Cuando creíamos que conflictos bélicos e invasiones estaban muy alejados de la realidad actual, y propiamente, de la realidad boliviana, estalló hace varios días un evento que preocupa a toda la humanidad por sus posibles efectos en nuestras economías, entre otros peligros. En el caso boliviano, debe quedar claro, que nuestra economía tiene un alto grado de apertura y es dependiente del comercio internacional y de los precios internacionales de las materias primas. En este contexto, es importante conocer los efectos directos e indirectos que podría provocar este conflicto bélico.
Dentro de los efectos directos, debemos preguntarnos cuál es la relación comercial con los dos países en conflicto.
Les relaciones con Rusia, no superan el 1% respecto de las exportaciones e importaciones bolivianas. A Rusia Exportamos 13 MM de dólares y los principales productos son: nueces de Brasil, antimonio, productos alimenticios y carne bovina. Si comparamos este monto con exportaciones a otros países, tenemos que: a Brasil exportamos 1.441 millones de dólares, a la Argentina 1.250 MM de USD, a China 650 y a Perú 635 millones de dólares, entre otros; todos datos para 2021.
Bolivia exportó el 2021, a 102 países, de los cuales sólo 10 representan más del 80% de las exportaciones bolivianas; y por supuesto, Rusia, no es uno de ellos. Entonces, no sólo es que dependemos de los precios internacionales y de la exportación de materias primas, sino que, además, dependemos de muy pocos países que demandan los productos bolivianos.
Respecto a las importaciones, el monto comprado a Rusia alcanza a 60 millones de dólares, importaciones que incluyen principalmente suministros industriales elaborados, combustibles y lubricantes elaborados y vehículos. Sin embargo, del Brasil importamos 1.700 millones de dólares, de Argentina más de 1.000 millones, de China más de 2.000, de Estados Unidos 522 millones de dólares y de Perú 809 MM de USD; entre los más importantes.
Bolivia importó productos de 196 países, de los cuales 8 representan más del 80% del total de las importaciones bolivianas. Como en el anterior caso, la diversidad no es nuestro fuerte.
Por otro lado, de Ucrania importamos casi 11 millones de dólares, de los cuales 9 y medio millones son suministros industriales elaborados, artículos de consumo no duraderos (medio millón), piezas y accesorios de bienes de capital y de transporte y alimentos y bebidas elaborados (casi medio millón). Asimismo, exportamos a Ucrania, un poco más de medio millón de dólares, de los cuales 300 mil son manies, 150 mil café sin tostar, 73 mil nueces de Brasil y 41 mil dólares, productos de refinación de petróleo.
Por los datos presentados, es importante aclarar que la afectación directa del comercio internacional hacia Bolivia -por lo menos con los dos países en conflicto- es casi nula, aunque por supuesto, esto afecta de manera importante a los empresarios que se encuentran detrás de estos negocios. Sin embargo, existen efectos indirectos que se derivan del conflicto armado y que podrían afectar potencialmente a la economía boliviana.
Inicialmente, citamos a continuación, algunos de los efectos globales que están ocasionando problemas en todo el mundo. La guerra provoca una paralización de la economía de las ciudades invadidas y una migración masiva. Por otro lado, los países que no están de acuerdo con la invasión, impusieron castigos económicos a Rusia y aislaron digitalmente su economía (en un elevado porcentaje). Más de 50 empresas que participan en cadenas globales, prácticamente cerraron, despidiendo a miles de trabajadores, incluyendo a Shell que provee combustibles en gasolineras. Por supuesto, estos eventos generan pérdidas globales que deben sobrellevar las empresas y pérdidas por productos que se dejan de producir, teniendo en cuenta, además, que Ucrania era un gran productor de cereales.
En general, podemos mencionar que los mercados mundiales se encuentran distorsionados, ya que la incertidumbre generó una escalada de precios, especialmente de las materias primas, entre ellos los alimentos. Pero sabemos también que Rusia es un gran productor de combustibles y gas natural que abastece, principalmente mercados europeos; entre otros productos, como la urea. En general, los minerales, el oro, estaño, y por supuesto, el precio del petróleo, se encuentran por los cielos. Todos este problema, genera también especulación y desabastecimiento.
Estos hechos mundiales, claramente podrían beneficiar a países productores de materias primas, siempre y cuando, por lo menos estén en condiciones de mantener o aumentar la producción de los mismos. Sin duda, sabemos que este no es precisamente el caso de Bolivia.
Todos conocemos el drama del gas natural en Bolivia, las exportaciones en valor disminuyeron en más de 4.400 millones de dólares en los últimos 7 años; pero no sólo fue en valor, sino que redujo la cantidad en un 57%. Por supuesto, el no haber invertido en exploración y desarrollo de campos, no sólo nos limita obtener mayores beneficios, sino que ahora, genera pérdidas, por la elevada dependencia del país a gasolina y diésel que cada día suben, estrangulando el presupuesto estatal.
Respecto a los minerales, sabemos que una buena parte de los mismos se encuentra en manos del Estado, y si bien el 2021 fue un año excelente para estos productos, en realidad sólo un fue un efecto inventario (el 2020 no se pudo exportar y de los almacenes se vendieron mayores cantidades para el 2021 a un mejor precio). Nuevamente sabemos, que el Estado no invirtió en exploración ni desarrollo de campos mineros, y que, además, estranguló al sector con una Ley minera que limita su desarrollo. Sin embargo, los sectores privados, como el oro de las cooperativas, desde hace varios años acumularon beneficios crecientes, que lamentablemente tienen como destino un grupo selecto y todavía pequeño de cooperativistas; que no generan recursos para el Estado en la misma proporción que sus ganancias. Asimismo, empresas como San Cristobal, se encuentran en etapa de declinación de su producción, y por supuesto, tampoco dejan para el Estado, ingresos suficientes que puedan beneficiar a un gran porcentaje de la población.
Por lo tanto, el efecto positivo vía comercio exterior que podría traer un conflicto de esta magnitud es muy modesto para la economía boliviana.
Para mencionar algunas inversiones “recientes”, sabemos que la fábrica de urea fue reinaugurada con mucha expectativa, pero sin ningún resultado de beneficio para el país, ni siquiera pensando en que el precio internacional está en casi el triple de su punto de equilibrio.
En el caso de la Urea, el Viceministro anunció en octubre de 2021 que se cerraron negocios por 398 mil toneladas entregables al 31 de diciembre de 2021, pero todo el año se vendieron un poco más de 49 mil toneladas, equivalentes a 30 millones de dólares. Por supuesto, esto podría ser calificado como un fracaso más de las inversiones estatales.
En otro ámbito, el conflicto armado podría perjudicar a países que no producen lo que comen, dada la escases y elevados precios de los alimentos. En los últimos días, los panificadores mostraron su preocupación por la subida del precio del quintal de harina y su consecuente efecto sobre la producción y precio del pan. Como respuesta gubernamental, se supo que EMAPA asegura el abastecimiento, sin variación de precio, dado que cuenta en almacenes con 1,6 millones de quintales.
Al respecto, sabemos que desde hace décadas el país tiene un déficit en cuanto a la producción de trigo, pese a que estamos hablando de un bien de primera necesidad, seguramente tenemos algunas limitaciones que no se si alguien conoce. Los Estados Unidos donaba trigo a Bolivia durante muchos años, de ahí que grandes y famosas empresas molineras se beneficiaron; dando además, empleo a los bolivianos. Dicha colaboración fue cortada por razones ideológicas y afirmando que Bolivia produciría su propio trigo, hecho que, por supuesto, fue un engaño.
Bolivia importó el 2020, 7,2 millones de quintales y el 2021, 5,2 millones de quintales de harina de trigo, su equivalente en valor fue de 42 millones y 93 millones de dólares, respectivamente. El precio del quintal en 2020 fue de Bs. 41 y del 2021 Bs. 121,4, aunque este último precio fue menor al precio de 2019. Por lo tanto, lo que EMAPA tiene en almacenes no alcanza ni a la quinta parte lo que se importó el 2020. Lamentablemente, las importaciones de este producto, en un 99,5% provienen de un solo país, Argentina. Por lo que, si este país decide no vendernos trigo, Bolivia se encontraría en una situación muy complicada.
Bajo estos argumentos, es muy importante estar conscientes de que por lo menos el país debería promover la seguridad alimentaria para alimentar a su propio pueblo, más aún, sabiendo que el gobierno actual durante muchos años, pudo promover dicha producción en manos de los campesinos, que se supone eran su prioridad.
Por otro lado, se hicieron declaraciones respecto a que el país debería producir de acuerdo a sus ventajas comparativas e importar lo demás, e incluso se dijo que, si habría producción nacional de trigo, en coyunturas como la actual, estos productores serían obligados a vender más barato para mantener el precio del pan.
El primer argumento podría ser correcto si, primero el Estado no metería las manos a todo con el discurso atractivo de que velan los intereses de las mayorías. El Estado no tiene la capacidad de abastecer a todos los rincones de Bolivia y nunca las tendrá; y, además, distorsiona los precios, compite deslealmente con los importadores privados y no puede seguir siendo el papá, creyendo que los bolivianos son sus hijos inválidos que no pueden producir, ni importar. Asimismo, la importación debería diversificarse y no concentrarse en un solo país; y, por último, el crear dependencia al comercio internacional, de ninguna manera debería incluir alimentos de primera necesidad, dado que el país debería asegurar por lo menos, lo que comen y comerán sus hijos.
El segundo argumento, me parece sólo un despropósito. No se puede confiar en el sistema de mercado sólo cuando nos conviene. Bolivia debería contar con miles de productores de trigo y el gobierno debería facilitar y promover esta producción; y, en eventos como este, podría recién subsidiar a los productores bolivianos y no así, a los productores de Argentina.
Para concluir con esta breve reflexión, es importante aprender a la fuerza de estos eventos y problemas mundiales. La pandemia nos enseñó que la economía no se puede paralizar porque el empleo es lo más importante, y por lo tanto, también su calidad. Este modelo económico impuesto los últimos 17 años ha destruido el empleo, nos ha expulsado a la informalidad, y ni siquiera, ha podido promover la producción del pan nuestro de cada día. El Estado, acaparó la importación y distribución de harina para controlarnos y hacernos creer que él debe y puede solucionarlo todo, lo que en los hechos significa estar detrás de los que administran el mismo, para favorecernos por compadrerío o a través de las coimas. Lo más triste es, que esto significa en muchos casos, perder incluso nuestra dignidad, y no reconocer en nosotros mismos la capacidad de producir y crear valor.
Debemos pedirle al Estado que deje trabajar a los más de 11 millones de ciudadanos bolivianos que no dependemos del Estado, si no es ahora, puede que después sea ya muy tarde.
Joshua Bellott es economista e investigador