Windsor Hernani – Bicentenario en soledad: la nítida postal del fracaso de la “diplomacia de los pueblos”

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La inasistencia de jefes de Estado en el bicentenario boliviano, limitada a la mandataria de Honduras, no es una simple anécdota protocolar. Es el reflejo de una crisis estructural de la autodenominada “diplomacia de los pueblos”, resultado de casi dos décadas de incompetencia, improvisación, ideologización y aislamiento voluntario.

No asistieron presidentes ni de los países vecinos, ni siquiera los aliados ideológicos. Bolivia quedó sola en su propio cumpleaños. Esa es la postal más nítida del agotamiento de una diplomacia convertida en retórica simbólica y no en herramienta de consecución de intereses nacionales o al menos de promoción de la imagen país.

No se trata solo de un estrepitoso fracaso diplomático, es la muestra visible de que la “diplomacia de los pueblos” atraviesa una etapa terminal de descomposición funcional. Para decirlo de forma simple: es una diplomacia inútil, porque no puede cumplir siquiera tareas tan elementales como garantizar la presencia de jefes de Estado en un evento de alta relevancia simbólica. El contraste es elocuente: en el bicentenario de Colombia, en 2019, se recibió a más de 15 mandatarios; en el de Perú, en 2021, a nueve; en el de Bolivia, apenas a una.

La diplomacia de los pueblos no tiene ni idea que en momentos históricos claves, los Estados proyectan su poder blando (soft power) mediante celebraciones simbólicas de alto perfil como los aniversarios de independencia. Sin embargo, el bicentenario boliviano  fue notoriamente ignorado. Esta omisión no puede explicarse simplemente por coyunturas ajenas, sino que responde a una pérdida acumulada de capital diplomático e influencia regional.

La “diplomacia de los pueblos”, promocionada como una alternativa a los enfoques tradicionales, ha derivado en un ensimismamiento geopolítico, donde la ideología ha primado sobre el interés nacional, y el gesto político ha reemplazado a la acción concreta.

El resultado es visible, estamos aislados, y ya no podemos negarlo. Este aislamiento no es producto de una conspiración capitalista, como suelen justificar algunas autoridades, sino de una pérdida acumulada de credibilidad.

Atravesamos un período de inestabilidad y la constatación fáctica está en los indicadores. Bolivia tiene hoy una calificación de riesgo país “CCC-”, es decir, un nivel cercano al default. La deuda externa supera los 13.300 millones de dólares, y las reservas internacionales netas rondan los 1.800 millones, muchas de ellas en oro sin liquidez inmediata. Este deterioro macroeconómico no solo afecta la estabilidad interna, sino que reduce drásticamente el margen de acción diplomática. ¿Qué mandatario priorizaría en su agenda asistir a la conmemoración de un Estado inestable y sin norte?

Este aislamiento es auto inducido ya que en los últimos años, Bolivia ha apostado por una diplomacia basada en alianzas ideológicas con países como Venezuela, Cuba, Nicaragua o Irán, sacrificando la relación con sus vecinos, que desde todo punto de vista debieron ser privilegiadas. Pero no solo eso, ha habido impasses inconducentes, originados en diferencias ideológicas o en desacuerdos personales, como el notorio distanciamiento entre Luis Arce y los presidentes Javier Milei y Dina Boluarte.

Recordemos: el presidente Arce felicitó públicamente al candidato kirchnerista Sergio Massa por “pasar como primero a la segunda vuelta”, una intromisión inapropiada en la política interna argentina que un estadista nunca haría; o la negativa inicial a reconocer la sucesión constitucional de Dina Boluarte tras la destitución de Pedro Castillo, a pesar de que se produjo conforme a la Constitución peruana. No se entiende que las relaciones exteriores son entre Estados, no entre gobiernos y menos aún entre personas.

¿Dónde están ahora esos aliados ideológicos? Enviando mensajes como el de Nicolás Maduro, deseando que nos levantemos “de las cenizas”. Por si no se entendió: las cenizas son el residuo pulverulento que queda tras una combustión completa. La ceniza simboliza la muerte, el deceso, el fallecimiento, la destrucción. Esas son las palabras con las que nos identifican, incluso los aliados ideológicos.

Ni duda cabe, de las cenizas debemos levantarnos para reconstruir la República de Bolivia, porque eso es lo que deja como herencia el masismo, ¡cenizas, tan sólo cenizas!.

El daño causado a la política exterior boliviana, como en otras áreas, es profundo. El bicentenario debe convertirse en un punto de inflexión para construir una política exterior de Estado, diseñada con trabajo técnico, ejecutada con profesionalismo, y orientada a resultados. Ojalá así sea y el Ministerio de Relaciones Exteriores no sea una porción más de una torta ha ser repartida entre hambrientos comensales  –militantes, familiares y amigos– que buscan una tajada gubernamental; quienes además están convencidos que el cambio pasa únicamente por las personas; y no por una transformación real de actitudes, enfoques y principios.

Windsor Hernani Limarino es economista y diplomático.

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