Potosí, la deuda impagable

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En algún momento hay que reconocer las deudas, más si son históricas y de honor, no para cobrarlas, sólo para recordarlas y agradecerlas. En este sentido, no vale la pena identificar a los deudores, sólo al gran acreedor: Potosí. Veamos, ¡Qué debemos a Potosí!
Ocho millones de kilos de plata extraídos del Cerro Rico desde la era de la Colonia, y otros ocho millones de vidas que se comió y se sigue comiendo en más de 500 años de explotación.
La gloria intangible que irradió desde el nuevo continente, acogiendo a millones de personas, quienes vinieron de todas partes del mundo a admirar y explotar la riqueza inagotable de la indescriptible Imperial Villa. Por ello, todavía rige la majestuosa e impactante frase: ¡Vale un Potosí!
El primer grito libertario que luego de ser acunado entre 1742 y 1780 por los hermanos Tomás, Nicolás y Dámaso Katari estalló en la plaza de Pocoata, provincia Chayanta, Norte de Potosí, el 24 de agosto de 1780, expandiendo los ideales de libertad y justicia en cada rincón del nuevo continente.
Más de cinco millones de kilos de estaño que extrajeron de sus minas, particularmente, de la Salvadora, ubicada en la población de Siglo XX, que erigió a uno de los hombres más ricos del mundo, Simón Patiño.
Le debemos la toma de conciencia nacional para incubar la Revolución Nacional de 1952, que se produjo en los campos de Catavi en 1942, cuando el gobierno antinacional de entonces masacró a la marcha encabezada por María Barzola y cuyo fin supremo era defender el interés de la nación frente a la antinación, encarnada por la oligarquía minero feudal.
Le debemos dirigentes de la inmensidad y consecuencia de César Lora, Federico Escóbar Zapata y otros que se jugaron la existencia por cristalizar para los bolivianos un “mundo de vida”, un “mundo de justicia y libertad”.
Le debemos muchas vidas por la liberación nacional, cuyo símbolo, junto con el Che, es la masacre de San Juan, 1967, cuando murieron decenas de mineros en las poblaciones de Siglo XX y Llallagua ante las armas de un Ejército cobarde y fascista.
Bueno, finalmente le debemos, nada más ni nada menos, que la democracia, arrancada por una huelga de hambre iniciada en 1977 por cinco valientes mujeres mineras, Aurora Villarroel de Lora, Domitila Barrios de Chungara, Angélica Romero de Flores, Luzmila Rojas Rioja y Nelly Colque de Paniagua, quienes enfrentaron a la dictadura de Banzer con el arma más noble y poderosa que tenían: su amor por Bolivia.
La deuda es impagable. No alcanza ni la capitalidad plena, que nos correspondería por derecho histórico y en justicia, pero el gran acreedor, Potosí, ni sus derecho habientes la pedimos porque queremos un país con justicia en la redistribución del poder.
Tampoco exigimos autonomía en beneficio de pequeños grupos privilegiados en dictaduras y en democracia porque queremos seguir compartiendo nuestras riquezas con los todos bolivianos, aunque esta vez sí queremos una autonomía destinada a acercar la democracia a los hogares y comunidades potosinas y perfilar un desarrollo integral para el departamento.
En un nuevo aniversario a Potosí, el mejor homenaje que podemos ofrecerle a nuestra tierra es reproducir con más intensidad el sentimiento de las mujeres mineras: nuestro amor por Bolivia.

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