Bolivia se ha incorporado al grupo BRICS como “país socio”. Al cierre de la gestión y ante la ausencia de resultados concretos de la llamada diplomacia de los pueblos, el gobierno presenta esta incorporación como su gran logro. Según el discurso oficial, se trataría de un hito histórico y de una victoria estratégica que permitiría ampliar el acceso a los mercados de los países miembros y obtener financiamiento para proyectos a través del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS.
Sin embargo, esta narrativa revela un desconocimiento de la naturaleza geopolítica del bloque, de sus propósitos, de sus mecanismos de funcionamiento y, sobre todo, una sobreestimación de los beneficios que Bolivia realmente podría obtener. La realidad dista mucho del relato gubernamental.
El caso de Brasil, miembro fundador de los BRICS, es ilustrativo. Su participación no le otorgó beneficios arancelarios preferenciales ni existe un tratado de libre comercio que rija las relaciones de Brasil con China, India, Rusia y Sudáfrica. El comercio se mantiene bajo un patrón clásico de intercambio, sin ventajas significativas frente a países no miembros.
Respecto al financiamiento, el discurso oficial omite un hecho esencial: para acceder a créditos del Banco de Desarrollo de los BRICS es necesario ser accionista, lo que implica aportar capital. Como en cualquier banco intergubernamental, para pedir crédito primero se debe invertir recursos y solo después se accede a préstamos, obviamente con intereses. En la actual crisis económica, marcada por una aguda escasez de divisas, resulta inviable que Bolivia destine recursos para convertirse en miembro pleno del Banco.
El error grave que se comete es concebir al BRICS como un simple mecanismo de cooperación económica. En realidad, se trata de un proyecto geopolítico que busca desafiar el orden internacional liderado por Estados Unidos y sus aliados del G7, así como modificar las reglas de la gobernanza global. Los miembros del BRICS —potencias emergentes— aspiran a consolidarse como un polo alternativo en un mundo multipolar. Esto implica confrontación con EE. UU. y cuestionar el papel que juegan los organismos internacionales donde Washington ejerce gran influencia, como el FMI, el Banco Mundial y, en general, el sistema internacional dominado por el dólar.
Los miembros plenos del BRICS tienen la capacidad de sostener esa disputa. China e India concentran más de 2.800 millones de habitantes y son la segunda y quinta economía mundial, respectivamente. Rusia mantiene un alto poder militar y energético y se ubica entre las diez primeras economías. Brasil, con un PIB superior a USD 2 billones, es la mayor potencia sudamericana, y Sudáfrica representa un liderazgo regional en África. En contraste, Bolivia ocupa el puesto 94 en el ranking mundial, con un PIB de apenas USD 45.000 millones y una población de 11 millones. Frente a esa abismal disparidad, surge la pregunta inevitable: ¿qué hace Bolivia en este grupo? ¿Su ingreso no fue acaso una sustitución improvisada tras el veto a Venezuela?
La diplomacia de los pueblos, al sumarse con entusiasmo a este proyecto, ha alineado a Bolivia con un bando en una pugna global por la hegemonía, sin medir los costos de tal decisión.
Por sentido común, no es sensato que un país pequeño, con recursos limitados y alta vulnerabilidad económica, se involucre en una disputa entre potencias. La política exterior boliviana debería guiarse por la cordura, evitando convertirse en peón o campo de batalla de conflictos ajenos, y practicando una diplomacia prudente y pragmática que priorice el interés nacional sobre cualquier ideología.
Ante el inminente cambio de gobierno, será imprescindible realizar un análisis realista y desapasionado del legado de la diplomacia de los pueblos, dejando de lado las posturas ideológicas y colocando como eje rector el verdadero interés de Bolivia, principio y fin de toda política exterior responsable.
La incorporación de Bolivia al BRICS, lejos de ser la victoria proclamada por el gobierno, puede convertirse en una trampa peligrosa. Si no se actúa con realismo, prudencia y sensatez, Bolivia corre el riesgo de no ser recordada como protagonista de un giro estratégico, sino como la víctima ingenua de una apuesta geopolítica que nunca debió asumir. Un antiguo proverbio dice: “Cuando los elefantes luchan, es la hierba la que sufre”. Ojalá Bolivia, no sea esa hierba aplastada en el choque de titanes.
Windsor Hernani Limarino es economista y diplomático