Soy de carne y hueso, existo como Dios manda, pero no existo como elector para el ahora llamado Órgano Electoral Plurinacional (OEP). Es la frase que resume la realidad de 400.671 personas, que tienen huellas dactilares, pero no certificado de nacimiento. Dicho de otro modo, están ahí, pero son simples fantasmas para el OEP, que según la derecha “boicoteadora” de la participación ciudadana, había recuperado la credibilidad que nunca había perdido ante la mayoría de los bolivianos.
La decisión de la Corte subraya la gran diferencia entre hombre y ciudadano; entre ser humano y ciudadana. El hombre existe para Dios, el ser humano existe para la naturaleza, pero el ciudadano o la ciudadana no existe para el Estado, en este caso, no existe (o al menos está bajo sospecha) para el OEP. Y no existe porque el Estado no lo reconoció a través de un documento llamado certificado de nacimiento. En otras palabras no certificó que nació, no vio su nacimiento porque nació muy lejos de los hospitales, de las autoridades, de la burocracia, pero lo vio crecer, casarse, “servir a la patria” en el cuartel, trabajar en beneficio del país, le cobró impuestos, le aplicó sanciones.
¿Quiénes son estas personas que aún no son reconocidas como ciudadanos?
• Las mujeres y los hombres que nacieron en hogares pobres y analfabetos que nunca conocieron al Estado y si, en algún momento, los visitó fue para otorgarles un carné de identidad solo con dos testigos que certificaron que nació en la comunidad y que existe.
• Los hombres y las mujeres que nacieron en el área rural, que ni se enteraron de la existencia del Estado, porque éste nunca se manifestó y por tanto nunca le otorgó un certificado de nacimiento, pero sí lo maltrató.
• Los hombres que, sin haber sido reconocidos por el Estado, fueron a reconocer y a servir al Estado, yendo al cuartel; a cambio le dieron una libreta de servicio militar para agradecerle por sus servicios y reconocerlo finalmente como ciudadano tras 18 años de existencia fantasmal.
• Las mujeres que obtuvieron un certificado de nacimiento para casarse y luego cambiaron su nombre agregando la sílaba “de” entre dos apellidos. Por ejemplo, si su nombre de soltera era Francisca Calle Fernández y se casó con Valerio Condori Mamani, cambió su nombre -por el sentido de pertenencia y desconocimiento de la le- del siguiente modo: Francisco Calle de Condori. Con ese nombre obtuvo un carné de identidad y dio hijos a la Patria y ahora no existe para la OEP porque, según las leyes, basta una palabra para cambiar la identidad de una persona.
• Los hombres y las mujeres que recibieron casi en el mediodía de su existencia la visita del Estado, que les otorgó el Registro Único Nacional (RUN) para reconocer su existencia y asistió con ese documento a inscribirse y ahora no existe otra vez para el Estado, en específico para los vocales de la OEP.
• También están en este grupo los hombres y mujeres, en mínima cantidad, que intentan engañar la buena fé del Estado ya sea a través de doble identidad o alguna otra anomalía.Y a todo esto, ¿quién es el Estado? En teoría, todos nosotros (la sociedad organizada), pero en la práctica, durante más de un siglo, fue una casta que gobernó el país y que ahora está desplazada del poder y hace mil peripecias lingüísticas para no ser marginada definitivamente.
¿Cuáles serán las consecuencias de esta hábil y sutil forma de marginar a los sempiternos excluidos del derecho a elegir su opción de futuro?
• En lo natural, la verificación científica de que el ser humano es muy diferente del ciudadano, el primero existe sin permiso de nadie, el segundo existe con el permiso del Estado y éste existe gracias a la existencia del ser humano (paradoja histórica) a quien hoy mata su existencia.
• En lo político, es una contradicción entre el derecho positivo y el derecho natural; el segundo reconoce su existe con todos sus derechos por el solo hecho de haber nacido vivo; y el primero reconoce su existencia sobre la base de leyes.Lo más grave de toda este “apartheid electoral” es que el MAS, que por ahora es la esperanza precisamente de aquellos ninguneados por el Estado oligarca, perderá miles de votos, lo que significa que está en riesgo los dos tercios que pretende alcanzar justamente con todos los seres humanos que viven en el territorio boliviano.
Y si alcanzará esa aspiración electoral, será (ya lo es) la excusa perfecta de la derecha para denunciar “padrón inflado”, “fraude”, “votos fantasmas” e intentar deslegitimar las elecciones para luego animarse a preparar un golpe de Estado al estilo de Honduras.
Esta es la muestra más clara de que la exclusión no ha acabado porque casi medio millón de personas no podrán participar en la decisión pública más importante de sus vidas: la elección del gobernante que administrará su futuro por los próximos cinco años. Sin embargo, desde la perspectiva dialéctica, es también la causa más clara para ratificar y cerrar filas en torno al proceso de cambio.