Pueblos indígenas

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La primera marcha de los pueblos indígenas del oriente, realizada en 1990, acuñó, en la voz de Ernesto Noe, el concepto “proceso de cambio”, sello del actual gobierno y símbolo de la época que vive el país. Esa misma marcha implantó en el imaginario popular nuevas palabras en el diccionario sociopolítico, por ejemplo, tierra y territorio, términos claves para la comprensión de las autonomías y derechos de los pueblos indígenas y simiente de los ahora llamados derechos de la Madre Tierra.
Las posteriores seis marchas cimentaron la esencia del estado plurinacional porque participaron en su construcción, a través de movilizaciones, 34 naciones de los 36 que existen en el territorio nacional. Es decir, el 95 por ciento de la explicación plurinacional del Estado actual, pues, sin ellos, Bolivia se resumiría a binacional: quechuas y aymaras.
Entre la tercera y sexta marchas se gestó, paso a paso, la necesidad de una Asamblea Constituyente para resolver, a través de un proceso de cambio, la inclusión de los sectores que habían sido injustamente marginados de la administración del poder del Estado y redistribuir el poder y luego, la riqueza. Las últimas marchas, entre ellas la sexta y la séptima, tuvieron el fin de defender el proceso constituyente y la aprobación de la nueva constitución frente a la violenta y destructora reacción de la derecha superada por la historia.
Desde la fundación de la CIDOB, en octubre de 1982, a iniciativa del entonces Capitán Grande guaraní, Mburuvichaguasu Bonifacio Barrientos Iyambae, llamado también “Sombra Grande”, la contribución de los pueblos indígenas en la transformación de Bolivia ha sido fundamental porque ha lanzado propuestas esenciales, entre ellas la Asamblea Constituyente, nueva Constitución y nacionalización de los hidrocarburos, las cuales las ha defendido en siete marchas, algunas más determinantes que otras.
“La fuerza de todo lo que es el movimiento indígena como tal viene desde abajo, desde sus bases, que son bases reales. Acá no es el caudillo o el líder sindical el que impone reglas”, dice Ever Aide, miembro de base de la APG, en mayo de 2004, según el libro “Sociología de los movimientos sociales en Bolivia”, escrito por tres autores Álvaro García Linera (coordinador), Marxa Chávez León y Patricia Costas Monje.
En este mismo libro, Marcos Vega, otro guaraní, cuenta que “cuando va a haber una movilización, a la gente del pueblo, de las comunidades no se les obliga… las personas que sean gustosas tienen que ir, y siempre digamos ha habido voluntarios”.
Estos testimonios y otros demuestran que García conocía y conoce muy bien el espíritu y la dinámica de los pueblos indígenas del oriente, salvo que se haya olvidado que Ever Aide le dijo, en 2004, que “ante todo somos un pueblo pacífico que sabemos negociar y conciliar; no queremos bloquear ni hacer muchas marchas, preferimos dialogar con el gobierno… nosotros preferimos pelear con papel y lápiz y diálogo”. Me resisto a creer que no recuerde que las movilizaciones de los pueblos indígenas son mantenidas sobre la base de los sacrificios y esfuerzos de cada organización afiliada a la CIDOB.
Por todo ello, es inexplicable el desprecio de García a los pueblos indígenas y sus dirigentes, que protagonizaron la VIII marcha en defensa del proceso de cambio, la nueva Constitución, los derechos de la Madre Tierra y los Derechos Humanos.
Tampoco es comprensible que su gobierno fomente una antimarcha, después de haber reprimido y bloqueado la VIII, argumentando que los indígenas que vienen son los verdaderos porque son sus aliados y piden lo que él y Morales quieren: la destrucción de la naturaleza.
Es bueno releer lo escrito por uno mismo y redescubrir el gran aporte de los pueblos indígenas y contagiarse de su espíritu dialogante y superar la hormona guerrillera-destructiva que aún aprisiona a quien, sin el aporte de los que hoy desprecia, hubiera seguido de analista en su departamentito.

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