Enemigo

347 views
6 mins read
Días antes del Censo hemos visto cómo se imponía la irracionalidad entre bolivianos por un límite mal definido. De pronto, el buen vecino de siglos comenzó a disparar insultos y amenazas al amigo del frente. Juró que defendería sus intereses territoriales como si fuera una guerra por el mar y convirtió a su hermano en su sempiterno enemigo. ¿Qué nos pasa a los bolivianos, cómo podemos arrojar tanta ira? Exclamó una ciudadana a través de la radio. A partir de esta frase intenté buscar una explicación en el siguiente contexto.
Después de la Revolución de Octubre 1917 en Rusia, el mundo proletario y excluido abrigó esperanzas de cambio. En ese tiempo, aquel que no pensaba igual que uno era enemigo y había que eliminarlo. No se admitía la mínima crítica. En ese contexto apareció Stalin, quien mató a miles de personas en nombre de la Revolución Rusa. En otros países fusilaron en defensa de la Patria.
Stalin era hábil para crear al adversario, primero lo calificaba de derechista, luego de traidor, después de fascista. Como segundo paso, lo mataba civilmente, inventado cosas escabrosas en contra de su víctima, no dudaba en involucrar a la familia. Tras haber convertido en un paria y traidor al revolucionario que osó criticar el proceso y haberlo anulado civilmente con sus aparatos de propaganda, daba el tercer paso: la eliminación física.  
Era el tiempo en el que el burgués era el enemigo natural del proletario, el imperialista del patriota, el pequeño burgués del demócrata, el anarquista del socialista y el comunista del socialista. El fin último era imponer el pensamiento único para preservar intereses del nuevo grupo dominante. Regía la política del odio o, mejor dicho, el Estado había abrazado el odio como política.
Esta forma de lucha llegó a Latinoamérica y, por supuesto, a Bolivia. Recuerdo que en los grupos de estudio de la universidad, el enemigo inmediato era el burgués, el empresario, el derechista. El debate casi siempre conducía a una sola salida: tumbar por la fuerza al enemigo que sostenía el maldito sistema. A ratos la teoría política derivaba en teoría del odio.
Mucho antes, la persona había sido despojada de su condición humana e instruida a tal punto de ser convertida en un ser que vivía en función  de objetivos socialistas, comunistas o fascistas. La familia era un lastre, los revolucionarios habían nacido para luchar y odiar hasta acabar con el enemigo (salvo excepciones).
El comunismo mataba en nombre de la Revolución a sus críticos y los fascistas, en nombre de la Patria a las personas que tenían ideas diferentes. Los socialistas exiliaban a algunos políticos por libre pensadores y los dictaduras los echaban por terroristas. La exclusión del otro era el objetivo de la política; en ese momento, la complementariedad o la alteridad estaban años luz.
En Bolivia sigue esta forma de hacer política. Por ello es que se responde con la represión a un grupo de indígenas que solamente exige respeto a sus derechos establecidos en la Constitución. Este ejemplo se reproduce en las disputas por límites o peleas por cosas nimias entre bolivianos. Casi siempre las medidas están dirigidas a perjudicar o bloquear al otro que nada tiene que ver en el problema.  
Creímos que la democracia iba a acabar con esta construcción o invención del enemigo. Sin embargo, se sigue condenando la ideología de la persona y no su acción. Es decir, por antonomasia el derechista es enemigo, así sea eficiente y honesto; y el socialista es amigo, así sea corrupto, mentiroso o  ladrón. Se condena el pensamiento y no la acción. Prueba de ello es que el derechista que se pasó incondicionalmente a las filas socialistas se convierte en amigo, así haya sido un feroz detractor sólo días antes.
¿Será que algún día cambiaremos esta forma de hacer política y comprenderemos al otro con pensamiento diferente como un ser indispensable para la deliberación, la diversidad y pluralidad? ¿Será que un día seremos demócratas en todo el sentido de la palabra?

Facebook Comments

Latest from Blog