Lo conocí a través de mi hermano, Antonio, quien hablaba de él con respeto y devoción, por aquel tiempo en que la libertad y la igualdad habían sido encarceladas tras los barrotes militares. El día que el Partido Socialista Uno (PS-1) obtuvo una gran votación en La Paz, Antonio y mis primos celebraron y gritaban esperanzados que con Marcelo íbamos a salir de la pobreza. Decían que en las próximas elecciones ganábamos. Estaban convencidos que con él todos los niños íbamos a ir a la escuela tomando un litro de leche al día y que la riqueza iba a ser compartida.
Un día, Antonio y Saúl (mi primo), ambos normalistas (INSEF y Simón Bolívar, respectivamente), estaban furiosos y temerosos. Les pregunté por qué con la inocencia de niño y me mostraron en el Semanario Aquí (el que compraban religiosamente cada semana) un artículo en el que un militar amenazaba a Marcelo Quiroga Santa Cruz por haber hablado de las Fuerzas Armadas. Era el general Luis García Meza.
Una mañana (marzo de 1980) encontré a Antonio con ojos vidriosos y a mi primo impotente y destrozado. La radio informaba que encontraron el cuerpo de Luis Espinal (Director del Semanario Aquí) torturado. Rechinaban dientes e impotencia. “Cobardes, mataron al Lucho, esto está jodido”. Asistieron al entierro, “preparados”, por si acaso.
Meses después, el 17 de julio de 1980, asesinaron a Marcelo Quiroga Santa Cruz por órdenes de aquel mismo militar que ya le había amenazado y que ahora gobernaba el país. Aquel día, al igual que Antonio y Saúl millones de bolivianos mordieron su impotencia, lloraron en silencio el asesinato de quien iba a traer justicia a cada una de nuestros hogares.
La cobarde dictadura nos quitó a uno de nuestros líderes más inteligentes y valientes. Él desbrozó, con muchos otros, el camino hacia lo que hoy vivimos. Casi tres décadas después de aquel asesinato han llegado al gobierno dos socialistas, Álvaro García Linera y Evo Morales.
Han levantado el nombre de Marcelo en cada acto, en cada palabra destinada a lograr el apoyo popular, le han erigido un monumento y han bautizado con su nombre una ley para luchar contra los corruptos. Pero de sus restos no han dicho una palabra, no han tenido la valentía de mirar a los ojos de los miembros de la cúpula de las Fuerzas Armadas y pedirles que devuelvan los restos del líder socialista que sacrificó su vida para que nosotros vivamos en democracia y ellos ganen con el 64 por ciento.
Los socialistas Evo y Álvaro temen perder el respaldo de las armas, por eso no reclaman los restos de Marcelo. ¿Acaso no tienen el apoyo de casi siete de cada 10 bolivianos? ¿Por qué tener miedo a ordenar a los militares a devolver los restos de Marcelo, si tienen el gran respaldo de sus ideas? ¿Por qué apoyar la burla militar, si no son ni el uno por ciento de ese gran 64 por ciento?
No son todos los militares los que esconden la verdad a Bolivia, sino un grupo de uniformados que vive en democracia pero tiene la mente petrificada en la dictadura. Tengo la esperanza de que se impondrá esa nueva generación de uniformados que quieren saldar la deuda pendiente entre las Fuerzas Armadas y su pueblo.
Sin Marcelo la democracia no ha cicatrizado sus heridas. Es una obligación de los socialistas, Álvaro y Evo (particularmente de éstos porque tienen todo el poder), encontrar al defensor de los recursos naturales y darle una sepultura tal y como exige la historia.
Millones de bolivianos, al igual que Antonio y Saúl, quieren saber dónde y quiénes todavía lo tienen cautivo. Quieren al menos llevarle un ramo de flores y frente a su tumba contar a sus hijos quién fue y es aquel héroe boliviano. Quieren saber dónde está para rezarle una plegaria y dialogar con él en silencio.
Es una obligación moral del proceso de cambio encontrar al nacionalizador del petróleo, al luchador por la liberación nacional junto a Juan Carlos Flores Bedregal, Renato Ticona y otros.
Mientras no encontremos a nuestro Marcelo, nuestras almas seguirán “deshabitadas” y los socialistas gobernantes se convertirán en simples palabreros que se aprovechan de la memoria de nuestros mártires para apoltronarse en el poder.
Marcelo
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