Cada vez que un perrito callejero sufre un accidente en la avenida, mis vecinos coordinan acciones a través del WhatsApp. Uno avisa sobre el desgraciado hecho con datos y fotografías. Otros contactan al veterinario para la intervención inmediata si el caso amerita. Nunca falta alguien que hace un aporte económico si es necesario. Si ya no hay remedio, duermen al perrito y lo despiden con dolor y llanto. Si se salva, buscan a alguien que lo adopte. ¿Cuándo nació esta conexión entre el ser humano y el perro?
La relación entre ambas especies comenzó hace 20 mil años según la revista científica “Science”. En aquel lejano tiempo, los homo sapiens aún éramos cazadores-recolectores. Vagábamos de un lugar a otro buscando comida para sobrevivir. Detrás de nosotros caminaban unos lobos que se alimentaban de los restos de comida que tirábamos. Se fueron acercando cada día más y más, hasta que un día dejaron de ser lobos para ser perros y se produjo la conexión emocional.
Ha tenido que ser clave la caricia de la mano del homo sapiens sobre la cabeza de un cachorro para el vínculo de emociones. Ambos han tenido que sentir una descarga de oxitocina en esos primeros contactos. Al percibir la sensación de bienestar, los lobos han tenido que desarrollar el apego social hasta transformarse en perros. El flujo de la serotonina, la dopamina y la endorfina ha tenido que hacer lo suyo para que ambas especies comiencen a convivir.
La sensación de satisfacción ha tenido que generar en el homo sapiens un gusto por la idea de cuidar a otra especie, más cuando se percató que también era cuidado y alertado por esa otra especie, a través de aullidos y ladridos, de las amenazas que le acechaban. La mutua necesidad se fue consolidando el momento que sintió que podía ser ayudado en la caza.
Cuando se produjo la revolución agrícola y el homo sapiens se volvió sedentario, como escribió Yuval Noah Harari en su libro: “Sapiens: De animales a dioses”, el perro amplió sus funciones. Ya no cuidaba sólo a su amo, también cuidaba los cultivos y a las otras especies que su amigo había domesticado (ganadería).
Al leer sobre la evolución del lobo a perro, deduzco que los primeros lobos han tenido que ser muy inteligentes para acercarse a la especie más inteligente de la tierra, aliarse y convivir a tal punto que hoy ya no necesitan ser guardianes ni cazadores, sino solamente ser acompañantes de millones de personas.
La arqueóloga y docente de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), Velia Verónica Mendoza España, en su libro: “El Perro prehispánico boliviano. Su historia a través de la arqueología”, señala que los canes (alkjos en quechua) no sólo eran amigos de los habitantes de estas tierras en esta vida, sino también en la otra.
“El perro sin duda estuvo ligado a la muerte humana”, escribe, basada en hallazgos de restos óseos, representaciones en distintos materiales arqueológicos y relatos de los cronistas.
“El perro se liga a la muerte como acompañante físicamente y como parte del ajuar del difunto, simbolizada esta presencia en representaciones iconográficas. Demás está decir que esta función de acompañante en el camino a la otra vida es el resultado de una estrecha relación en vida, tan valiosa como para que continúe en la muerte”, afirma Mendoza.
El perro llegó a lo que hoy es América hace 14 mil años junto al homo sapiens que migró desde África en miles de años. La arqueóloga Mendoza identificó cinco tipos de perros prehispánicos que vivían en lo que hoy es Bolivia:
Jinchuliwi, perro con pelo, cráneo braquicéfalo, orejas colgantes, cuerpo simétrico, tamaño mediano a grande y cola larga.
Pastu, perro con pelo, cráneo mesocéfalo o dolicocéfalo, orejas erguidas, cuerpo simétrico, tamaño grande, mediano y pequeño y cola larga.
K’ala, perro sin pelo o poco pelo en la parte frontal de la cabeza, parte inferior de las patas y punta de la cola; cráneo dolicocéfalo, orejas erguidas, cuerpo simétrico esbelto, tamaño pequeño a mediano, de cola larga.
Ñañu, perro con pelo, cráneo mesocéfalo a dolicocéfalo de patas cortas, cuerpo semi robusto, cola larga.
C’husi anuqara, perro con abundante pelo. Se desconoce el resto de sus características físicas.
En casi todas partes del mundo, perros y homo sapiens han desarrollado un vínculo emocional no conocido entre otras especies. Imagino que es porque el ser humano está diseñado para amar y ser amado. Por eso, cuida perritos sin esperar a cambio más que una movida de cola, unas lamidas o simple compañía. Veinte mil años después, acariciar la cabeza de un perrito descarga las mismas oxitocinas del primer contacto entre el homo sapiens y un lobezno.
¿Cómo evolucionó en 20 mil años esa conexión entre el ser humano y los perritos? Evolucionó a tal punto que los humanos hemos reconocido a los cachorros el derecho a la vida. Evoluciono al extremo de que algunas personas llaman “perrehijos” a sus mascotas. No sólo los llaman, los tratan como tales y hasta quieren humanizarlos.
Andrés Gómez Vela es periodista y abogado.