Windsor Hernani Limarino
La presidenta del Perú, Dina Boluarte, calificó a Bolivia como un “Estado fallido”. De inmediato surgieron reacciones. Algunos descalificaron a la mensajera antes que analizar el mensaje, aludiendo a sus escándalos, su baja aprobación popular o las deficiencias de su gobierno. Otros, pocos, abordaron el fondo de la declaración desde una perspectiva realista, más allá de nacionalismos defensivos.
Sin duda, lo expresado por la mandataria peruana fue un error. En diplomacia, existen afirmaciones que, independientemente de su veracidad o no, simplemente no se dicen. La diplomacia existe para resolver problemas, no para crearlos. Por ello, requiere tacto y prudencia.
Ese misma prudencia cautelosa debe guiar las respuestas. Rechazos vehementes o medidas desproporcionadas son contraproducentes. En este caso, una nota de protesta entregada al encargado de negocios del Perú resultaría suficiente. Ir más allá, como convocar a la jefa de misión boliviana en Lima a consultas, no generará beneficios tangibles. Más aún si el canciller peruano ya descartó emitir una disculpa. Lo más probable es que la funcionaria deba retornar a Lima en sigilo, como ocurrió con el embajador boliviano en Argentina. Se trata de protestar no de pasar vergüenzas. Es lamentable, pero la diplomacia de los pueblos no aprende ni de su amarga experiencia.
Aún menos útil fue la conferencia de prensa del vicecanciller Elmer Catarina, quien anunció que “esto es solo una etapa”. Es importante recordar que las relaciones internacionales son entre Estados y no entre gobiernos. Si bien los gobiernos los representan, siempre existirán expresiones personales inapropiadas que deben ser evaluadas con mesura.
Escalar la situación no resulta conveniente, especialmente cuando la diplomacia de los pueblos no tiene espalda para sostener ni siquiera un pataleo de niño (figurativamente hablando). Anunciar salir del partido y llevarse la pelota es inefectivo, ya que hace tiempo no jugamos ningún “partido diplomático” y menos somos dueños de la pelota; apenas somos meros espectadores, y nuestra presencia o ausencia poco cuenta.
Más allá de lo diplomático, conviene analizar el fondo del asunto y establecer cuál es el estado de situación de Bolivia. Dado que el impasse diplomático se produjo con el Perú, podría ser útil contrastar brevemente la situación de ambos países.
Bolivia y Perú están unidos por la historia, la geografía y profundas raíces culturales andinas. Ambos pueblos formaron parte del incario, del virreinato del Perú y de la Confederación Perú-Boliviana en el siglo XIX. Sin embargo, pese a esta cercanía identitaria, sus trayectorias económicas y políticas divergieron en las últimas décadas.
A inicios de los años noventa, ambos países enfrentaban crisis profundas: hiperinflación, pobreza estructural y débil institucionalidad. Las reformas estructurales, privatizaciones, apertura comercial y disciplina fiscal, se aplicaron con intensidad variable. En el tiempo, Perú consolidó un modelo de crecimiento sostenido y diversificación económica, mientras que Bolivia experimentó una evolución más errática, marcada por conflictos internos no resueltos.
En 1990, el PIB per cápita de ambos era más o menos similar. En 2024, el de Perú supera los 7.900 dólares, mientras que el de Bolivia apenas alcanza los 3.700. Las reservas internacionales del Perú ascienden a más de 75.000 millones de dólares, frente a menos de 2.000 millones en Bolivia. Perú ha diversificado su matriz exportadora y su acceso a mercados internacionales; Bolivia continúa siendo dependiente de hidrocarburos y minerales, sin mayor industrialización.
La inversión extranjera directa en Perú ha sido sostenida, gracias a la estabilidad jurídica y macroeconómica. En cambio, Bolivia, tras procesos de nacionalización y ante la percepción de inseguridad jurídica, figura como el país sudamericano con menor atracción de capital extranjero. Perú, además, mantiene estabilidad de precios y una institucionalidad monetaria sólida; Bolivia atraviesa un déficit fiscal recurrente, riesgos inflacionarios evidentes y crisis de divisas.
Este desempeño puede explicarse por tres factores claves:
- Institucionalidad y estabilidad macroeconómica: Perú ha preservado la autonomía de su banco central y ha mantenido políticas fiscales responsables, incluso en contextos de alta inestabilidad política. Bolivia, en cambio, ha demolido su institucionalidad.
- Inserción internacional: Perú ha firmado tratados de libre comercio con Estados Unidos, la Unión Europea y Asia, y participa activamente en la Alianza del Pacífico. Bolivia no tiene una estrategia de inserción internacional, comercia con pocos mercados y sin un esquema moderno de integración.
- Modelo político y liderazgo: Aunque Perú ha enfrentado inestabilidad política, ha mantenido la alternancia y los mecanismos democráticos. Bolivia ha consolidado proyectos de poder prolongados, con concentración institucional, polarización y ausencia de renovación política.
Un elemento adicional es la gestión de los recursos naturales. Mientras Perú ha fomentado asociaciones público-privadas en sectores clave, Bolivia optó por nacionalizaciones que desincentivaron la inversión y limitaron la modernización tecnológica.
En suma, la historia compartida y las afinidades culturales no bastaron para mantener trayectorias convergentes. Las decisiones estratégicas en materia económica, política e internacional explican el rumbo distinto que han tomado ambos países.
La categoría de “Estado fallido”, pertenece al ámbito de la ciencia política y las relaciones internacionales, su uso en discursos puede tener connotaciones peyorativas y por ello no cabe. Si bien no somos un Estado fallido, es evidente que el estado de situación de Bolivia es preocupante, caminamos al borde del precipicio; consecuentemente es hora de asumir con madurez nuestros errores y enmendarlos .
Windsor Hernani Limarino es economista y diplomático.