¿Qué rol puede desempeñar la filosofía en estos tiempos de elecciones generales, de marchas del MAS contra el MAS, de fraudes electorales en ciertos países, de postpandemias, de guerra sucia e intensa entre los candidatos de la derecha y de la izquierda, de violencias física, sexual, psicológica, mediática, económica contra las mujeres y las niñas, de desapariciones de niñas y adolescentes, de corrupciones de alto nivel, de atentados a la Madre Tierra, de injusticias que cometen los fiscales y jueces, de abusos del poder….?
¿Puede la filosofía aliviar el dolor de una enfermedad o de la muerte de alguien cercano? ¿Cómo la filosofía puede ser un apoyo para los miles y miles de despedidos por la pandemia y la crisis económica? ¿Los textos filosóficos de hace 50, 100 o 200 años por qué siempre están vigentes? ¿Es la filosofía una respuesta abstracta, compleja, lejana frente a un problema de la vida diaria? ¿Me puedo cobijar en la filosofía para llorar mi pena o reventar de felicidad? ¿En qué medida la filosofía es un respiro en medio de la tormenta
¿Platón, Sócrates, San Agustín, Nietzsche, Marx, Kierkegaard, Sartre, Popper, Russell, Tolstoi y tantos otros me ayudarán a enfrentar los problemas de la vida diaria?
Una respuesta: “Nadie puede filosofar por nosotros. Obviamente, la filosofía tiene sus especialistas, sus profesionales, sus enseñantes. Pero la filosofía no es fundamentalmente una especialidad, ni un oficio, ni una disciplina universitaria: es una dimensión constitutiva de la existencia humana. Desde el momento en que somos seres dotados de vida y de razón, todos nosotros, inevitablemente, nos vemos confrontados con la tarea de articular entre sí estas dos facultades. Pero sin filosofar, no podemos en absoluto pensar nuestra vida y vivir nuestro pensamiento: la filosofía es precisamente esto”, señala André Comte-Sponvile.
La filosofía nos abre una serie de caminos al pensamiento, a la libertad, a los sueños y a las responsabilidades frente a la vida, precisamente para impulsarnos a asumir, a creer, a convencernos de que toda existencia, del más insignificante ser humano en la Tierra, tiene un sentido, tiene una razón de ser, de estar y de hacer en el mundo. Ninguna vida es en vano. He aquí la respuesta mayor a todas las inquietudes que nos podamos hacer si vale la pena filosofar o no a estas alturas del 2025, un año tremendo y golpeador.
Muchos quieren que se acabe ya nomás el 2025 porque las predicciones y las malas lenguas avizoran desastres, guerras, muertes, enfrentamientos, dolores, lágrimas. Quizás tengan sus razones porque a estas alturas han perdido a un pariente cercano o amigo, o han sido despedidos de su trabajo, o se ha enemistado con amigos y familiares por la política, o se sienten angustiados por las interminables enfermedades que ahora nos acosan, o han llorado la agresión sexual a una hija, hermana, sobrina o nieta. En contrapartida, los del poder se enriquecen cada vez más sobre la impunidad sus delitos.
Esencialmente es en estas circunstancias que hoy en día se torna con toda la fuerza creativa y poderosa que tiene la filosofía de cobijarnos en sus brazos y en sus saberes. Filosofar provoca al ser humano eso que decía Nietzsche: “darse a sí mismo una dirección” porque la vida de cada uno no puede desenvolverse en un laberinto ni en un avión a la deriva. Tiene un sentido. Por ello, debemos tener la capacidad y sensibilidad de no dejarnos absorber por el tedio, la náusea, la muerte. Requerimos actos filosóficos fundamentales para no perder la dirección.
Esos actos son parte de tus esfuerzos diarios, de tus conversaciones, de tus reuniones y encuentros porque para practicar la filosofía no es necesario que te encierres en una biblioteca, en tu cuarto y te devores algún tomo de Kant, Hegel, Heidegger, Sartre, Unamuno, Spencer, Aristóteles. Sólo piensa como el filósofo griego Epicuro: “la filosofía es una actitud que mediante discursos y razonamientos, nos procura la vida feliz”.
Un escenario catastrófico se nos presenta a poco de iniciar el 2025: rebrote de pandemias, cierre de empresas, despidos, tensiones en las relaciones sociales, enemistades por el ejercicio de la política, pobreza creciente, crisis económica galopante. No son motivos para que te cortes las venas, o para que te lances del último piso del Palacio de Justicia, o te ahogues en un botella de alcohol, o te vayas del país. Eso ni lo pienses ni lo intentes porque a pesar de los golpes que uno pueda recibir a lo largo de su existencia siempre hay un motivo para levantarse y volar alto.
Sigue el ejemplo del sobreviviente del holocausto Víctor Frankl que sufrió todos los vejámenes y torturas de los nazis, pero no se rindió. Cuando estuvo a punto de morir en medio de la nieve, golpeado, ensangrentado, pensó en la persona que más amaba y sobrevivió. Luego, se convirtió en un siquiatra reconocido mundialmente y dejó plasmado su testimonio de vida en su poderoso y provocador libro, «El hombre en busca de sentido».
“Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito”, escribió Frankl.
Hernán Cabrera es periodista y Lic. en Filosofía