Cinco bolivianos solían alcanzar para el recreo escolar de dos o tres días. Hablo de comienzos de la década de los noventa. El quiosco del colegio ofrecía empanadas de queso y bolsitas Chicolac, ¡la combinación perfecta! Los mayores de treinta sabemos muy bien que esos productos tan entrañables no costaban más de dos bolivianos y que ninguna caserita hubiese aceptado un billete de dólar como pago por ellos. Es decir que con dólares eran textualmente impagables. Hasta allí llegamos con la anécdota, pasemos a la realidad que perturba.
Recapitulemos 44 segundos de una declaración que nos ha hecho transitar por todos los estados de la escala emocional comenzando por el desconcierto y la incredulidad, pasando por la jocosidad y la sorpresa hasta llegar a la bronca.
Hablamos de las últimas declaraciones del presidente de Bolivia, Luis Arce Catacora:
“Hoy por hoy yo hablo con jóvenes, con niños que no conocen el dólar, ya conocen el boliviano”. Menos veinte palabras y tanto que dudar. ¿Quiénes son esos niños y jóvenes con los que Arce dice hablar? ¿Cuándo habla con ellos? ¿Y cómo es que un adulto llega a ese tema de conversación con gente tan joven? Pero dejemos las nimiedades. Como exmaestra de primaria me cuesta muchísimo creer que haya algún grupo de la población que no conozca el dólar, ni siquiera como conocimiento básico de cultura general. ¿Tan mal está la educación?
“Pero ya quienes están por encima de los 30 años quizás, en colegio quizás recibían su recreo o sus mesadas en dólares en esa época, ¿no?” Las despobladas cejas del presidente se levantan ligeramente en el centro y se inclinan hacia abajo en los extremos mientras pronuncia estas palabras, es decir que no duda de su apreciación y la repetición del “quizás” no es más que un adorno en su alocución. ¿Por dónde comenzar? Me pregunto seriamente a qué se debe tamaña desconexión con la realidad, dónde ha perdido Arce la noción del pasado y del presente, ni hablar del futuro. Lo más preocupante es la soltura y la seguridad con la que expresa tanta falsedad.
“Pero hoy no, hoy el boliviano circula, es una moneda confiable, es una moneda dura. Es más, por algunos países demandada en fronteras por la estabilidad que tiene nuestra moneda y respalda en un aparato económico que tenemos, ¿no? “ En términos económicos, tener una «moneda dura» significa que la moneda de un país es considerada fuerte y estable en relación con otras monedas internacionales como el euro, el dólar o el yen. Esto implica que la moneda tiene un alto valor y es ampliamente aceptada y utilizada tanto en transacciones nacionales como internacionales. ¿Entonces Arce piensa que uno puede ir de compras con el buen boliviano a los centros comerciales del “imperio” o de Japón? Y tanto me cuesta imaginar a la muchedumbre de turistas o inmigrantes en nuestras fronteras, peleando cuerpo a cuerpo, por un billete de diez bolivianos.
¿Saben qué más dice la teoría económica pura y dura? Sí, esa misma economía que Arce dice haber estudiado en la universidad. Pues que una moneda dura es generalmente respaldada por una economía sólida, de baja inflación y con tasas de interés estables y políticas monetarias y fiscales responsables. Vamos por partes. Estamos lejos, muy lejos de ser una economía sólida, porque somos un país dependiente de los recursos naturales y carente de industria. Según datos del INE, el 34% de la población boliviana vive en situación de pobreza y alrededor del 15% en situación de pobreza extrema. ¿Qué decir de las políticas monetarias y fiscales cuando tenemos un Banco Central que ha sido secuestrado por el masismo? Y ni hablar de la deuda externa.
Pero según Arce: “Bolivia tiene una espalda económica importante que ha sabido enfrentar incluso los períodos de crisis más profundos”. ¿Seguimos?
Comencemos con la década de 2000. Bolivia estrenó el siglo XXI con una crisis económica, política y social que ocasionó una profunda recesión económica. Estos eventos impactaron negativamente en la moneda nacional y la economía en general.
En 2006, cuando apenas podíamos adivinar lo desgraciado que sería el gobierno de Evo Morales, se anunció la nacionalización de los recursos naturales, incluidos el gas y el petróleo. ¿Y qué pasó con la “espalda de nadador” del boliviano? Pues la ilusión socialista de generar más ingresos para el país se convirtió en incertidumbre en los mercados y afectó la confianza de los inversores extranjeros. La extrema politización de los procesos económicos y sus instituciones más sensibles también pasó factura.
La crisis financiera global de 2008 también afectó a Bolivia. La disminución de la demanda externa y la caída de los precios de las materias primas, importantes para la economía boliviana, ejercieron presión sobre el boliviano y la actividad económica en general. Y en aquel fatídico y ya lejano 2019, la economía boliviana se hundió nuevamente en la incertidumbre.
Es difícil no sentirse vulnerable, no por la realidad de los números, sino por la incapacidad de una autoridad que no acierta con ninguna palabra y a la que le cuesta generar confianza con una imagen empobrecida y desgastada por su ineficacia y su absoluto extravío de la realidad.
Ana Rosa López Villegas es Comunicadora Social