Por: Max Baldivieso
“Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas: eso hace irrefutable su testimonio. Basta que nos muestren lo que hemos hecho de ellas para que reconozcamos lo que hemos hecho de nosotros mismos… Ustedes, tan liberales, tan humanos, que llevan al preciosismo el amor por la cultura, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesina en su nombre”.
Jean Paul Sartre
En esta “normalidad” –que dejó de ser nueva y pasó a ser bizarra–, con Estados en déficit, empresas en quiebra, desempleo, falta de recursos en hospitales y una crisis que ya no permite cuarentenas, solo queda aguantar una palabra de moda en todos los países, la misma que deja a todos entre la espada y la pared y con una promesa, sobrevivir.
La crisis sanitaria deja un rastro de muerte, pero todo precio es poco si se trata de salvar la economía, mientras todo sacrificio es “razonable” para los ingenieros de las macroeconomías globales. Todo por el bien común o, mejor dicho, el bien de algunos, mientras el resto sigue peregrinando en este valle de incertidumbres.
Al mismo tiempo, la vida se debate entre la discusión de lo moral, el derecho y la humanidad, donde las opciones son encontrar una cama en UTI (unidad de terapia intensiva), morir figurando en una lista de espera o morir en las puertas de un hospital, en un bus o caminando en la calle buscando el pan para los hijos. Pero, si tienes suerte o el dinero necesario para gozar de una última oportunidad, te intubarán, inyectarán y, si nada de lo anterior da resultado, te desconectarán. Así te convertirás en un número más entre las víctimas de la pandemia, en un escenario en el que no hay tiempo ni para llorarte.
La tasa de pacientes confirmados con coronavirus en Bolivia es de 1.770,76 por cada cien mil habitantes. Es una proporción muy alta, si comparamos con otros países. De este porcentaje, por lo menos entre 10% y 15% de los pacientes internados por Covid 19 ingresan a una UTI y el 90% de estos requieren intubación y ventilación mecánica, al menos por dos o tres semanas. Hasta el momento, más de 10.000 personas han fallecido con esta enfermedad en el territorio nacional. La tasa de letalidad respecto a los casos confirmados es de 4,97%.
Por otro lado, en la economía, el 2020 dejó al país con un decrecimiento del 10% y una tasa de desempleo del 11%. Esta última cifra aumenta al igual que quienes necesitan UTI. Los titulares que hablan de esta crisis –por ejemplo, uno que dice “La economía en terapia intensiva”– muestran el lado más mezquino y sórdido de la pandemia. Algunos medios de comunicación solo se permiten una visión metalizada y mercantilista, así nos dejan una pregunta: ¿Quién debería entrar primero a UTI, la economía o una vida?
No hay certeza de si esta crisis sanitaria fue causada por una sopa de murciélago o por un laboratorio con un líder genocida fuera de sus cabales. Lo único que realmente sabemos es que la produjo el hombre, en su afán de seguir creciendo económicamente y por acrecentar el consumo o “satisfacer una experiencia”, como ahora llama el mercado a la mercancía.
La economía está enferma por el consumismo en masa, así UTI solo es parte de la discusión entre salvar a las sociedades con políticas más empáticas y menos regidas a las calculadoras o seguir sumando muertos, que son necesarios para alimentar una mentira que sostiene a este sistema sin corazón y con una razón sin empatía. La esperanza está en los grandes laboratorios que cotizan en la bolsa de valores y que tienen la vacuna con fecha de caducidad, según el código de barras que instaura el mercado.
En este malestar social y de patología del sistema económico mundial, el Covid 19 es egoísmo puro, es un proceso vacío de significados, algo que solo sucede en condiciones económicas determinadas, cuando las realidades se entremezclan y cuando actuar con coherencia es rescatar la economía. Por otra parte, ser incoherente es tratar de bajar el costo de la vida para sobrevivir en esta crisis sanitaria, para trabajar y para mantener a la familia y no ser un número más en la UTI, que es un camino casi sin retorno.
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