Andrés Gómez Vela
Cuando caminas por la calle, hay muchas personas, hechos o cosas que llaman tu atención. De pronto, tu cerebro se focaliza en esa parte de la realidad. Sin más, la almacena inconscientemente en tu memoria episódica. Si le das significado y sentido, pasas de la atención a la concentración. En ese momento, trabaja tu memoria semántica. Empiezas a aprender.
El español Héctor Ruiz Martín, director de la International Science Teaching Foundation, biólogo e investigador en los campos de la psicología cognitiva de la memoria y el aprendizaje, afirma que la memoria semántica abstrae la realidad. Es decir, traduce el mundo objetivo en conceptos e ideas.
En este sentido, el proceso cognoscitivo comienza con la atención. Luego, transita a la concentración para focalizar el hecho, tema o aspecto que interesa al cerebro. En consecuencia, podemos deducir que la atención es involuntaria y la concentración, voluntaria.
Justamente por esta razón, las clases virtuales no son muy aconsejables. El medio ambiente que rodea al estudiante, que generalmente es una habitación de su casa, está lleno de estímulos internos y externos que des-focalizan su atención y reducen su concentración. Conclusión: el estudiante está virtualmente presente; pero mentalmente, ausente.
Cierto, las clases universitarias virtuales trajo ventajas. Por ejemplo, permite al estudiante organizar su tiempo y acceder a las sesiones desde cualquier lugar remoto con conexión a internet. Es más, le ayuda a reducir gastos asociados al transporte, a la vivienda y a otros costes que demanda la migración por razones de estudio del lugar de origen a otro.
Lamentablemente, las evidencias empíricas han demostrado que la modalidad virtual redujo la calidad de la educación. La brecha digital, la deficiente señal de internet, la carencia de dispositivos tecnológicos personales, la precaria formación en recursos tecnológicos de los profesores y hasta la falta de seguimiento de éstos a los estudiantes han sido identificadas como causas.
En mi condición de docente universitario, infiero que hay un factor más determinante para concluir que las clases presenciales son irremplazables, al menos por ahora. Para demostrarlo, voy a citar las investigaciones del neurocientífico congnitivo francés, Stanislas Dehaene, sobre el proceso cognitivo del cerebro, el órgano biológico más importante del ser humano.
“Aprender es modificar los parámetros del cerebro para crear un modelo del mundo exterior”, explica Dehaene. En esta perspectiva, el científico francés señala cuatro principios orientados a cristalizar el aprendizaje:
- Atención.- El cerebro selecciona una información y lo amplifica. Dehaene asegura que el cerebro ve o percibe sólo aquello a lo que presta atención. En suma, se enfoca sólo en lo que quiere que aprendas.
El estímulo externo para despertar atención es trabajo del profesor. Para ello, tiene muchas técnicas que van desde una introducción interesante hasta la descripción del objetivo de la clase. Su misión es activar la emoción de la curiosidad.
En una clase virtual, el profesor tiene competencia desleal. El estudiante está expuesto, ya sea en una habitación compartida o en una exclusiva, a estímulos externos que distraen su atención en desmedro de su aprendizaje. Uno de ellos: el teléfono móvil que demanda su atención timbrando de rato en rato al recibir mensajes o llamadas.
Incluso en una clase presencial, el estudiante experimenta estímulos internos que invaden su cerebro. Por ejemplo, la preocupación sobre un familiar enfermo, la urgencia de problemas económicos o la ruptura de relaciones amorosas. Estos estímulos internos crecen en soledad o por el entorno físico donde ingresa a la clase.
- Compromiso activo.- Dehaene asegura que el cerebro no es un órgano pasivo porque aprende cuando proyecta una hipótesis y genera una idea.
Esta fase es muy importante porque el estudiante pasa de la atención a la concentración y comienza a darle sentido y significado al conocimiento que le está exigiendo determinadas conexiones neuronales.
En este momento, el estudiante asume el compromiso de esfuerzo. Es una decisión voluntaria y emocional porque comienza a sentir satisfacción por lo que está aprendiendo. El tránsito de la atención a la concentración se produce muy pocas veces en las clases virtuales por las razones señaladas en el primer principio. La interacción presencial entre docente y estudiante facilita el compromiso activo por la agradable atmósfera psicológica creada.
- Corrección de error.- Dehaene y otros neuroeducadores como Francisco Mora coinciden que el cerebro no aprende si no hay señales de error.
Por ejemplo, si el estudiante está aprendiendo a escribir debe desarrollar la capacidad de identificar sus errores ya sea de orden sintáctico, semántico u ortográfico. Identificado el error, debe corregirlo para no volver a cometerlo. En cambio, si no identifica el error, volverá a cometerlo con frecuencia.
En una clase presencial, el seguimiento oportuno del profesor ayuda al estudiante a desarrollar su capacidad de identificar sus errores y a corregirlos. El error identificado conduce al aprendizaje.
- Consolidación – buen sueño.- Héctor Ruiz, Stanislas Dehanes, Francisco Mora y otros neurocientíficos/neuroeducadores coinciden que los conocimientos adquiridos se consolidan con el sueño.
Este descubrimiento echa por tierra el mito de: “estudie quemándome las pestañas”. El estudio a última hora es poco productivo si el estudiante quiere pasar a un conocimiento más profundo.
“Aprendemos cuando dormimos. El cerebro repite decenas de veces la información del día mientras la persona duerme”, dice Dehane. Por ello, es recomendable dormir mínimo 7 horas. En una clase virtual, un estudiante puede prender su avatar desde su cama, volver a dormirse o distraerse en plena clase. Sin información nueva, el cerebro no tiene nada que repetir durante el sueño.
Por las razones expuestas, no son aconsejables las clases virtuales, al menos por ahora. Sí es aconsejable el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación para reforzar las clases presenciales.