América Yujra – Manías electorales y sus resultas

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No habíamos acordado temas de conversación, pero en una reunión cuyo motivo era el reencuentro de excompañeros de trabajo, la coyuntura política no parecía que pudiese tener lugar. Pero, tarde o temprano sale a flote. Así como el fútbol, y fue precisamente éste tema el que originó el inesperado debate.

Conocedores de mi afición stronguista, presumieron la “histórica” pretemporada del Bolívar en Inglaterra y la “derrota digna” (horas antes de la reunión) del equipo de Robato ante una de las reservas del maltrecho (tras reiteradas palizas en Premier League y Champions) Manchester City. No fue difícil convenir que aquella “hazaña” fue gracias a las gestiones de Marcelo Claure. Alguien lo bautizó “el encuestador” y la conversación fue disparada fuera del campo. “¡Qué manía de lanzar balones a la estratosfera, como aquel penal del buen Ferreira!”, apunté, pero mi comentario no fue rebatido. Como dije, la charla había cambiado de dirección.

Resumiendo, el debate se centró en Claure y su encuesta, los candidatos, la oposición; las opiniones, a favor y en contra. En el aire no quedaron conclusiones, sino incertidumbre y expectativa por lo que pasará el próximo 17 de agosto.

Seguramente, comentarios similares a los que escuché en esa reunión se están dando en varios espacios. La situación socioeconómica y la conflictividad que se aproxima hacen que la ciudadanía se interese en política mucho más que en el pasado. A todo ese interés es necesario agregar algunas luces, para que el debate se profundice y la ciudadanía adquiera mayor conciencia de la responsabilidad que se avecina, pues nunca antes una elección general ha sido tan decisiva.

La carrera electoral comenzó hace ya un tiempo. Existen ejemplos visibles de ello. Luchito Arce tiene en sus espaldas una campaña que inició hace tres años, cuando vio que podía apartarse de su titiritero. Morales, ni bien regresó de su autoexilio en Argentina. Manfred Reyes Villa también comenzó temprano, aunque sin mucho barullo, incluso logró conformar una bancada en la actual legislatura, con asambleístas disidentes, claro.

Sin embargo, es innegable que la contienda electiva ha incrementado revoluciones y se acrecienta a diario con encuestas, con nuevos anuncios de candidaturas, con las vacilaciones del Tribunal Supremo Electoral (TSE), con nuevas agrupaciones políticas y las acostumbradas “gentilezas” entre los politiqueros de siempre.

Todo muy propio de un tiempo electoral, sí; pero la escasa democracia que queda y el sistema político sufren mas detrimentos entre tantas manías e intereses propiciados por quienes debiesen procurar lo contrario.

En primer lugar, están las candidaturas, principalmente en el lado opositor al régimen. Así como pasó en las anteriores elecciones, todos creen ser el “candidato único”: los que ya fueron autoridades (Tuto Quiroga), los eternos candidatos (Samuel Doria Medina), los que consiguieron súbitos liderazgos (Vicente Cuellar, Luis Fernando Camacho). Parece que lo único fuerte en el “Bloque Opositor” —oficializado hace menos de dos meses—es la manía presidencialista de sus miembros.

Empero ello, debo rescatar la decisión del expresidente Carlos Mesa. Es el único que entendió cuál es el papel que los opositores conocidos deben desempañar en este momento electoral. La ciudadanía ha pedido “unidad” ya hace varios años y a éstos mismos actores. Aunque ahora la oposición lo intenta, sigue cometiendo errores. ¿Cómo pueden esperar que los ciudadanos apoyen en gran número a los políticos que en otrora no los escucharon y que ni siquiera pudieron consolidar una nueva propuesta país? Quienes hoy conforman el nuevo “Bloque Opositor de Unidad” no quieren ver que su rol sería más fructífero si no fuesen candidatos.

Además de la presidenmanía que padecen, se equivocan en las formas. La selección de candidatos —presidenciales, sobre todo— es una tarea importantísima para los partidos políticos, alianzas o agrupaciones; pues éstos son determinantes por dos motivos: primero, porque durante la campaña electoral serán la “imagen” del partido; segundo, porque permiten establecer las diferencias y/o marcar las distancias con los demás grupos políticos.

Para la selección de candidaturas, además de los rasgos éticos, morales y profesionales, los partidos deben buscar los nombres posibles en terrenos específicos: ámbito político (legisladores o autoridades regionales que obtuvieron cierta notoriedad e incidencia durante el cumplimiento de sus mandatos), ámbito público (personas ajenas al terreno político, pero reconocida presencia en él) sin olvidar la premisa clave: renovación o novedad. La ciudadanía espera nuevos rostros, no los mismos que ha visto en las papeletas electorales durante los últimas dos décadas.

Aunque la ciudadanía considera que la “unidad” es ideal, su desconfianza a los partidos tradicionales es alta y se refuerza —como bien apuntó el politólogo Juan Linz— cuando éstos son “los mismos”[1] internamente y entre sí.  Éste descontento se refleja en las encuestas, primero y en el resultado electoral, después.

Sin embargo, la encuesta de Claure no muestra lo que explicó Linz porque no explora lo suficiente sobre el tema. Indicar sólo porcentajes de los precandidatos o las conocidas opciones “no sabe, no responde” u “otros” no muestra el continuo pedido ciudadano de renovación. Lo mismo se aplica a otras que se realizaron en redes sociales como las de “El Búnker”. En tiempos preelectorales, las encuestas o estudios de opinión, más que imponer candidatos, deben ahondar en la percepción ciudadana y brindar material útil para la futura —más no lejana— conclusión de las propuestas electorales.

Los partidos políticos, agrupaciones y organizaciones indígenas originario campesinas (OIOC) existentes también cuentan con errores y manías en ejecución. Según la página web del TSE, actualmente existen reconocidos 13 partidos (dos nuevos “Nueva Generación Patriótica” NGP y “Autonomía para Bolivia” APB-Súmate), 31 agrupaciones ciudadanas departamentales, 93 municipales y 24 OIOCs. Con esto se puede deducir que existe un gran número de grupos políticos que pueden postular candidatos tanto al Ejecutivo como al Legislativo.

Por si ello fuese poco, hace pocos días, el TSE reiteró que las OIOC pueden participar sin estar bajo el ala de algún partido político. Si cada OIOC decide participar, la cantidad de candidatos presidenciales sería imposible de atender. Nuevamente, el TSE se complica solo.

El pluralismo político está reconocido en la Constitución, así también el derecho político a “elegir y ser elegido”; la participación de las OIOC, lo propio. Y aunque la propia Constitución no haya puesto los límites a ésa participación, no significa que TSE deba aceptar cuanta alianza u organización se le aparezca.

Ni el pluralismo político ni el sistema de partidos existentes se garantizan cuantitativamente; vale decir, una elevada cantidad de opciones políticas no es equivalente a un sistema político electoral con “buena salud”. Por ello, el TSE debe procurar reglamentar la participación de las OIOC, de lo contrario la representatividad parlamentaria, principalmente, se fragmentará de tal forma que hará difíciles —por no decir imposibles— la gobernabilidad y los consensos legislativos, generándose oclusiones que se enmendarán con la vieja práctica de las tranzas y los maletines negros al interior del Legislativo. O algo más peligroso, que éste tratamiento electoral especial que tienen las OIOC sea usado como estratagema a puro estilo del evismo. Nada raro que el jefazo use alguna organización para lograr que sus acólitos lleguen a la próxima legislatura.

¿Más inconvenientes? La inevitable ruptura de la “unidad opositora” mermará la imagen “aceptable” que ésta empezaba a adquirir frente a la ciudadanía; así también, generará distanciamientos que decantarán en marcada animadversión entre opositores que traerá conflictos a repercutir en la gestión del próximo gobierno e incluso en las elecciones subnacionales del próximo año. Pues como bien vaticinó Thomas Hobbes[2]: “cuando dos hombres desean la misma cosa —en este caso, la candidatura principal— que no pueden tener juntos se convierten en enemigos”.

Así las cosas y si las manías electorales —de los políticos conocidos y de quienes aprendieron del régimen a ampliar el ejercicio de los derechos políticos sólo para satisfacer intereses (propios y ajenos) de poder— no desaparecen o al menos disminuyen, se producirán resultados contrarios a la cultura democrática y al sistema político-electoral. Y lo que es peor, desvían la atención a los objetivos importantes a cubrir en las elecciones de agosto: 1) presentar una propuesta nueva, seria, que dé soluciones a las crisis urgentes y 2) sacar al régimen masista del poder.

Hasta ahora, a casi seis meses del día decisivo, el panorama se ve poco alentador. Cambiará en la medida que se dejen a un lado las ambiciones, se de espacio a nuevos rostros y mejores liderazgos, se enfoque la energía hacia el trabajo que debe realizarse. ¿Hay tiempo? Como siempre dice Manuel “Bambi” Pons—el relator rey del fútbol inglés—: “¡Claro que hay tiempo!”. Quizá no sea mucho, pero cuando hay voluntad y decisión, todo es posible.

[1] Linz, Juan. Los partidos políticos en la política democrática: problemas y paradojas. En: Montero, J., y vv.aa. (eds.). (2007). Partidos políticos. Viejos conceptos y nuevos retos. Trotta

[2] Hobbes, Thomas. (2018). Leviathan (trad. Escohotado, Antonio). Deusto.

América Yujra Chambi es abogada.

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