En sentido amplio, se podría señalar que el capital en economías de menor desarrollo industrial como Bolivia, no solo se acumula y acrecienta con la explotación de la fuerza de trabajo y de la precarización de las condiciones laborales en las que se desempeñan los trabajadores, sino también se sustenta en el sometimiento y disciplinamiento de los cuerpos de estos trabajadores en el proceso de trabajo diario y que, en el transcurso de los años se manifiesta en un deterioro irreversible de su estado físico y de su salud, ello podría acelerarse con alguna enfermedad o accidente causada en el trabajo que puede derivar en discapacidad múltiple, invalidez y muerte. Según referencias de la Organización Mundial de la Salud, 8 de cada 10 muertes de trabajadores en el mundo por año, fueron provocadas por enfermedades laborales (2,9 millones de muertes en promedio por año).
Cuanto más intenso es el trabajo físico y manual que se exige en una actividad económica, el deterioro del cuerpo y organismo de los trabajadores es más acentuado, generalizado o focalizado en algunas partes de la anatomía humana, mucho más cuando las tareas y despliegue físico impuestos no cuentan con las medidas e implementos de seguridad ocupacional, y los instrumentos de trabajo adecuados. Es como si el capital y toda su maquinaria de explotación absorbiera paulatina y constantemente las energías físicas del trabajador hasta convertirlo en un organismo pusilánime.
En el campo de la salud y medicina del trabajo se coincide en que el trabajo y las condiciones particulares en las que se desarrolla, más si es en condiciones insalubres, de mayor riesgo y de inseguridad ocupacional, es la causa social más importante para la morbi-mortalidad de los trabajadores; sin embargo, me parece pertinente puntualizar que el capital no sólo crea estas condiciones, sino también, que genera un ambiente laboral en el que los cuerpos y organismos de los trabajadores van minándose constantemente, más cuando éstos carecen de un seguro de salud. Una mirada exhaustiva del despliegue físico de los obreros en las actividades de la minería, construcción, agropecuaria, zafra de la castaña, en el trabajo de aseo urbano y en algunas actividades industriales, aporta con muchas evidencias para justificar lo señalado.
El caso de las trabajadoras de aseo urbano
La jornada de trabajo diario de las trabajadoras barrenderas de El Alto en el primer turno, comienza a las seis de la mañana, sin importar el clima y la temperatura reinantes. El trabajo se hace en vías públicas en los distritos y áreas planificados por la empresa privada subcontratada por el Gobierno Autónomo Municipal de El Alto. La labor diaria y mecánica consiste en el barrido de las vías y en el recojo de la basura generada por la población y por unidades económicas y sociales asentadas en este municipio. Incluye el recojo de animales muertos (por ejemplo, perros atropellados), heces de animales y residuos químicos de establecimientos de salud que, en general, no hacen un manejo adecuado de estos residuos.
Según los testimonios de algunas trabajadoras, el trabajo diario se hace a sol pleno, con vientos y polvo permanentes, el ruido constante propio de una urbe como El Alto, los malos olores despedidos de los residuos sólidos y líquidos, y en medio de las inclemencias climáticas que pueden producirse en función de los cambios de estaciones. Lo más preocupante, de acuerdo a estos testimonios, es que las trabajadoras cuentan con implementos y medidas de seguridad ocupacional insuficientes y no aptos para el tipo de labor que realizan, es decir, el recojo de todo tipo de basura que implica, entre otros, varios riesgos químicos y biológicos. Las trabajadoras disponen de un overol, chaleco y sombrero de tela, y unas botas no acordes con los requerimientos de seguridad industrial que la empresa les entrega una vez al año descuidando que estos implementos deben dotarse con mayor frecuencia. Cuentan con un barbijo de tela común y corriente, carecen de audífonos y lentes protectores, además de otros implementos necesarios. Ni hablar de la implementación de exámenes médicos ocupacionales periódicos para la prevención de los riesgos laborales y profesionales. Este detalle de limitaciones y carencias, sin duda, tienen un efecto negativo en la salud y en la integridad del cuerpo de las trabajadoras.
Durante las casi ocho horas, descontando los escasos tiempos de descanso, el trabajo manual y físico se realiza en posición encorvada, es decir, con la espalda semidoblada hacia adelante y con el movimiento continuo de las manos y de los brazos para el barrido y recojo de basura, y de los pies para el desplazamiento. La ergonomía que es la disciplina que estudia la posición del cuerpo de los trabajadores en el ambiente de trabajo y los efectos en su salud, podría calificar la posición corpórea de las barrenderas como una de riesgo moderado a grave, tomando en cuenta además que el trabajo se hace en vía pública con todos los riesgos que esta labor implica.
Al final de la jornada diaria, las barrenderas terminan con los cuerpos agotados, resentidos y hasta insolados. Terminan también con un estrés laboral considerable, agravado por el tipo de control y supervisión impuesto por la empresa. Con el pasar de los años, con seguridad que estos cuerpos tendrán un deterioro considerable que el capital y sus propietarios generaron para su beneficio. Es la marca física de la clase obrera, el agotamiento físico de los cuerpos de los obreros, distinto al desgaste corporal de los empresarios y de la burguesía.
Lo más grave y evidente es que a los empresarios y al Estado que los defiende, parece no importarles el deterioro físico de los trabajadores, tampoco el ejercicio de sus derechos. Si bien existen leyes y reglamentos de higiene y seguridad ocupacional y de seguridad social a favor de los trabajadores, muchos empresarios en Bolivia se esmeran en incumplir y vulnerar estas disposiciones. Este es el caso de los empresarios que lucran con el recojo de basura en El Alto (y en otros municipios urbanos del país), en detrimento del organismo y de la salud de las trabajadoras de aseo urbano. En posteriores artículos compartiré más elementos de análisis sobre esta problemática.
Bruno Rojas Callejas es coordinador del Centro Cultural 18 de Mayo e investigador asociado del CEDLA