen periodismo” y, en el peor de los casos, el grado de su decadencia. Esto debe empujar a directores, jefes de redacción y periodistas a actuar para que sus medios prioricen las intenciones antes referidas, a no sucumbir a los dictados externos y a establecer una agenda mediática que contemple lo verdaderamente importante. De lo contrario, si se permite que sean otros quienes decidan por ellos, si se obedece a ciegas una línea editorial absurda u obsecuente a uno u otro personaje político, se cae en una autocensura y se vulneran los derechos políticos de la ciudadanía.
Para disgusto de Paz y Lara, la palabra «agresiva (o)» tiene más de una acepción. Una de ellas dice: “que actúa con dinamismo, audacia y decisión”. Una prensa que coadyuva a la formación de una opinión pública crítica y activa, que interpela al Poder, que se preocupa sobre qué contar, que selecciona lo importante para la ciudadanía, que prioriza lo relevante y desecha lo vulgar, sí puede ser calificada como agresiva. Nuestra democracia en proceso de reconstrucción necesita ésta clase de medios y periodistas.
[1] Kapuscinski, Ryszard. (2002). Los cínicos no sirven para este oficio. Anagrama.
[2] Debido a sus antecedentes: la Mass Communication Research, los trabajos de Walter Lippman (sobre la construcción de opinión pública y el comportamiento de las audiencias), Maxwell McCombs y Donald Shaw (The Agenda-Setting functions of Mass Media).
América Yujra Chambi es abogada.