Hernán Cabrera M.
En mayo de 1968 el mundo se vio revuelto. Jóvenes protagonizaron enormes manifestaciones, logrando golpear al sistema establecido. No había internet ni redes sociales, pero usaron carteles, grafittis que los recordamos de forma permanente y es como si lo viéramos a cada instante: Seamos realistas pidamos lo imposible, La política pasa en las calles, La imaginación al poder.
En septiembre de 2025 esa juventud que ahora recibe el nombre de generación Z, en alusión a los zombies, porque están pegados a sus celulares y desde ahí movilizaron grandes masas para expresar su ira e indignación porque querían callarnos o silenciarlos con las medidas que anunció el poder de bloquear o no permitir el funcionamiento del facebook, twitter, tik tok, que estaban siendo usados para denunciar los lujos y los desmanes que hacían los gobernantes: Presidente, ministros, magistrados, jefes políticos y otros.
En Bolivia, el gobierno de Evo Morales, el de Arce y ahora el Tribunal Supremo Electoral les causa irritación el ejercicio de las libertades de expresión, de opinión y de información, derechos que han sido apropiados y puestos en prácticas por los ciudadanos y quienes no están dispuestos a que se les pongan un bozal.
Pretender normar, regular o cercenar que un ciudadano se enoje, se indigne y use las redes sociales para ello, no es democrático. Al fin y al cabo, las redes sociales nos han dado alas para perder miedo y expresarnos. “La dificultad hoy en día no radica en expresar libremente nuestra opinión, sino en generar espacios libres de soledad y silencio en los que encontremos algo que decir. Las fuerzas represivas ya no nos impiden expresar nuestra opinión. Por el contrario, nos coaccionan a ello. Qué liberación es, por una vez, no tener que decir nada y poder callar, pues solo entonces tenemos la posibilidad de crear algo similar: algo que realmente valga la pena ser dicho”, precisó Deleuze en Mediaciones.
Si un ciudadano quiere expresarse mandando al carajo a ciertos candidatos o denunciándolos por mentirosos o demagógicos, no está cometiendo delitos; está expresando su sentimiento y opinión frente a promesas irrealizable o discursos incendiarios de odio o actitudes violentas de algún jefe político o candidatos que se alistan a la segunda vuelta electoral.
Si un ciudadano tiene a su alcance un aparato celular, ese maravilloso aparatito, lo usa ya no solo para conversar con algún amigo, pariente o novia o esposa; sino que lo utiliza al máximo porque el mismo ya se constituyó en parte de su expansión como ser humano. Es un medio indispensable que no se desprende del mismo ni para ir a hacer sus necesidades fisiológicas. El teléfono celular es un instrumento de trabajo, de estudio, de intercambios, de emprendimientos, que lo usan millones de personas y también millones de personas lo utilizan para darse a conocer, para buscar amistades, para expresarse públicamente. El celular ha convertido al ser humano en un sujeto interactivo, inquieto y con mucha hambre de conocer, de informarse y de manejar datos.
Esto no se puede ni debe normarse o amenazar con cárceles y sanciones a esos ciudadanos que ya no pueden vivir soportando tanta miseria, cinismo e hipocresía de los políticos que nos han venido gobernando y ese ciudadano quiere dar su opinión para evitar seguir viviendo de esa manera: que lo engañen, que se corrompen, que corrompan y que se hagan la burla cuando lleguen al poder. Ese ciudadano está dispuesto a no callarse, ni permanecer indiferente. Suena bien fuerte lo que el poeta inglés John Donne, nos decía: “Antes muerto que mudado” y nos lanzaba la duda: 2No preguntes por quién doblan las campanas, doblarán por ti”. Y no esperes que doblen por vos, si te callaste y aceptaste todo lo que el poder te dicte.
Pues no es culpa del ciudadano que los candidatos, que ya se creen los máximos gobernantes, vayan amenazando a diestra y siniestra a todo el mundo, o discurseen cada barrabasada y crean que sus palabras sean la verdad absoluta y que hay que rendirles pleitesías, o hagan promesas irrealizables y nos obliguen a creerles. ¿Es que a nombre de la guerra sucia tenemos que callarnos ante esas imposturas o poses demagógicas? ¿Tenemos que aceptar callados que nos digan lo que ellas quieran o griten los que se les da la gana?
Las redes sociales se han convertido en el campo de batalla del ejercicio de la política y la lucha por el poder, y nada escapará del ojo vigilante de un ciudadano que esté presente en un acto proselitista o encuentre a un candidato haciendo sus payasadas, para que luego ese ciudadano difunda lo que crea que puede ser de interés de los otros. Y eso no es guerra sucia ni estar contra un candidato. Es simplemente el derecho a la libre expresión.
El mundo en que habitamos requiere de nosotros, el Estado en el que participas te necesita, la sociedad en la que te desenvuelves reclama tu participación, y el entorno social que te ve crecer quiere algo más de tus capacidades y talentos. Es un circuito que no se puede romper ni quedar a medio camino. Solo puede quedar en cuarentena, como hace algunos años la mayoría de los países tuvo que vivir hacia dentro para enfrentar a un poderoso enemigo invisible. Aun así, los científicos y médicos de esos países se comunicaban, se hablaban, se necesitaban. Nadie puede vivir en la caverna de Platón, donde sus integrantes salían de vez en cuando para ver las sombras del devenir del mundo. En la Tierra, solo está decretada la presencia viva, activa y militante de los mortales que somos, y que habitamos en cada espacio que la humanidad ha conquistado.
¿Cómo no vamos a interesarnos y participar en la política, si depende de la buena gestión política asegurarnos una democracia y un Estado que respeten los derechos humanos, y leyes que todos asumamos? ¿Cómo no vamos a interesarnos por la política, si de ella depende que tengamos salud, educación, sueldos, mercados, derechos humanos, libertades, transportes, viajes, reuniones, formación superior? ¿Quién nos impedirá ser mejores ciudadanos? ¿Por qué no involucrarnos en la política para construir un gran edificio de la ciudadanía en democracia? ¿Cómo no estar presentes en una marcha o manifestación que reclama medidas a favor de más democracia, más libertades, más justicia, más orden y más salud para nuestra sociedad? ¿En qué medida puede contribuir a esa construcción de ser un ciudadano de la democracia? ¿Las escuelas y universidades fomentan una formación en valores para forjar un ciudadano tolerante a las ideas, respetuoso de opiniones diferentes y convencido de la democracia? ¿Qué debo hacer frente a acciones y medidas contrarias al bienestar común? ¿Estamos capacitados para enfrentar el ejercicio del poder desde nuestras realidades y en qué medida vamos a afrontar los grandes desafíos? ¿Cómo no expresarnos libremente?
Pues, a expresarnos sin miedo y no permitas que nos pongan un bozal a nombre de la guerra sucia, que no la hacemos los ciudadanos, sino que las orquestan, preparan y la lanzan los que buscan el poder.
Hernán Cabrera M. es filósofo y periodista.